domingo, 3 de marzo de 2013

Solo 4, “459”, del 02 de MARZO de 2013, año IX


LA CITA:

«Mi desvelo fue siempre persuadir a la mujer de que no la engaño. A esta no podré persuadirla jamás de que no la quiero.»

Adolfo Bioy Casares, Historias de amor

LO ÚLTIMO: Convocatoria a concursos nacionales de cuento y poesía “Premio FELIZH - 2013”


El Comité Organizador de la V Feria del Libro Zona Huancayo convoca al V Concurso Nacional de Cuento y IV de Poesía “Premio FELIZH - 2013”, teniendo como fecha límite de recepción de trabajos el viernes 10 de mayo del presente, hasta las 18:00 horas.
Los escritos, para ambos certámenes, podrán ser entregados en el Diario Correo, Jr. Cusco N° 337 - Huancayo, o en la Editorial Gráfica Curisinche, Jr. Cusco N°416 - Huancayo. Los jurados calificadores son renombrados escritores y poetas nacionales.
Los ganadores se harán acreedores a un viaje a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en México, con los pasajes, estadía por 4 días, alimentos y entradas para dicho evento; además, se financiará el 100% del costo de publicación de su obra bajo el sello Editorial Gráfica Curisinche.
¿Quiere saber más? Las bases generales las puede encontrar en el blog y en el perfil de Facebook de “Solo 4”.

El militarismo en la educación


Javier Garvich


Para nosotros, el desfile de inicio del año escolar o de Fiestas Patrias puede ser lo más normal. Es más, para nuestros escolares puede resultar, incluso, su momento de gloria. Sin embargo, este simulacro paramilitar es chocante a los ojos de cualquier extranjero.
Mi hijo, educado en España —donde no existen uniformes escolares obligatorios y los chicos pueden asistir a clase con el pelo largo— se asustó de las “peruanísimas paradas escolares” y, más aún, de la pasión que ponían nuestros estudiantes en marchar mecánicamente, cuidar su impecable uniforme e incluso aventurarse con el paso de oca —«¡Papá, esto es fascismo!».
En un país con poca cultura musical, resaltaban las bandas escolares de tarolas, bombos y xilófonos que, generalmente, alimentan los desfiles. Lo que aparentemente es un homenaje a la patria, en realidad es un pobre remedo de la cultura militarista en este país. Porque el asunto es ese.
Un país donde nuestras fuerzas armadas han perdido casi todas nuestras guerras, ¿cómo legitimarse ante el resto de peruanos? Donde bajo la bandera patria masacraron a campesinos desde los tiempos de Atusparia o  Rumi Maqui  hasta los años terribles que todos conocemos. ¿Cómo legitimarse?
Pues apropiándose de la educación, marchando, embutiéndonos de héroes criollos, marchando, hablando de una nación inexistente, marchando, ignorando nuestro extraordinario pasado prehispánico, y marchando.
Ser “Escolta” es algo muy valorado por el colegial promedio, una suerte de “popstar” pero en pequeñito. Ojo a los entorchados, la corbatita, el blazer náutico y los guantes ceremoniales. Todos paraditos en posición de firmes. Así es como quiere vernos la Marina de Guerra.
Desfilan llenos de orgullo porque se “alucinan” personajes de peruanidad. Es en ese momento del desfile donde se consideran peruanos, nos guste o no.
Perú, país conflictivo y contradictorio. El militarismo —y la religión— se han convertido en reservorios de ética y moral en un país donde se pisotea con impunidad la ética y la moral. En los colegios públicos se derrochan cientos de horas entrenando para desfilar. Se fomentan actos religiosos en la creencia que ellos evitarán que nuestros escolares se vuelvan pandilleros o drogadictos. Porque esa es la trampa: marchando y rezando tendremos que acabar con las lacras del alcohol, la delincuencia y la drogadicción.
Y todo eso en colegios públicos donde algunos directivos roban, algunos profesores “trapichean” notas y algunos escolares desertan, porque creen que lo que estudian no les sirve. El problema no es que no sepan valores, los conocen perfectamente.
Saben también que los adultos se orinan en dichos valores, que sus padres engañan a sus esposas, que pegan a sus hijos sin razón, que solamente ven “telebasura”, que le niegan a su hijo comprar libros mientras tienen en un tabloide chicha la única literatura en casa. Que la “viveza”, la “pendejada”, la “criollada” dan plata y que la sinceridad es sinónimo de “estupidez”, que la solidaridad es cosa de perdedores, que la heroicidad es algo, sencillamente, incomprensible; y así creemos que marchando aprenderán valores.
Afortunadamente, ese tiempo está pasando y aumenta la idea de buscar otras formas mucho mejores de querer este país. Hoy, en los mismos colegios donde se concertaron desfiles paramilitares, surge la iniciativa de algunos profesores por darle otro acento a las celebraciones escolares. Chau al militarismo, que en cada aula, por ejemplo, se represente a una región del Perú. Los estudiantes se imaginarían por un día ser ayacuchanos, cajamarquinos, sanmartinenses o iqueños. Aprenderían sus danzas y sus viandas. Se enterarían que awajunes o boras son sus hermanos, aprenderían a saludar en quechua o cómo se hace una Pachamanca.
Pablo Macera, nuestro historiador ahora caído en desgracia, decía que cualquier descubridor de algo en el Perú terminaba siendo un inventor del Perú. Las niñas y adolescentes del Perú han empezado a inventar su país.

