lunes, 8 de abril de 2013

Solo 4. Edición 464, del 06 de ABRIL de 2013. Año IX


LA CITA:

«Todo niño es un artista que canta, baila, pinta, cuenta historias y construye castillos. Los grandes artistas son personas extrañas que han logrado preservar en el fondo de su alma esa candidez sagrada de la niñez.»

Ernesto Sábato, La resistencia

LO ÚLTIMO: Edición de homenaje a Cancialina Laureano y la faja huanca


Cancialina Laureano nació en Viques (Huancayo), en 1926. En su prolífica existencia consolidó notablemente su trabajo como tejedora de fajas o “watraku”, que conservó y heredó de su familia. Sus tejidos se han paseado por el mundo, y la han convertido en una de sus más notables cultoras de este arte.
Falleció hace exactamente un mes, el 06 de marzo, es por ello, que con esta edición queremos rendir un especial homenaje a su extraordinaria labor y a la faja, ese elemento que por sus virtudes estéticas y técnica milenaria, hoy, nos enorgullece tanto como ella.
Además, con la intención de conservar el trabajo de Cancialina Laureano y todas las tejedoras de las comunidades de Viques, Breña y Huacrapuquio, hace pocos días, se conformó una comisión que tiene la finalidad de elaborar el expediente para obtener la declaratoria del “watraku” del valle del Mantaro como Patrimonio Cultural de la Nación.
En los próximos días se iniciarán las labores de campo, que permitirán recolectar los testimonios, conocimientos y experiencias de las tejedoras de las comunidades mencionadas, para luego proceder a su sistematización.
La comisión está encabezada por el eximio artista popular Pedro González Paucar, e integrada por el personal del Área de Patrimonio Inmaterial Contemporáneo de la Dirección Regional de Cultura, además de contar con la asesoría de la investigadora María Elena del Solar, experta en textiles andinos, voces importantes que se unieron también para este número especial de “Solo 4”.

Cancialina Laureano y su herencia patrimonial


María Elena del Solar D.

Foto: Archivo Pedro González
Una de las fuentes primordiales para la comprensión de la transcendencia del tejido en el mundo prehispánico fue escrita por el etnohistoriador, de origen ucraniano John Murra, en 1962, quien, más allá de la virtuosidad técnica de los “cumbicamayoc”, destacó la importancia de la función cumplida por los textiles en todas las esferas de la sociedad inca.
Más adelante, diversas perspectivas en la aproximación al estudio de los tejidos andinos han producido notables avances en el conocimiento de las técnicas, de las funciones económicas, sociales, rituales e ideológicas, tanto como en sus cualidades estéticas y de representación iconográfica. Todas conducen al entendimiento de la alta complejidad técnica, así como simbólica, de los tejidos andinos.
Tramadas en el mismo telar de tradición andina, de varillas móviles y una  estructura extremadamente simple, las fajas del valle del Mantaro, llamadas “watraku” en lengua huanca, constituyen una hermosa muestra de la persistencia de una prenda antigua, que hombres y mujeres del campo continúan vistiendo cotidianamente. Aunque el modelo de faja que conocemos implica una combinación de probables diseños prehispánicos, coloniales y republicanos, la técnica de producción conserva la tradición del tejido en telar de cintura de origen prehispánico, recontextualizada en procesos modernos como son la extrema movilidad poblacional, y la migración y expansión de los mercados de la región.
La construcción de la memoria nos refiere a problemas no solamente de la tradición sino también de las diversas maneras de su transmisión. Por lo general, su confección está a cargo de las mujeres, con algunas pocas excepciones, y la transmisión de este conocimiento especializado se da en el espacio familiar, donde hoy encontramos a niñas de doce años expertas en su producción, que además contribuyen con su venta al ingreso familiar.
Lo interesante aquí es resaltar procesos internos, o desde adentro, asociados a la consolidación de una identidad local, donde se reconfiguran y recrean elementos que van a representar, de manera notable, al grupo.
Desde las últimas décadas, esta tradición rural del empleo de fajas de cintura, extrapolada a la esfera urbana, ha entrado en gran vigencia influyendo de manera notable en su consumo local, como parte imprescindible de la vestimenta que acompaña los eventos performativos de la identidad huanca, entre la multitud de jóvenes danzantes de Huaylarsh. Éstos compiten en importantes concursos desarrollados en los diversos distritos de Huancayo y Lima, en la temporada de carnavales.
Es decir, no es la estandarización de una prenda destinada a su comercialización como recuerdo de una visita al Perú, es más que eso, es su incorporación como parte de una vestimenta que identifica a quien la porta como miembro de un territorio particular y de una comunidad étnica.
Conocí poco a doña Cancialina Laureano —magnífica tejedora de fajas— en el ámbito de la Asociación “Kamaq Maki”, extraordinario proyecto que logró rescatar y revitalizar muchas de las líneas artesanales más representativas del valle del Mantaro, allá por la década de los 80, gracias al tesón y entrega de doña Francisca Mayer y del equipo de artistas populares que la acompañaron sin desmayo. Las finas fajas tejidas por doña Cancialina lograron preservar la calidad de los diseños, en la justeza de las proporciones y la delicadeza de las tonalidades naturales, que destacaban el dibujo sobre el fondo listado.
Nadie como ella para mantener generosamente dispuestos los 840 hilos de la urdimbre —cuando el patrón actual alcanza escasamente los 440— distribuidos en los tres lisos que controlan los sectores de color. Otra excelencia de la diestra tejedora ha sido el mantenimiento y transmisión de este particular sistema de ideas, que configura una lógica matemática para escoger los pares de hilos y desarrollar los dibujos, desde la memoria, en las dos caras de las urdimbres complementarias.
Cancialina Laureano nunca recibió un homenaje oficial en vida, ella tejía recreando la cultura heredada de sus padres y estaba orgullosa de su tarea. Su aporte como portadora de la memoria del tejido tradicional huanca, recogido afortunadamente por su hija Blanca Huamán, abre perspectivas para incorporar este importante conocimiento especializado del tejido de fajas, de la zona sureña del valle, al gran panorama cultural e histórico del Mantaro y al mapa textil del país, reivindicando su valor patrimonial.

