lunes, 28 de octubre de 2013

COLUMNA: UN MUNDO PERFECTO

El evangelio de la carne: culpa, fe y redención

Jorge Jaime Valdez


Cuesta creer que el director de Mañana te cuento 1 o 2 y Bolero de noche sea el mismo que hizo El evangelio de la carne. La diferencia es notable y da cuenta de una madurez prematura. Si bien es cierto que las primeras fueron cintas hechas por encargo, no avizoraban la fuerza narrativa, el temple y el vigor que caracteriza al filme que nos ocupa.
El evangelio de la carne cuenta tres historias en paralelo: la de un atribulado exchofer que quiere pertenecer a la hermandad de cargadores del Señor de los Milagros y que 'carga' con una culpa del pasado; la de un policía que tiene que enfrentar el dolor de su esposa enferma y que lucha contra el deseo de la carne; y la de un líder de barra brava que tiene a su hermano en un reformatorio y pelea por salvarlo.
Los tres dramas nos remiten, de inmediato, a la estupenda ópera prima de Alejandro Gonzales Iñárritu: Amores perros. Esta vez no es México D.F. sino  una Lima violenta y visceral que aplasta y asfixia. Los protagonistas sufren, guardan secretos, tienen miedo y luchan para no ser devorados por la adversidad o por un destino que parece marcado por el fracaso. Hay algo de personajes ribeyranos en esta película: deben pagar por sus culpas, pero aún tienen fe, que es “mierda a colores” como diría Daniel F. Están bien construidos, con una riqueza y matices psicológicos sorprendentes. Eduardo Mendoza se revela como un buen director de actores.
Las historias se van alternando y en algún momento los destinos se entrecruzarán. Todos están purgando sus 'pecados' y buscan redimirse sin importar cómo; la tragedia va manchando todo y nos muestra una ciudad insufrible con sus espacios y personajes reales, en los cuales nos veremos reflejados como peruanos. A pesar de la visión pesimista todavía queda luz en el horizonte considerando, además, que la pasión los domina manifestada en el fútbol, la religión o la ludopatía.
El estadio se convierte en templo para expiar demonios internos, la procesión del Cristo morado y las calles llenas de incienso apaciguarán a un corazón cansado de sufrir por culpas que lo atormentan, y el juego, sea en casinos o luchas clandestinas de 'vale todo', servirá para retar a la suerte, a pesar de sus consecuencias, previsiblemente, trágicas.
Los actores están muy bien, calzan perfectamente en un guión sólido y ambicioso. Son muchos protagonistas y situaciones contadas, como si fuera poco, con una estructura no lineal. Se llevan la palma Giovanni Ciccia y Lucho Cáceres que convencen en sus roles de policías contrariados, pero los secundarios no se quedan atrás, a pesar de la brevedad de sus roles: Norma Martínez, Aristóteles Picho y otros personajes que no son actores profesionales, como los barristas, cambistas o cargadores, que también cumplen con solvencia y aportan con ese clima de realismo sucio que requería la cinta como crónica urbana.
El evangelio de la carne es una historia fuerte, solvente, con mucho nervio y fuerza expresiva: la última parte tiene la tensión necesaria para conmover y mantenernos pegados en la butaca con un nudo en la garganta. Sorprende y entusiasma que un director joven se haya atrevido a mostrar la cara sucia de una ciudad cenicienta con personajes que parecen sacados del cine de Martin Scorsese, del argentino Pablo Trapero o de Quentin Tarantino: recuerden la escena con el disparo accidental, clara referencia a Pulp Fiction.

La secuencia de la procesión y la pelea entre barristas son verdaderas proezas en su realización, cuesta creer que sea ficción. Su crudeza y su sordidez presentan a un cineasta que promete y que confirma esta buena racha del cine peruano.

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