martes, 15 de octubre de 2013

Solo 4. Edición 491, del 12 de OCTUBRE de 2013. Año IX

LA CITA:

«La gente es curiosa. Unos cuantos lo son. Estarán obligados a encontrar las cosas, incluso las triviales. Ellos las pondrán juntas, sabiendo todo el tiempo que pueden estar equivocados (…), sólo con la esperanza de ver a este hilo en el tiempo, haciendo una conexión, rescatando algo de la basura.»


Alice Munro, 'Amigo de mi juventud'

LO ÚLTIMO: Viernes 18, cierre de “Premio Solo 4”

La convocatoria para el II Concurso Nacional de Cuento “Premio Solo 4” se cerrará este viernes, 18 de octubre, a las 6 pm. Podrán participar todos los peruanos y peruanas que radiquen en el país o en el extranjero hasta con dos cuentos, inéditos, escritos en español, y que no hayan sido presentados a otro concurso cuyo fallo esté pendiente. La extensión máxima será de 1200 palabras, digitadas a doble espacio, en fuente Arial 12.
Los premios son de S/. 1000.00 para el primer lugar, S/. 700.00 para el segundo y S/. 300.00 para el tercero. El tema es completamente libre. La recepción de trabajos será en las instalaciones del diario Correo, Jr. Cuzco N° 337 – Huancayo.

Las bases completas las podrán hallar en nuestro blog: www.suplementosolo4.blogspot.com; en la página de Facebook “Suplemento Cultural Solo 4” o en www.whynotmagazine.pe. Corran la voz y participen.

Un recuerdo necesario

Gerardo Garcíarosales

Foto: Jorge Jaime Valdez
Hace unos días, cuando me encontraba en la sala de exposiciones de la Beneficencia Pública de Jauja, en el homenaje que la Casa de la Literatura peruana, al lado de una brillante juventud, “Xauxa, tiempo y camino”, le tributara, con la calidad que debe tener una reunión de cultura, a nuestro Edgardo Rivera Martínez, tuve la oportunidad de conocer a dos personas, bastante jóvenes, y muy bien enteradas del movimiento literario de nuestro país, con las que entablé una breve y amena charla.
Para sorpresa mía, ambas jóvenes eran las hijas de Rivera Martínez. La mayor era Oriana y la menor María Alejandra, quiénes, como es de rigor, me preguntaron: «Y, ¿cómo fue que usted conoció a nuestro padre?» La respuesta quedó detenida hasta hoy:
Cursaba el tercer o cuarto año de primaria en el Colegio San José de Jauja. Precisamente, fue una de aquellas mañanas de recreo cuando lo vi por vez primera. Edgardo, en aquel entonces alumno de la secundaria, departía una amena conversación con los maestros Pedro Monge y Miguel Martínez Saravia, reunión que me pareció muy especial, pues los jóvenes estudiantes suelen disfrutar del recreo, acudiendo a los cafetines, jugando o conversando entre ellos de cosas que interesan a su edad, pero no suelen tener conversaciones amenas con los docentes.
Realmente, aquella reunión quedó grabada en mí, pues supuse que también aquel joven, serio y mesurado, tenía algún acercamiento con la literatura, pasión que había prendido, en mi aún pequeño corazón, su germen vitalizador. Don Miguel y don Pedro, alguna vez habían estado en casa de mi padre, junto a otros escritores mayores, a quienes yo admiraba con profundidad: Clodoaldo Espinoza Bravo, Sergio Quijada Jara, Algemiro Pérez Contreras, Armando Castilla Martínez, Jaime Galarza Alcántara y Luis Caparó Valdiglesias. Mi pequeño mundo estaba al contacto de otros mundos mayores, y había descubierto en el colegio que esta pasión ahora era compartida por otro estudiante adolescente.
Desde aquel día, nunca perdí de vista a Edgardo. Recuerdo que los sábados por la tarde, domingos o feriados, cuando jugaba en la puerta de la casa de mis abuelos, veía a estos tres inolvidables personajes de las letras, enrumbar unas veces, hacia los campos de Pancán o Chunán en busca de la sana frescura del diálogo y el esparcimiento espiritual, y otras, hacia los confines de Yacurán, de donde venía el agua más pura que he tomado hasta hoy.
¿Cuál era el tema que hilvanaba tan largas conversaciones? ¿Acaso el mundo mágico de la oralidad andina trasponía los linderos secretos de don Pedro Monge e incubaba nuevos derroteros? ¿Quizá aquellos campos se llenaban de pláticas exquisitas de asuntos lingüísticos planteados por don Miguel? ¿O alguna otra magia que destila el paisaje jaujino?
Tiempo después, nuestro entrañable amigo y pintor Hugo Orellana, por aquel entonces catedrático de la Facultad de Arquitectura de la UNCP, me presentó a nuestro singular novelista, y en aquel perfil reconocí al adolescente escolar a quién había admirado en mi niñez y hoy estrechaba su mano.

