El evangelio
de la carne: culpa,
fe y redención
Jorge Jaime
Valdez
Cuesta creer que el director de Mañana te cuento 1 o 2 y
Bolero de noche sea el mismo que hizo El
evangelio de la carne. La diferencia es notable y da cuenta de una madurez
prematura. Si bien es cierto que las primeras fueron cintas hechas por encargo,
no avizoraban la fuerza narrativa, el temple y el vigor que caracteriza al
filme que nos ocupa.
El
evangelio de la carne
cuenta tres historias en paralelo: la de un atribulado exchofer que quiere
pertenecer a la hermandad de cargadores del Señor de los Milagros y que 'carga'
con una culpa del pasado; la de un policía que tiene que enfrentar el dolor de
su esposa enferma y que lucha contra el deseo de la carne; y la de un líder de
barra brava que tiene a su hermano en un reformatorio y pelea por salvarlo.
Los tres dramas nos remiten, de
inmediato, a la estupenda ópera prima de Alejandro Gonzales Iñárritu: Amores perros. Esta vez no es México
D.F. sino una Lima violenta y visceral
que aplasta y asfixia. Los protagonistas sufren, guardan secretos, tienen miedo
y luchan para no ser devorados por la adversidad o por un destino que parece
marcado por el fracaso. Hay algo de personajes ribeyranos en esta película: deben pagar por sus culpas, pero aún
tienen fe, que es “mierda a colores” como diría Daniel F. Están bien
construidos, con una riqueza y matices psicológicos sorprendentes. Eduardo
Mendoza se revela como un buen director de actores.
Las historias se van alternando y en
algún momento los destinos se entrecruzarán. Todos están purgando sus 'pecados'
y buscan redimirse sin importar cómo; la tragedia va manchando todo y nos
muestra una ciudad insufrible con sus espacios y personajes reales, en los
cuales nos veremos reflejados como peruanos. A pesar de la visión pesimista
todavía queda luz en el horizonte considerando, además, que la pasión los
domina manifestada en el fútbol, la religión o la ludopatía.
El estadio se convierte en templo para
expiar demonios internos, la procesión del Cristo morado y las calles llenas de
incienso apaciguarán a un corazón cansado de sufrir por culpas que lo
atormentan, y el juego, sea en casinos o luchas clandestinas de 'vale todo',
servirá para retar a la suerte, a pesar de sus consecuencias, previsiblemente,
trágicas.
Los actores están muy bien, calzan
perfectamente en un guión sólido y ambicioso. Son muchos protagonistas y
situaciones contadas, como si fuera poco, con una estructura no lineal. Se
llevan la palma Giovanni Ciccia y Lucho Cáceres que convencen en sus roles de
policías contrariados, pero los secundarios no se quedan atrás, a pesar de la
brevedad de sus roles: Norma Martínez, Aristóteles Picho y otros personajes que
no son actores profesionales, como los barristas, cambistas o cargadores, que
también cumplen con solvencia y aportan con ese clima de realismo sucio que
requería la cinta como crónica urbana.
El
evangelio de la carne
es una historia fuerte, solvente, con mucho nervio y fuerza expresiva: la última
parte tiene la tensión necesaria para conmover y mantenernos pegados en la
butaca con un nudo en la garganta. Sorprende y entusiasma que un director joven
se haya atrevido a mostrar la cara sucia de una ciudad cenicienta con
personajes que parecen sacados del cine de Martin Scorsese, del argentino Pablo
Trapero o de Quentin Tarantino: recuerden la escena con el disparo accidental, clara
referencia a Pulp Fiction.
La secuencia de la procesión y la
pelea entre barristas son verdaderas proezas en su realización, cuesta creer
que sea ficción. Su crudeza y su sordidez presentan a un cineasta que promete y
que confirma esta buena racha del cine peruano.
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