La espera y otros textos terrenales


Hugo Velazco


La crónica literaria ha sido, desde siempre, un género atractivo para escritores que, como Marlon Maraví, se han interesado por desmadejar la realidad cotidiana con la rigurosidad informativa y la acuciosidad de detalles que ofrece el periodismo.
En efecto, los quince textos reunidos en “La espera y otros textos terrenales” (Nictálope editores, 2013) sobreprotegen la impronta testimonial de la crónica —ya sea informativa, interpretativa u opinativa— ubicando a la primera persona como testigo inmediato de los hechos, como ente reflexivo que, en ocasiones, antepone la expresión literaria sobre la urgencia informativa.
Este es un conjunto de crónicas que trasuntan hechos anecdóticos vividos por el autor, y donde se mueven a veces en el terreno originario lo periodístico y otras en lo literario, acusando un claro interés por la crítica social y la condición del hombre, en especial la del poblador marginal de la zona central del país.
No obstante, cabe decir que la obra de Marlon Maraví no se agota en la revisión del contexto —grotesco y cóncavo— que describe en sus relatos, ello sería una visión sesgada y restringida, pues la obra toma el título precisamente de uno de los cuentos que condensa los temas y motivos de los demás: “La espera”.
Es un relato de corte amoroso y de matiz trágico. En él se recurre al clásico idilio entre el artista y la prostituta —a la manera de García Márquez en “Memoria de mis putas tristes”, o “El anatomista” de Andahazi, por citar ejemplos latinoamericanos—, aunque desde una perspectiva sórdida y patológica que recuerda a William Loveday, el adolescente de “Cuadernos de una juventud al desnudo” de Billy Childish, por la psicosis manifiesta —y casi siempre factor común del artista— en el personaje principal: un estudiante universitario con planes obsesivos de convertirse en un «gran artista».
Este relato adquiere relevancia en el texto precisamente por fundir, a nivel de la expresión, la crónica vivencial y el lenguaje lírico, y a nivel de contenido, el ácido cuestionamiento a una sociedad degenerada en la que las relaciones humanas se subordinan a la posesión de riqueza u opulencia material, que rebasa cualquier propósito sentimental sincero, espontáneo e, inclusive, ingenuo.
Los textos que conforman el integro de la publicación mantienen dichos rasgos, en mayor o menor medida, pero siempre conservando el tono pesimista y la faceta periodística —todos los textos fueron publicados en la columna cultural del diario regional “Hoy” de Huánuco—, como puede apreciarse en “Adiós al Señor de Marcos”, “Jueves santo: Crónica de un desastre”, “La ciudad gris” o “Ricardo Robles y Coz: un humano, un artista, un amigo”, entre otros, que testimonian la cotidianidad terrenal del escritor, en su búsqueda por hallarse y definirse como un habitante de la urbe que prefiere hablar de lo veraz, de lo secular, de lo tangible, a la manera de Pablo Neruda: «Hablo de cosas que existen, ¡Dios me libre/de inventar cosas cuando estoy cantando!»
Marlon Maraví, que ya en el 2011 nos presentaba su clara línea objetivista en su “Testimonio del hombre que caminaba” —poesía—, se reafirma en esta edición como un indiscutible exponente de la literatura de corte realista y crítico de la realidad, amalgamando acertadamente la función poética y la precisión del estilo periodístico, pues como afirmara Carlos Fuentes: «La pureza literaria no existe, como de igual manera tampoco podría existir la pureza periodística».
La espera y otros textos terrenales” es claro ejemplo de ello.