Muchos años después y a lo largo de encuentros esporádicos, pero fructíferos, asistí a este homenaje realizado por una nueva hornada de jóvenes impetuosos y maravillosos, sencillamente, que poseen una nueva visión de la literatura, del quehacer artístico-cultural, y que con justicia han brindado este merecido homenaje a uno de los grandes maestros de la literatura peruana: Edgardo Rivera Martínez, orgullo nuestro. 

COLUMNA: DESDE EL ATELIER

III Salón Regional de Pintura UPLA 2013

Josué Sánchez

El mercader de almas. Autor: Juan  Reyes.
La exposición de pinturas que se apreció en la Galería de Arte del Centro Cultural de la Universidad Peruana Los Andes los meses de agosto y setiembre fue un panorama de lo que es el arte pictórico en nuestra macro región centro.  El III Salón Regional UPLA 2013 albergó a veinte invitados que hicieron llegar sus obras desde Ayacucho, Huancavelica, Huánuco, Pasco y Junín para participar de la convocatoria de manera entusiasta y fraterna, y revelar a través de su respuesta no sólo un hondo sentimiento de hermandad, sino sobre todo un profundo talento artístico.
Desde el minucioso tratamiento de la figura y el paisaje que aparece en los cuadros de Leo Hilario Carvajal y Frida Velit Casquero hasta la pintura cercana a la abstracción de Christian López Aroni, pasando por las propuestas neofigurativas de Carlos Manuel Jiménez, Richard Laurente Medina, Milder Castellares Poma, Julio León Pérez,  Gino Ceras Calderón, Miguel Enciso de la Cruz y José Janampa de la Cruz, y las obras de los ganadores que líneas abajo comentamos, la muestra contuvo una pluralidad de expresiones de gran riqueza artística, que permitió descubrir formas y colores, ritmos y texturas de estilos variados, que reflejaron en su mayoría una herencia cultural andina, con formas iconográficas de las culturas pre hispánicas y contenidos figurativos locales y sociales propios de cada departamento. En resumen, se trató de pinturas que con un lenguaje personal y distinto, mostraron una concepción del arte como una realidad visual objetiva y simplificada en unos casos, o como una complejidad enaltecida y subjetiva en otros, descubriéndose en ellas elaboraciones intelectuales de altísima calidad, unidas a un saber dibujar y un saber pintar, que hablan del talento y la rigurosidad técnica de los artistas del centro del país. 
Quina Kuma Warmi. Autor: David Camavilca.
Cabe destacar la excelencia de los artistas autores de las pinturas ganadoras. El mercader de almas de Juan Reyes Guerrero es una pintura verdaderamente sobrecogedora. Los cuerpos mutilados de las almas con las que el mercader comercia muestran nuestra sociedad encadenada, presa de la desesperanza, donde el grito solo es un silencio y un vacío. Mujer de las quenas de David Camavilca Collazos es una ensoñación de los seres del Uku Pacha, el mundo de abajo,  que encanta por la belleza de su contenido onírico.
No puede terminarse este breve recuento, sin mencionar la conmovedora ausencia de Pedro Aliro Aranda Egoávil, quien a temprana edad deja un vacío en nuestro medio artístico. Sus pinturas, de excelente factura, le auguraban un gran futuro. El III Salón Regional de Pintura le brindó un homenaje póstumo con una pequeña muestra de sus obras.

