Marlon
Zenteno Mayorca
1854 . Una noche pacífica de
octubre, una nave alienígena sobrevuela
Dublín. La nave deja a un bebé en la entrada de una casa de clase media.
Algunos años más tarde, en una escuela primaria, varios niños contestan en el
aula a la clásica: «¿Qué quieren ser de grandes?» Todos responden citando
oficios comunes, pero uno apellidado Wilde dice sin reparos: «Yo quiero ser
ídolo del pop». Este es el fragmento que da inicio a 'Velvet Goldmine', la
glamorosa y excesiva película de Todd
Haynes, que habla de un momento cumbre para la cultura popular anglosajona.
En
plena era de la música disco, el patético hippismo persistente y el inverosímil
virtuosismo del rock progresivo, un tal David Bowie lo cambia todo. Vestido de
alienígena, este mesías de otra galaxia admira a un enloquecido performer
americano que parece un paciente psiquiátrico y a un caballero de lírica
decadente y sórdida que gustaba distorsionar su guitarra. No son otros que Iggy
Pop, precursor del punk, y Lou Reed, el padre de la cultura alternativa.
Tomaba
como principios lo andrógino, lo ambiguo, lo espectacular y lo inusual, no sólo
en su modo de vestir, sino en todos los aspectos de la persona. Si los hippies
consideraban una revolución sexual el amor libre entre un hombre y cien
mujeres, el glam rock iba más allá y consideraba la bisexualidad como genuina
revolución contracultural.
¿Qué
tiene que ver esto con Wilde? Pues todo. Bowie y sus compinches fueron quienes
revolucionaron la música gracias a ese monstruo descomunal y travestido llamado
Glam rock. Pues hay en la ironía de Wilde, en su grito de libertad y en su
desprecio a lo convencional, algo que termina por ser completamente 'punk',
además de glamoroso, como lo percibieron los jóvenes de aquella época. Bandas
como los New York Dolls son un clarísimo ejemplo.
Se sabe
que Wilde fue forzado a travestirse de niño por su madre, algo en lo que se
volvió experto, y que el escándalo por promover el “libertinaje” en la era
victoriana terminó por llevarlo a la cárcel, la pobreza y la muerte. Los 'glam'
no fueron más que los 'dandys' del rock, herederos de Wilde.
En los
80, Morrissey gritaría su devoción por el escritor victoriano e imprimiría en
The Smiths mucho del sentimiento de Wilde: su afán por la soledad, el
romanticismo trágico y su ironía, que aunque amarga, es casi cómica. No es de
extrañar que mencione Wilde en sus letras y que hasta use polos con su retrato. La década más entrañable de la música cerraba
con un disco magistral, 'The Queen is Dead', que lleva impregnado el perfume de
Wilde por todas partes.
Casi al
final de la película de Haynes, la nave vuelve a aparecer, ante dos de los
protagonistas en pleno concierto glam rock, como celebrando aquella 'marcianada'
aprendida del niño de la galaxia lejana.
Wilde era todo
lo atípico que se nos pudiese ocurrir, un tipo exquisito y estrambótico, desde
los zapatos hasta la última de sus neuronas, pero también fue uno de los más
grandes genios que haya pisado este planeta, haya nacido en él o no.