COLUMNA: EL BUEN SALVAJE


Los navegantes de mares ventilados

Sandro Bossio Suárez

Mis primeras lecturas, aquellas que me llenaban de emoción y me hacían vivir una vida mucho mejor que la de todos los días, fueron las de navegantes y bucaneros. Recuerdo la gran conmoción que viví al llegar a las islas de Polifemo y las sirenas en el barco de Ulises. Recuerdo también con gran entusiasmo la saga de “Sandokán”, ese héroe de ropaje negro que se columpiaba en los amarres de los velámenes, mientras atacaba a los colonialistas con su espada.
Recuerdo mucho a este pirata bueno, nacido de la pluma maestra de Emilio Salgari, que había jurado recorrer los mares de Borneo y Malasia persiguiendo a los ingleses que habían asesinado a su familia, arrebatándole su trono. Viajé con él por todos los mares del sur, y lo acompañé junto con el portugués Yáñez, con Tremal Naik, con Mammammuri, con Sanbigliong y con la bella Ada Corishant. Cuántas veces releí (es decir, viví) las aventuras del Tigre de Malasia, y cuántas veces se lo conté, emocionado, a mi padre.
Julio Verne también hizo que me estremeciera de emoción con las aventuras del capitán de quince años, pero también con la lenta y aterradora navegación entre dragones prehistóricos en los intestinos de la tierra.
Lo mismo me pasó con algunos pasajes de las novelas de Víctor Hugo y Alejandro Dumas. Recuerdo, sin una sola arruga, los capítulos en los que Edmundo Dantés, antes de convertirse en el Conde de Montecristo, se enrola en un barco de traficantes en cuanto escapa de su prisión y va en busca del tesoro con el que materializará su terrible venganza.
Y claro, cómo no perpetuar la secuencia en que Judá Ben Hur, encadenado a los remos en un galeón de guerra, le salva la vida al cónsul, quien lo adoptará, convirtiéndolo en el hijo de Quinto Arrios, dispuesto a cobrar venganza contra el malvado Mesala.
Después vinieron otras épocas y otras lecturas, pero, por alguna razón que ahora mismo trato de entender, las que más me emocionaron, las que más recuerdo son las que tienen que ver con el océano.
“Moby Dick”, de Herman Melville, es otra novela que me colmó de agitación. No sólo me encandiló la persecución vesánica del capitán Ahab a la gran ballena blanca, sino, sobre todo, el tono enciclopédico del libro, con el que cualquier lector aprende infinidad de cosas sobre la caza de las ballenas, como la navegación entre las tormentas y la vida marinera del siglo XIX.
Después conocí a Joseph Conrad, que tiene varias novelas sobre el mar: me gusta mucho, por ejemplo, “Un vagabundo de las islas”, que es la conmovedora historia de un holandés errante, que navega por mares internos durante toda su vida. Pero el gigantesco Conrad escribió otras novelas maravillosas sobre el mar: “Tifón”, “El espejo del mar”, “El pirata”, incluso el mismo “Corazón de las tinieblas”, que es otra gran aventura humana anclada en una navegación.
Más adelante, leí una fascinante novela española, “La carta esférica”, de Arturo Pérez Reverte, donde una museóloga naval, Tánger Soto, emprende un temerario viaje tras un galeón hundido en el siglo XVIII en el Mediterráneo, y que lleva un fascinante secreto. Otra vez me vi lleno de inquietud, sobrexcitación, navegando con ella y con Coy, el ex marinero que la acompaña para defenderla de dos piratas modernos: Palermo y el sicario argentino Horacio.
Relatos de Maupassant, de Schwob, de Pierre Mac Orlan, pero también de Horacio Quiroga, de Jorge Luis Borges, de Roberto Arlt, del propio García Márquez, siguieron llenando mis noches hasta que llegó a mis manos una estupenda novela de aventuras marinas: “El navegante”, de West Morris, donde un profesor de la universidad de Hawaii, Gunnar Thorkild, decide armar una expedición hacia la Polinesia, exactamente como esta gente lo hacía antes de la llegada de los occidentales, siguiendo las estrellas.
Los libros sobre navegantes, sin embargo, se han ido haciendo cada vez más escasos. Son pocas las editoriales que hoy se atreven a publicar libros como los de antes. Por eso, mi búsqueda en estanterías y escaparates termina casi siempre en novelas baratas y en desaliento abismal. Por ello, tengo ahora una deuda de gratitud con Antonio Morales.