Con pinturas cargadas de auténtica pasión y emoción artística, llenas de los maravillosos colores del ande peruano, con un marcado acento de identidad, el reciente salón regional de pintura se constituyó así en la expresión del vigor y la vigencia de las artes plásticas de la macro región centro del país.

COLUMNA: EL BUEN SALVAJE

El arte universal de ser niño

Sandro Bossio


Mariana es una niña que quedó huérfana cuando apenas tenía tres años. Su padre, el gaditano Pedro de Castilla, no puede con su crianza debido a sus viajes y, por ello, decide enviarla a casa de su tía Catalina, en el virreinato del Perú. Así, al lado de su doncella Laura, la pequeña Mariana (a quien su madre, desaparecida en un naufragio siete años antes, llamaba cariñosamente “Mar”), empieza su aventura por el océano Atlántico.
En el barco, como en la prodigiosa imaginación de la niña, hormiguean las leyendas: esos mares están llenos de piratas (sobre todo de los que están al mando del malvado Bramón); islas que aparecen y desaparecen; viejos dragones alados que merodean sobre las peñas. Mariana vive fascinada por esas historias, que pronto se hacen realidad cuando un grupo de bucaneros (los mismísimos de Bramón), haciéndose pasar por náufragos, toman el barco y planean asaltarlo. Mariana los escucha, pero teme denunciarlos porque su fama de bromista ha llegado al límite. Lo bueno es que Mariana, a expensas de su institutor Antonio, antes de embarcarse ha aprendido el manejo de la espada.
Esta línea argumental se abre en un rico entramado literario (un verdadero encaje colonial por decir lo menos), donde se despliegan varias historias en una rica estructura llena de rompimientos temporales y saltos cualitativos. Entre ellas, tenemos la historia en retrospectiva de Bramón, Cobra (abuelo de éste), Sofía (madre de Mariana), los antepasados del dragón Dorado, entre otros.
Más adelante, Mariana y sus amigos llegarán a una extraña isla, donde la intrépida niña conocerá al dragón de oro, que empieza a comunicarse con ella mentalmente y la llevará a conocer el secano, donde Mariana vivirá lo inesperado.
Bajo tales premisas, y tal como la literatura infantil tiene que mostrarse, esta novela goza de profundo lirismo y mucha consideración por la inteligencia de los pequeños lectores. Se trata, pues, de una obra con contenido humano y psicológico, de plena realización estética, y con técnicas y recurso modernos que van más lejos de las insustanciales historias para niños con las que autores menos diestros menosprecian su capacidad intelectiva. Personalmente, nos regodeamos en la ambientación histórica de la novela, que pone en relieve una cuidadosa investigación y un envidiable dominio de escena.
Esto hace que la novela de Córdova Rosas se acerque a la obra total en el género infantil, donde encontraremos un hecho artístico, un hecho histórico, un hecho social, un hecho psicológico y, por qué no, hasta un hecho editorial, pues se trata de un libro de enorme acogida.
Escuchamos a menudo que la literatura infantil tiene como características principales la trama lineal, los lugares inmanentes, el estilo narrativo directo. Sin embargo, estas “recetas” no siempre funcionan: la novela de Córdova Rosas, que fractura arriesgadamente estos moldes, procede a la perfección con las nuevas perspectivas propuestas por la escritora.

