domingo, 1 de septiembre de 2013

COLUMNA: UN MUNDO PERFECTO


Sigo siendo

Jorge Jaime Valdez


 Sigo siendo, probablemente, sea el mayor y más sentido homenaje que se ha hecho, hasta la fecha, a la música popular peruana, sea amazónica, andina o criolla. Es un documental realizado por el peruano radicado en España, hace muchos años, Javier Corcuera (Lima, 1967).
A diferencia de otras cintas del género, aquí no hay narración en off, tampoco se subtitula los lugares, fechas o personajes que van apareciendo de a poco. La cinta se abre con la shipiba (Amelia Panduro, “Roni Wano”) contando mitos y cantándole a la naturaleza, y se cierra con la misma envuelta en unas imágenes de un lirismo sobrecogedor.
Luego, gran parte de la cinta la ocupa la música andina: vemos al gran amigo de José María Arguedas y legendario violinista, Máximo Damián, volver a su pueblo desde Lima para luego visitar la hacienda donde vivió de niño el escritor de Los ríos profundos (la abandonada hacienda Viseca). Antes el músico visitará a la familia Ballumbrosio en Ica, y con los hijos de don Amador harán una romería a la tumba del patriarca. La fusión entre el violín andino y la música y zapateo negro es notable y emocionante.
En paralelo escucharemos los ecos sufridos, propios del huayno ayacuchano, a través de las voces de Magaly Solier —que canta en quechua, ese clásico inmortal: Coca Quintucha—, Sila Illanes, Consuelo Jerí, entre otros.
Hay imágenes de archivo que sirven de apoyo para ver a los que ya se fueron, es el caso de Amador Ballumbrosio —a quien vemos zapateando—, Arguedas, Chabuca Granda, Felipe Pinglo y otros grandes de la cultura peruana.
A lo largo del filme podemos respirar, ver y oír al espíritu de Arguedas, a fin de cuentas, desde el título, es un homenaje al escritor andahuaylino. El 2004, el Congreso publicó un libro imprescindible sobre la obra de Arguedas que se llamó Sigo siendo ¡kachkaniraqmi! Textos Esenciales, editado por Carmen María Pinilla. En un momento hermoso vemos a tres de sus amigos: Máximo Damián, Raúl García Zárate y Jaime Guardia reunidos hablando del maestro.
Están también los danzantes de tijeras; seguimos un viaje para hacer el “pagapu” al Tayta Huamani antes de una fiesta y vemos el bautizo de “Palomita”, una “danzaq” que se medirá en la plaza del pueblo, en un “atipanacuy” con un “gala” de mayor experiencia (“Chuspicha”).
Las imágenes son hermosas: como si los dioses ayudarán con la estética de la película, vemos volando un cóndor mientras suena el arpa de Félix “Duco” Quispe y el violín mágico de Andrés “Chimango” Lares, que tienen una fuerza y misticismo poderosos.
Hacia el final de la cinta está el homenaje a los viejos de la música criolla. Carlos Hayre y Félix Casaverde no vieron la cinta terminada, partieron antes a la jarana que se trasladó de los callejones de Lima al más allá. Apreciamos a Susana Baca, Victoria Villalobos, Rosa Guzmán y mención aparte merece la fuerza y presencia de Sara Van, que con su voz “aguardientosa” nos regala “Cardo o ceniza” —parece una mezcla feliz entre Joaquín Sabina y una Emy Winehouse criolla—.
Si hay algo que caracteriza a esta obra, aparte de la belleza de sus imágenes y la calidad de su sonido, es la nostalgia que está impregnada en toda la cinta. Esa bella tristeza de las canciones es también un alegato a favor de la naturaleza, del baile, de la música y de la riqueza musical de nuestro dolido Perú, producto de esa multiculturalidad que nos caracteriza. «Bailar es soñar con los pies», nos dice Sabina. Después de ver este largometraje no cabe ninguna duda.

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