Adiós, mamá Cancialina


Pedro González Paucar

«Tengo grabada, en mi corazón, la imagen de encontrarla sentada en su corredor, con el telar estirado del poste a su cintura». - Foto: Soledad Mujica
Cancialina Laureano Marín, la tejedora del “challpi wathrako” (faja multicolor), partió de viaje a la eternidad el 6 de marzo. Su ausencia afecta profundamente y enluta el arte popular. Nos indigna que, en vida, no haya sido reconocida por autoridad alguna, siendo una de las más grandes exponentes de la textilería tradicional Wanka y del Perú.
Desde 1979 hasta mediados del 90, nuestra querida Cancialina —junto a otros artistas renombrados— perteneció a la asociación de artesanos “Kamaq Maki”. Gracias a su talento, sus tejidos se encuentran en colecciones, estudios y museos de Europa, Japón y EE.UU. Ha sido más conocida y respetada en el exterior por especialistas en textilería que en el Perú, donde solo un puñado de admiradores y artistas la frecuentábamos.
Para apreciar y comprender el valor de su trabajo, se requiere tener cierta sensibilidad y conocimiento de su uso, reconocer sus texturas, conocer el leguaje de sus figuras, la aplicación de los tintes naturales a sus hilos y más.
Para los conocedores, las fajas de Cancialina siempre despertaron admiración por su alta calidad artística, por la complejidad de su técnica y la armonía de sus colores. Para tener una idea, una faja de 10 cm contiene como mínimo 840 hilos de urdiembre y, a lo largo de 190 cm, desfilan un sin número de figuras estilizadas conservando aun las estructuras prehispánicas.
Pocos fuimos los que tuvimos la suerte de conocerla y el privilegio de recibir, alguna vez, sabias lecciones de la lectura iconográfica de la faja. Con su español entreverado con “Wanka limay” (hablar Wanka) y su risa fácil, se dejaba entender, inspiraba afecto, respeto y ternura. Me temo que con ella perdemos a la heredera de un conocimiento que viene desde hace miles de años.
Cancialina nació en Viques, en 1926, fueron tres hermanas las que aprendieron el arte de tejer de su madre María Marín, y ella, a su vez, lo recibió de la suya, Antonia Sinche. Guardaba entre sus prendas, como una joya, la faja fina de “pampa” azul de su mamá (gastada los bordes por el uso) que, de vez en cuando, mostraba para usarla como modelo.
Me contó que a los 12 años ya dominaba la “kallwa” (telar de cintura) y, a los 17, se inició llevando a la feria dominical sus tejidos. Nunca tuvo un puesto, solo colocaba su manta en algún rincón y ofrecía su trabajo a los turistas. En los últimos años, continuó tejiendo,  pero solamente por pedido.
Vivió en su casita de adobes y tejas, en la esquina de la plaza de Viques. Tengo grabada, en mi corazón, la imagen de encontrarla sentada en su corredor, con el telar estirado del poste a su cintura, concentrada con los dedos en la urdiembre, haciendo el “aklay” (selección de los hilos para la figura). Mamá Cancialina trabajó hasta que se derrumbó el techo de su habitación principal y, con ello, se desprendió el poste del corredor, por lo cual ya no pudo «estirar su urdiembre». Los últimos años, los pasó quejándose de sus hijos que no repusieron la columna para proseguir con su arte.
Con el viaje sin retorno, cierra una etapa y deja el camino de la creación a su hija Blanca Huamán (ganadora de un concurso nacional de tejidos el año pasado), para seguir las huellas de su extraordinaria madre. Esperamos que así sea.