Estamos convencidos de que la literatura infantil es un arte que recrea afectos y emociones; contenidos humanos profundos; búsqueda de mundos incógnitos; así como sentimientos, fantasía y aventura. Todo esto está en la obra de Córdova Rosas. Sin embargo, estamos convencidos de que una obra infantil debe mostrar, sobre todo, respeto por la inteligencia e integridad del lector, punto en el que nuestra autora brilla, haciendo de esta obra (como todas las que firma) poesía, tradición, drama, anécdota, una verdadera epifanía que ilumina el alma de ser humano que es o ha sido niño.

DESLECTURAS (CLÁSICAS): Joseph Conrad: ‘El corazón de las tinieblas’ (1901)

El horror, la locura, en las tinieblas de la humanidad

Juan Carlos Suárez Revollar

El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, ilustrado por Matt Kish.
Dislocada y delirante es la imagen del Congo belga de finales del siglo XIX en El corazón de las tinieblas (1901), la obra maestra de Joseph Conrad. La novela inicia con un ambiente apacible y diáfano, poco antes de que Marlowe relate su inmersión en unas metafóricas tinieblas, un mundo primitivo donde el alma humana toca fondo y pierde todo asomo de razón. La historia ocurre en la jungla africana —aunque en el libro no se menciona ubicaciones—, controlada por la Societé Anonyme Belge por le Commerce du Haut-Congo, que pese a sus pretensiones filantrópicas, era en realidad una codiciosa empresa de explotación, saqueo y exterminio.
Al margen de la realidad real, el narrador tiene una visión particular de las cosas, que muestra a gentes trastornadas y carentes de toda lógica. Son elocuentes el barco que cañonea hacia la nada en los matorrales o los constructores del ferrocarril que realizan voladuras demasiado alejadas de los futuros rieles. Estas tierras llevan a tornarse en violentos a hombres apacibles; y además de la mente, destruyen el cuerpo con la malaria y otras enfermedades tropicales, si es que el desquiciado estado de los hombres blancos no los lleva a matarse o a obligar a los nativos a asesinarlos en legítima defensa. Las tinieblas podrían definirse como lo más oscuro del alma humana, donde confluyen el mal y la locura. Pero también lo más primitivo de la tierra y los inicios de la creación, un territorio inexpugnable y alejado de la civilización.
El verdadero protagonista de la novela —implícito y constante— es Kurtz, una inteligencia superior que no solo ha acopiado para la compañía más marfil que todos los demás agentes juntos, sino que ha construido en su estación, a partir de la nada, una suerte de reino donde él es tenido entre un monarca y una deidad. El retrato de profunda admiración que le hacen los demás contrasta con el mesurado e incrédulo que recoge Marlowe, pues este lo conocerá en los albores de la muerte, cuando la enfermedad y la locura —hombre al fin y al cabo— han destruido lo extraordinario que había en él. ¿Qué lleva a un ser de gran talento como Kurtz, sensible a la poesía, la música y la pintura, a abandonar Europa para sumergirse en las tinieblas? La razón sería pueril y terrena: desaprobado por la familia de su prometida por no ser lo suficientemente rico, se sugiere como causa la impaciencia por su pobreza. Como los otros, su objetivo es extraer los recursos del Congo, pero queda claro que él es todavía peor, pues ha saqueado, robado o estafado más marfil que el resto.
Para Marlowe la estación de Kurtz es «una tenebrosa región de sutiles horrores y de un salvajismo puro». Desde su llegada a ese punto, la narración toma un cariz delirante, como si se tratase de una pesadilla.
Aunque se revela que el ataque al vapor que acaba con el timonel muerto fue por orden de un Kurtz ya enloquecido, la confusa batalla tiene el aspecto de una confrontación entre las fuerzas de la naturaleza y el hombre blanco que ha llegado para saquearla, una constante en toda la trama.
La novela tiene a dos narradores: el primero es anónimo y reproduce lo que Marlowe —el segundo— le cuenta de su experiencia en el Congo. Este doble filtro profundiza la subjetividad del relato (de por sí, la historia de Marlowe ya lo es).
Antes de morir, Kurtz resume en sus últimas palabras el estado en que ha acabado toda la aventura congolesa del hombre blanco: «¡El horror!». No creo que exista intento mejor que esta novela en la eterna exploración de las tinieblas de la humanidad.
  
