lunes, 16 de septiembre de 2013

COLUMNA: EL BUEN SALVAJE

Antes del trisagio: infinitud y renovación

Sandro Bossio Suárez


La tradición oral parece haberse estancado en la resignada tarea recopilatoria de los escritores de nuestras épocas. En las últimas décadas hemos asistido a una reiterativa compilación de estas tradiciones, en donde menudean los mismos mitos teogónicos, cosmogónicos y etiológicos de nuestro entorno. En ellos, los personajes machacados hasta el cansancio (con mínimos cambios en cada versión) son los del control social impuestos por la cultura católica de la Colonia: sacagrasas, cabezas voladoras, híbridos incestuales, órganos errabundos, condenados a vagar en la tierra de los vivos hasta pagar sus culpas. En fin, nada nuevo habíamos visto hasta hace poco en que apareció un libro deslumbrante que gira la moneda, entregándonos un ignorado panorama en nuestra tradición oral: Antes del trisagio.
Su autor es el poeta Gerardo Garcíarosales, quien muestra, a nuestro gusto, el mejor libro de su faceta como narrador. Nos presenta también una de las más importantes antologías de narraciones de las últimas décadas.
Hay varias cosas para decir de este libro. Por un lado, destacar la labor antropológica de su autor, quien ha recopilado (en muchos casos como producto de una recordación de los relatos escuchados en su infancia) tradiciones desconocidas por los compiladores de siempre. Por otro lado, destacar la función recreadora (y, en muchos de los 35 relatos, auténticamente creadora) de las gestas narrativas de nuestra pequeña patria.
Sobre esto, tenemos que decir que todos los relatos guardan elementos de la mitología de la zona, aun cuando no son fastos de creación popular sino fruto de propia inspiración, lo cual nos acerca a un autor complejo que no solo recoge, sino también moldea, transfigura, innova. Como un hojaldre literario, por lo delicioso y multiplánico, el libro despliega valiosas láminas de lectura.
La calidad de la narración, las técnicas y recursos modernos, la vena poética, el romancero hecho prosa, son otras cualidades formales del libro. Maupaussant y Chéjov, pero también nuestras abuelas inmortales con su fina literatura bucólica, están presentes en estas páginas inolvidables.
Todos los cuentos son de excelsa complexión, pero, desde luego, tenemos nuestros favoritos. Entre los fantásticos, recalcamos “El libro de ceniza”, donde una mujer anuncia su propia muerte; “Quinta generación”, un poderoso relato generacional, decimonónico, que da una vuelta de tuerca para presentarnos una metáfora social; y “Crudo o cocido”, un sorprendente relato gótico de perfecta visualidad.
Entre los mejores cuentos de espanto encontramos “Soledad de un condenado”, “Hora de engaños” y “Los niños de medianoche”, tres muestras de la temática mitológica (el espíritu vagante que no descansa en paz, la sempiterna procesión de cadáveres noctívagos y los fantasmas infantiles que salen por las noches de sus parvulitos podridos, respectivamente) que han sido cinceladas por una inventiva propia para convertirlos en relatos renovados. Nos gusta mucho, por su potestad tenebrosa, “La exalumna”, una pequeña obra maestra del relato de horror.
Finalmente, tenemos cuentos de trazas localistas como “Los zapatitos de la Virgen”, “Mi pequeña abuela” y “El milagro de San Antonio”, que se insertan dentro de nuestra narrativa indentitaria y tienen el aroma propio de su autor.
En suma, se trata de una antología que renueva la literaturalidad de la rica tradición oral de la zona con un registro poético no visto desde la primera mitad del siglo pasado.

No hace falta decir más. El libro, por lo extraordinario que es, lo dice todo.

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