La faja, milenaria prenda andina


Manuel F. Perales Munguía

Fotos: Archivo Pedro González
En los Andes, la actividad textil ha tenido gran importancia desde la época misma de la llegada de los primeros seres humanos a este territorio, tal como demuestran varios hallazgos que datan de los tiempos del periodo Precerámico. A partir de entonces, con el transcurso del tiempo, la textilería fue alcanzando paulatinamente niveles más altos de expresión estética y calidad técnica, que se pueden apreciar en los magistrales tejidos de pueblos como Paracas, Huari o Chancay.
En los tiempos del Tahuantinsuyo, los textiles cumplían un papel central en la política, al ser considerados elementos con los que se podían pactar acuerdos o sellar alianzas, entre líderes locales y funcionarios del Estado. El propio Inca solía regalar prendas muy finas, o ropa del tipo “cumbi”, a quienes le demostraban lealtad.
Por otro lado, en el aspecto mágico-religioso y ritual, la ropa servía también como un recurso que protegía a su portador de los malos espíritus o maleficios. En este sentido, gracias al estudioso John Murra, hoy sabemos que cuando había enfrentamientos bélicos entre bandos opuestos, se buscaba quitarle la ropa al enemigo, creyendo que con ello se le causaba daño y se le podía vencer.
Un tipo de prenda que ha tenido una fuerte presencia, como parte del vestuario de las poblaciones andinas prehispánicas, es la faja, cuyo uso fue generalizado en el antiguo Perú, y lo es aún en nuestros días. En cada región se le conoce con un nombre distinto e, incluso, en la sierra central peruana esta diversidad de términos es destacable. Así, por ejemplo, en Huancavelica se le denomina “chumpi”, en tanto que en el valle del Mantaro es llamada “watraku” o “watruku”, según la zona en la que nos encontremos.
En nuestra región, las fajas conservan aún muchos de los atributos que tenían sus similares de tiempos prehispánicos. Por ejemplo, todavía algunas de ellas se elaboran “por encargo”, con la finalidad de entregarlas en calidad de obsequio a otra persona, con ocasión de alguna celebración o acontecimiento especial. Asimismo, persiste todavía en varias comunidades la convicción de que esta prenda es un elemento protector frente a “daños” que podrían ser, eventualmente, causados por algún enemigo.
En el caso específico del valle del Mantaro, el uso tradicional del “watraku”, en contextos rituales y de trabajo, es todavía importante en varias comunidades, como se observa en las celebraciones de San Lucas en octubre, que marcan el inicio de la siembra, o en las fiestas de Santiago o “Tayta Shanti” en julio.
En el ámbito urbano, en ciudades como Huancayo y localidades vecinas, la presencia de la faja se ha afianzado en ocasiones como el tiempo de carnavales, donde esta prenda persiste aún como elemento indispensable del vestuario del Huaylarsh Moderno.
Por todo lo expuesto, resulta evidente que la faja es, quizás, la única prenda prehispánica que mantiene bastante vigencia hasta la actualidad. Su presencia debe considerarse, entonces, como una muestra clara de la fuerza y vigor de nuestra cultura andina, en el contexto actual de globalización. Por eso mismo, debe rescatarse su valor como referente de identidad para nuestros pueblos.