Ganadores de película


Solo 4


La sorpresa de la noche fue la cinta de Ben Affleck, "Argo", que se llevó el Oscar a mejor película. Un premio un tanto ilógico, ya que su director, productor y protagonista, no fue nominado a ningún otro premio, sin ánimo de desestimar esta gran cinta.
La estatuilla a mejor actor se la llevó Daniel Day Lewis (Lincoln), y Jennifer Lawrence, la de mejor actriz (Juegos del destino).
El Mejor director fue Ang Lee por “Una aventura extraordinaria”, y el galardón a mejor guión original se fue con Quentin Taratino por “Django sin cadenas”.
Los favoritos Christoph Waltz (Django) y Anne Hathaway (Los miserables), recibieron lo propio a mejor actor y actriz de reparto. Y como era de imaginarse, la soberbia Adele fue elegida para llevarse el premio a mejor canción original por "Skyfall”.

DESLECTURAS (PERUANAS): «Suburbios» / Julián Huanay (Sincos, Jauja, 1907 - Lima, 1969)


Esa literatura que quería cambiar el mundo

Juan Carlos Suárez Revollar


Convencido militante sindicalista, Julián Huanay hizo de su corta obra un manifiesto al servicio de los ideales de la izquierda. Al igual que su novela «El Retoño» (1950), el volumen de cuentos “Suburbios” (1968) pertenece a aquella literatura convertida en arma política. Por eso el efecto de cada relato sobre el lector está supeditado a la toma de conciencia acerca de las imperfecciones del sistema. La mayor parte del libro se escribió entre los cincuenta y sesenta, décadas de grandes acontecimientos sociales en el Perú —el fallido levantamiento de Luis de la Puente Uceda o la reforma agraria, por ejemplo—, y esboza en sus doce breves cuentos una sociedad principalmente urbana (o el campo con mirada citadina), donde se va gestando una revolución proletaria de futuro todavía incierto.
El riesgo de escribir historias con tanto peso ideológico es que este puede prevalecer sobre la anécdota (en ocasiones, casi absorberla). Esto ocurre con frecuencia en el libro, pero hay excepciones, como en “Maruja”, en que ambos elementos se equilibran. Aunque su contenido político es acorde al de los demás relatos, se compenetra con el drama humano que retrata. El punto de vista de un personaje niño —igual que Juanito Rumi de “El Retoño”—­, contribuye a atenuar el violento trasfondo del cuento.
“El negro Perico”, por su parte, describe a los luchadores (sindicalistas o ideólogos). Su protagonista tiene breves apariciones en otras historias del libro como víctima del sistema, y toma en su adultez el rol de agente opositor, cuya muerte es parte de un proceso ya irreversible. El control social toma la forma de una cárcel, que pese a ello puede convertirse en escuela: en “El Peladito” o “Dos maestros”.
Una constante es el desarrollo del contexto antes de comenzar la anécdota, habitualmente referida por un narrador-testigo. Incorpora además numerosas digresiones con situaciones o personajes que refuerzan el discurso, aunque esto es una debilidad, pues extiende el cuento innecesariamente, como en “Champi”.
Los cuentos ambientados en zonas rurales ­—“Añoranza”, “Alumbramiento” y “Yimurí”­— aportan un contraste con el caos de la ciudad, pero sin olvidar su propia problemática. El primero en particular insinúa un armonioso subsistema comunal andino.
“Suburbios” no contiene, como en Émile Zola, ese sustrato que hace de una ficción la aventura humana que es la literatura. Limitarse a plasmar la miseria e iniquidad, sin preocuparse por hacer que la historia siga otros derroteros, restringe su alcance artístico y torna a los cuentos en meros discursos instructivo-ideológicos. Huanay lo explica en “Aída”: «Denunciar en literatura o en lienzos que hay entre nosotros muchas injusticias, demasiada inhumanidad y egoísmo, creo es deber de toda persona con un poco de sensibilidad».
Pero sus verdaderos defectos están en la técnica: graves errores en el punto de vista, omnisciencia del narrador-personaje (quien no podría conocer todo lo que cuenta), retratos estereotípicos porque el autor toma partido, o diálogos en exceso artificiales.
El libro se aproxima más al Nikolái Ostrovski de “Así se templó el acero” que al Mijaíl Shólojov de “Lucharon por la patria”, es decir, a una literatura militante bastante envejecida. ¿Tiene entonces objeto leer “Suburbios” en la actualidad? Definitivamente sí. Es claro que aborda una época en que hombres generosos e idealistas daban la vida para cambiar la sociedad y construir un mundo mejor. ¿No está llena la literatura de ese inconformismo que busca hacer de las utopías una realidad?