MÁS DATOS: Joseph Conrad


Nacido en Polonia en 1857 con el nombre de Konrad Korzeniowski, escribió su obra en inglés. El ejercicio de la marina en su juventud le dio abundante material para sus más de veinte novelas, que distan largamente de la literatura convencional de aventuras por la profundidad y el cuidado de su técnica. Obras suyas son La línea de sombra, Lord Jim, El agente secreto o El corazón de las tinieblas, esta última protagonizada por Marlowe, un alter ego suyo. Se trata de uno de los narradores más importantes de la literatura universal. Murió en Inglaterra, su segunda patria, en 1924.

PERFUME DE MUJER:

Kim Novak en París

Fernando Ampuero


Y en semejante trance, el argentino descubrió otra maravillosa dimensión de Kim Novak: el escote de su vestido donde asomaban unos senos voluptuosos, el cosquilleo de su leve y embriagador perfume. Entonces, se hundió en sus ojos, que resplandecían en la penumbra como dos aguamarinas, aproximando su rostro al suyo, buscando su boca. Y la beso. Su boca era grande y húmeda y en ella se perdía la noción del tiempo y del espacio…

Alice Munro

Dante Trujillo

Alice Munro acaba de ganar el Premio Nobel de Literatura 2013. Este reconocimiento le fue otorgado, sobre todo, por ser la "maestra del relato breve contemporáneo", según la academia sueca. Es la primera autora canadiense y la decimotercera mujer en conseguir este invaluable premio. A continuación, una breve reseña Buensalvaje sobre la obra de esta enigmática escritora.

Alice Ann Munro (Wingham, Ontario, 10 de julio de 1931).
Creo que hay que estar preparado para leer a Alice Munro. O que es mejor estarlo que no. Estar anímicamente bien parado, sereno, porque lo que le espera al lector no será fácil. Asimismo, junto con la entereza, deberá gozar de una piel sensible, que le permita mantenerse en alerta constante. También es recomendable disponer de tiempo suficiente para emprender esta colección de historias que lo van a detener, que alterarán su ritmo habitual, que lo harán volver sobre lo ya leído, porque leerla es sorprenderse con una sensibilidad exquisita y sobrecogedora. Lo de esta autora es más el árbol que el bosque.
Si existe la literatura 'light', la de Munro no es pesada (menos 'heavy'), pero es exactamente lo opuesto. Para quienes no la conozcan aún, Alice Munro (Ontario, 1931) es considerada una maestra absoluta del relato contemporáneo. Ha escrito diez libros de cuentos, creo que solo una novela, y ha merecido una larga lista de premios por su labor, siendo de hecho el más valioso el reciente Premio Nobel de Literatura 2013.
En el mundo anglosajón, pero sobre todo en Canadá, Munro es una heroína. Lo mejor del caso es que se trata de una adalid intelectual sin pretensiones intelectuales, sencilla, que conecta con los sentimientos y realidades de miles de personas, especialmente de los inmigrantes —que sobrellevan el hecho de serlo aun cuando vivan desde hace varias generaciones en su nuevo hogar—, los que menos tienen y las mujeres.

Literariamente hablando, es hija de Chejov y McCullers, prima de Carver y Cheever, tía de Richard Ford y de Wells Tower. O sea, lo suyo es menos por más. Cotidianeidad aparentemente inofensiva, anticlimax sostenido, la vida “gris y sin emociones” de la mayoría, mientras por debajo pasa un río tan subterráneo como caudaloso.