COLUMNA: UN MUNDO PERFECTO


Django sin cadenas

Jorge Jaime Valdez


Quentin Tarantino es uno de los pocos creadores que solo hace películas buenas. Incluso las que son consideradas menores como “Jackie Brown” o “A prueba de muerte” tienen un encanto indudable; las otras: “Perros del depósito”, “Kill Bill” o “Bastardos sin gloria” son soberbias, y “Pulp Fiction” es una obra maestra. “Django sin cadenas” es su última entrega y es un filme notable, que solo confirma el endemoniado talento de este alquimista del cine.
“Django Unchained” es un homenaje y una reinvención del Western, el género rey, como se le conoce, específicamente del “Spaghetti Western” o Western mediterráneo, un subgénero cuyo máximo representante fue Sergio Leone. Este tipo de cintas se rodaban en Europa, con presupuestos bajos y eran consideradas de Serie B.
Como en sus otras películas, Tarantino juega y mezcla los géneros y subgéneros que conoce muy bien por su cinefilia voraz. Puede saltar con facilidad de una situación dramática al humor, de lo normal a lo extravagante, o conmueve y divierte a la vez. También hace una revisión personal de la historia, en clave de ficción, obviamente, en “Bastardos sin gloria”, donde hizo que un grupo de judíos mataran a Hitler en afán justiciero. Esta vez, es un héroe negro que a balazos venga el abuso, el maltrato y la explotación que sufrieron los afroamericanos en el sur de los Estados Unidos, en los tantos años que duró la esclavitud.
Este western atípico nos cuenta la historia de un esclavo llamado Django que es liberado por un asesino a sueldo alemán con poses aristocráticas, para que lo apoye a encontrar y matar a unos hermanos que son perseguidos por la ley; a cambio, él ayudará al esclavo liberto a encontrar a su esposa que trabaja en la hacienda del despiadado y ambiguo señor Candie, interpretado con solvencia por Leonardo Di Caprio.
Otro talento del cineasta es su capacidad de dirigir actores, pone a artistas olvidados o subestimados en sus filmes, y ellos lucen notables. Di Caprio da la talla ante un extraordinario Christoph Waltz, o Samuel L. Jackson, su actor fetiche —sale en tres de sus cintas— que en éste hace un personaje corto pero muy bien logrado. En realidad, es él quien maneja “Candyland” y a su desalmado y sádico propietario. Compone una caracterización desagradable: un negro racista, con corazón de blanco, manipulador, intrigante y calculador. Waltz, por otra parte, se llevó el Oscar por “Bastardos sin gloria” donde interpretó a un nazi cruel y políglota, ahora repite el plato y vuelve a ganar la estatuilla encarnando a otro personaje “tarantiniano”.
La música es otro acierto, como en la mayoría de su filmografía: “Pulp Fiction” es un clásico contemporáneo en gran parte por su “soundtrack”, y ésta no es la excepción. Las tonadas de filmes del oeste se mezclan con una gran variedad de temas extraídos de la música popular. El artífice es el argentino Luis Bacalov.
La fotografía se luce al igual que la puesta en escena, y la violencia no parece terrible, sino estilizada y plástica. Es menos sangrienta que sus primeros filmes, pero incluye tiroteos y sangre a chorros como una marca personal.
También se rinde homenaje al “Django” original. En la escena donde el señor Candie observa a dos mandingos moliéndose a golpes, en la barra del bar vemos a Franco Nero, el primer Django, quien conversa brevemente con Jamie Foxx, el Django negro y justiciero. Al igual que otros cineastas, Quentin Tarantino hace un pequeño papel en la cinta, lo curioso es como desaparece: volado literalmente en mil pedazos.
Finalmente, sólo queda recomendar esta película desenfadada, fresca, lúdica que es otro gran acierto en el cine de Tarantino, a la espera de su próxima entrega que, seguramente, dinamitará otra vez los géneros del séptimo arte.

PERFUME DE MUJER:


La alfombrilla de los goces y los rezos

Li Yu


Cuando mi marido vivía, yo solía pedirle que sedujera a una criada y que lo hiciera lo más rápida y ruidosamente posible, para que la muchacha no pudiera contenerse y comenzara a gritar. Eso me transportaba y tosía, momento en que él volaba a mi cama y empujaba con todas sus fuerzas. Le hacía pasar por alto la estrategia habitual y lo arrojaba a un ataque continuo. Yo no sólo experimentaba una sensación placentera en mi interior, sino que ésta llegaba al fondo de mi corazón y me corría después de setecientas u ochocientas arremetidas.

