lunes, 21 de octubre de 2013

Hasta siempre, maestro Abel Beriche

Pedro González Paucar

Abel Beriche. Foto: Pedro González.
'Así es la vida', pero me resisto a creer. El maestro Abel Beriche, el miteño que amaba, sufría y apostaba todo por la Huaconada, partió a la inmortalidad. Tenía una forma especial de vivir, a veces alejado de su familia, ermitaño en su taller, pero que resplandecía en las fiestas cuando de danzar se trataba.
No era un simple tallador de máscaras de huacones, sino un creador, un innovador y, primordialmente, un danzarín; así, en ese contexto se le debe recordar. Desde los siete años comenzó a bailar la Huaconada en la plaza de Mito, su tierra natal, todos los años sin falta, hasta hoy. Su convicción era única, alguna vez en su taller, durante una conversa y compartiendo un vaso de chicha de jora que preparaba esporádicamente, me aseveró que seguiría y que se moriría danzando como 'huacón antiguo'.
Cualquier tronco, ya sea de quinual, aliso o molle, servía para su arte: con una azuela iniciaba dando la primera forma, por un lado ahuecaba y por el otro le daba forma al rostro. Después, con la ayuda de un martillo, un pequeño cincel y dos punzones, le facilitaba el toque requerido: frente pequeña, ojos oblicuos, a veces podían ser ‘de tuku’ (búho), la nariz enorme, encorvada y ganchuda (como de cóndor), el rostro lleno de arrugas, la boca con una mueca mostrando los dientes. Culminado el tallado, pasaba lija para darle un acabado fino, enseguida pintaba los ojos, las cejas y la boca. Finalizaba cubriendo con aceite, linaza o barniz, y frotando hasta lograr el brillo. Con cada máscara terminada se llenaba el pecho de alegría y orgullo. Sus manos dotadas para el arte lograban expresiones a veces de “serenidad”, de “burla” o de “ira” y otras también de “dolor”. «Este arte —me dijo— me viene por parte de mi bisabuelo materno, Ponciano Macha, y de mi abuelo, Julián Macha, ambos danzantes y excelentes mascareros».
Abel Beriche era un constante innovador, pese a que la máscara del huacón tiene rasgos con patrones rígidos, pero se daba maña para recrearla dentro de lo permitido. El año pasado le mostré una que el mismo elaboró, hace 25 años, para mí y se quedó sorprendido, casi no podía reconocer su obra, después, no quería despegarse de ella. Su tallado era orientado por una búsqueda, tal vez debido a que el profesor Simeón Orellana logró sembrar en él la ilusión de «tallar algún día» esa máscara de los huacones de «expresión a puro demonio», que vio Cobo e impresionó al historiador Acosta, al relatarle los documentos dejados por los cronistas. Sin duda, la máscara era su vida, su pasión, a tal punto que  pidió a sus hijos que «cuando se muera, le entierren con una máscara de huacón». Es su palabra. 
Abel Beriche junto a su hijo José Carlos, heredero de su arte. Foto: Pedro González.
Para sobrevivir, supo combinar su arte con otras actividades: sembrar parcelas, hacer pequeños negocios de compra y venta de eucaliptus, trenzar cueros para hacer ‘tronadores’ (látigos para la danza), elaborar bolas de pelotaris a base de ligas de jebe forrado con estambres y cuero fino. En la cocina era un experto para grandes ocasiones, preparando Carnero al palo o Pachamanca, en la música, dominaba la quena, en fin, era un total “curioso” como suelen llamar en el pueblo.
Me contó alguna vez, antes de la década del 80, que cada uno hacía sus propias máscaras para danzar, raras vez se hacía por encargo o pedido de un paisano. Fue a partir de 1990 que la demanda de máscaras crece a solicitud de los visitantes, coleccionistas y admiradores. Seguramente, gracias al prestigio de la propia danza (reconocida como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en 2010 por la UNESCO) y a los méritos de Abel: en 1990, obtiene un premio en el concurso organizado por la Revista Caretas; en 1992, se presenta en Lima para mostrar su arte del tallado al lado de los mascareros: Santiago Rojas (Cusco) y Edwin Loza (Puno) en “Detrás de la máscara”, convocado por el Grupo de Teatro Yuyachkani. Y este año, en marzo, como corolario a su trabajo, le llega la máxima distinción con el reconocimiento en vida: Personalidad Meritoria de la Cultura.

Hace dos meses, visité su taller de la Huaycha (Mito) y conversamos de todo. Recuerdo que me dijo a manera de encargo: «Tengo mucha demanda, ya no me doy abasto, ayúdame a promover los talleres de dos jóvenes maestros que son toda una promesa, uno es de José Carlos (su hijo) en el barrio de Junín, y el otro, cerca de la plaza de Mito, de Julio Landeo». Así será maestro.

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