MÁS DATOS:

Julián Huanay Raymundo

Nacido en Sincos (Jauja) el 29 de enero de 1907, pasó su infancia en el valle del Mantaro, de donde partió hacia Lima tras la muerte de su madre. Se desempeñó allí en diversas labores: desde ayudante de albañil y mecánico hasta taxista y obrero. Publicó la novela “El Retoño” en 1950 y el volumen de cuentos “Suburbios” en 1968. Por sus actividades sindicales y políticas fue recluido en El Sexto entre 1951 y 1954. Una década más tarde “El Retoño” se tradujo al ruso. Falleció el 20 de setiembre de 1969 en el Hospital Obrero de Lima.

PERFUME DE MUJER:


Malena es un nombre de tango

Almudena Grandes


Aferré un poco más fuerte ese dedo maltrecho, aplicado y dócil como un voluntarioso alumno retrasado, y lo contemplé mientras se deslizaba despacio, siguiendo el rastro de la tenue línea castaña que desembocaba en una oscuridad rizada donde no le consentí la menor pausa. Cuando lo introduje por fin en mi sexo, bloqueando su muñeca con la que hasta entonces había sido mi mano libre, le miré a los ojos y volví a preguntar:
—¿No sientes nada? ¿Seguro?
—Seguro.

MICROCUENTO:


«Una más y me voy»

Ángel José Málaga



Roberto, borracho consumado, gran bebedor de cerveza, había muerto de cirrosis. La familia lo velaba en silencio. Al amanecer, Antonio, su mejor amigo, ingresa al recinto y abre una cerveza. En eso, Roberto se incorpora en el cajón e intenta levantarse. «Vuélvete a echar —le suplica Antonio— que ya has tomado suficiente».

“Jala Calchay” de Huachac



Nilo Inga Huamán

Con la fuerza del ancestral y tradicional Huaylarsh, se cierra los carnavales de la gran Nación Wanka, esta vez en el distrito de Huáchac (Chupaca, Junín), con un gran concurso de Huaylarsh Antiguo, conmemorando los 35 años de aniversario de una de las más grandes instituciones folclóricas de esta danza: “Jala Calchay de Huáchac”.
Esta institución, de enorme trascendencia en el Valle del Mantaro, tuvo su época de oro en la década de los 80 e inicios de los 90, galardonándose como campeones nacionales en cinco oportunidades y en innumerables competencias oficiales.
“Jala Calchay” fue creada el 19 de febrero de 1978 y llevada a los escenarios por un grupo de jóvenes del lugar. Esta organización es una importante representación cultural gracias a la esencia obtenida en las fuentes vivas de la tradición (testimonios y registros locales) y no solo por el mero conocimiento externo de elementos abstractos y dispersos. Es prioritario entender el alma del pueblo para conocer su historia.
En su coreografía grafica mensajes “vivos”, reconociendo, a través de siglos de historia, la expresión e interpretación del patrimonio de nuestros padres; por tal razón, hoy es posible encontrar mucho del pasado del Perú en su virilidad, pujanza y en el mensaje que representa, quedando vivo por siempre el símbolo profundo y la vieja esperanza en nuestros propios destinos.
Algunos años después de ser creada, al asumir la responsabilidad de dirigir  este grupo, Kiko y Teófilo Astete López innovan con un trabajo de representación agrícola, adecuando características únicas como el modo de zapateo, estilo propio de la zona, o la coreografía en la que se representa: Yaykuy, Tinkunakuy, Yaycapakuy, Jamaichi Allayguy, Kalchay, Malqay Shuntuy, Sitakay, Alkuy, Tipiy, Wayunka, Likachiy, Tushuy Kushikuy, Likuy, y más tradiciones del valle.
“Jala Calchay” a conglomerado a lugareños que han podido caminar hacia un horizonte firme bañado de costumbres ancestrales por el Huaylarsh, llegando a ser uno de los más distintivos representantes de la región, habiendo representado a Huáchac y a Junín, con éxito, en diversos eventos nacionales e internacionales.
Actualmente, es reconocida como patrimonio cultural local y Patrimonio Cultural Vivo de la región central del Perú por el INC, hoy Dirección Regional de Cultura Junín.
El 03 de marzo cumplen 35 años de fundación, y los celebran con un concurso de Huaylarsh Antiguo, en la plaza principal de Huáchac, a partir del mediodía, a donde todos estamos invitados.