BREVIARIO: “Los mataperros” regresan en nueva edición ilustrada



Una nueva edición de la novela juvenil “Los mataperros”, de Héctor Meza Parra, empezará a circular desde mediados de este mes. El libro, que fue elegido por la Dirección Regional de Educación de Junín para el XIX Concurso Regional de Comprensión y Producción de Textos en estudiantes del primero de secundaria, tendrá una edición popular que se distribuirá en toda la región Junín por cinco nuevos soles.
Meza Parra indicó que «este esfuerzo se hace para poner el libro al alcance de todos los bolsillos, en una edición completa e ilustrada, que busca combatir la piratería, pues los ejemplares piratas son ilegibles, tienen fragmentos mutilados y hasta graves errores de ortografía».
Esta nueva edición de “Los mataperros” cuenta con muchas ilustraciones de interiores y un diseño adecuado a lectores adolescentes, además, abre la colección “¡A leer en el cole!”, de Acerva Ediciones.
Por otra parte, se anunció el decomiso de una versión pirata que estaría circulando, e inmediatas acciones legales contra aquellos que la vengan comercializando ilegalmente.
El autor exhortó a los docentes a evitar entre sus estudiantes los ejemplares “bamba” que, por sus defectos, afectarían la comprensión de lectura y, por eso mismo, el desempeño en el próximo concurso de comprensión y producción de textos.

No hay ciudad sin espacios públicos de calidad

Máximo Orellana Tapia
The 5th Avenue: Los espacios públicos están asegurados para el ciudadano de a pie.

 Desde las pioneras y agudas observaciones de Jane Jacobs, se puede entender que uno de los soportes más importantes para que una urbe sea acogedora y humana, es la calidad de sus espacios públicos en sus diferentes niveles: suficiencia, accesibilidad, mobiliario adecuado, inexistencia de barreras arquitectónicas, etc.
Hace unas semanas, en Nueva York, donde esta celebre mujer desarrolló gran parte de su activismo en planificación y diseño urbano, luego de recorrer la impecable 5th Avenue, la bulliciosa Brooklyn o el emblemático Central Park, pude corroborar que los espacios públicos son los que caracterizan a una ciudad. Éstos constituyen una especie de “espíritu de la urbe”, ese algo que las vuelve inconfundibles, que permanezcan en la memoria y hace grato volver a visitarlas.
Este tema ha venido cobrando importancia en nuestro país, desde hace unas décadas, influenciado por intervenciones urbanas importantes a nivel mundial y por trabajos realizados en algunas metrópolis sudamericanas que han logrado revertir situaciones deplorables. Para nuestro caso, este tema requiere ser trabajado denodadamente, pues Huancayo y las demás ciudades del centro del país merecen verdadera calidad urbana.
Las instituciones de gobierno y la ciudadanía tenemos que saber construir áreas públicas que vayan más allá del adorno y la referencia “kitsch”, o cualquier otra preferencia trasnochada de algún político o técnico de turno.
El primer paso importante debe ser la toma de conciencia y sensibilización frente al comportamiento de las personas respecto a los espacios públicos, a través de campañas o programas por los diferentes medios de comunicación, para que el ciudadano pueda entender, entre otras cosas, que las calles, plazas y demás, pertenecen a todos, por tanto, su accesibilidad tiene que ser irrestricta en todo momento, debiendo no ser invadidas bajo ningún pretexto injustificado.
Las instituciones son las que deben liderar un esfuerzo importante para dignificar estos lugares, junto a los propietarios (sobre todo comerciantes) que al sobreponer sus intereses lucrativos parecen no tener idea alguna de lo que esto significa.
La siguiente acción sería suprimir o mejorar la gran cantidad de barreras arquitectónicas existentes: rampas mal realizadas o la carencia de las mismas, desniveles abruptos, postes u otros elementos mal ubicados y más; así también, la erradicación de elementos peligrosos: restos metálicos punzantes, residuos o salientes de concreto, escalones inadecuados, “placas recordatorias” que políticos delirantes dejan como “única huella” de su paso, etc.
Un tercer elemento clave es la contaminación visual que debe ser, progresivamente, erradicada mediante reglas sencillas y claras, pero llevadas a cabo con firmeza y oportunidad. Esto evitaría la anarquía y arbitrariedad en la colocación de cientos de anuncios publicitarios, que alteran la morfología de las edificaciones y distorsionan el paisaje construido.
Es importante saber que para que una ciudad sea vista como tal, y no sea solo la sumatoria de un conglomerado de edificaciones, el concepto de espacios públicos debe ser comprendido con mayor amplitud y calidad. Dentro de este contexto, lo señalado son solo algunas pautas viables, que imperiosamente requieren todas las urbes peruanas, en estos momentos en que abundan los discursos de desarrollo y sostenibilidad.