lunes, 19 de agosto de 2013

Madiba, el hombre que unió Sudáfrica

Jhony Carhuallanqui

Nelson Rolihlahla Mandela (Mvezo, Unión de Sudáfrica, 18 de julio de 1918).
Más de 27 años en prisión no alimentaron el rencor ni la ira contra sus detractores, quienes creyeron que encarcelándolo extirparían las ideas de igualdad y justicia que se personificaban en una nación tan diversa como excluyente: Sudáfrica.
Nelson Mandela se convirtió en su primer presidente negro, elegido democráticamente (1994) y, desde el gobierno, demostraría al mundo la lección que diferencia a un político de pacotilla de un estadista: el poder no es un instrumento de venganza, sino, de conciliación, y el perdón es el primer paso para ello.
“Madiba” —denominación honorífica dada por su clan— fue víctima y combatió el “apartheid”, una doctrina política - racista que dividió el país entre blancos y negros (u otras etnias), no solo territorialmente, sino jurídicamente: el matrimonio con una persona de “otro color” estaba prohibida, los “no blancos” debían vivir en espacios rurales asignados y no podían trasladarse a la urbe sin un “permiso” especial, y en los espectáculos públicos había siempre una valla que los separaba.
Es más, los “de color” no podían ocupar cargos públicos, ni tentar una formación profesional, pues eran relegados a instrucciones básicas bajo el argumento de «evitar que los negros recibieran una educación que les llevara luego a aspirar a puestos de trabajo que no les sería permitido tener». Cafés, bodegas y tiendas, en general, podían colocar letreros con “solo para blancos” sin ningún remordimiento ni sanción en un descarado e irracional atropello a la dignidad de los demás. No eran considerados siquiera ciudadanos.
“Tata” —como también lo conocían— fue el primero de su tribu (Thembu, de la etnia Xhosa) en ir a la escuela, dónde su maestra lo llamaba Nelson en lugar de  “Rolihlahla”, como se le conocía en su tribu. Huyó de un matrimonio arreglado. Participó activamente en la vida política de su país a través del Congreso Nacional Africano (CNA) y, más adelante, de su división radical, por ello, al ser proscrito su movimiento fue capturado y condenado a cadena perpetua bajo las acusaciones de alta traición. Estudió derecho en la cárcel e hizo que muchos lo hagan, por eso a Robben Island (nombre de la prisión) se le conocía como “la universidad”. 
«En los espectáculos públicos había siempre una valla que los separaba».
En 1990, el presidente De Klerk anunció su liberación. Así, el 11 de febrero, “Madiba” salió de prisión con el compromiso de unificar a su país. Recibió el Premio Nobel de la Paz en 1993, junto a su libertador, y un año después asumió la presidencia, conservando a De Kler como vicepresidente a quién le recordaba que «ser libre no es solamente desamarrarse las propias cadenas, sino vivir en una forma que respete y mejore la libertad de los demás», así, la semilla de la democracia multirracial en Sudáfrica había sido sembrada y, tiempo después, floreció en un país multicultural respetuoso de sus derechos, un logro al que muchas naciones se encaminan.
El pasado 18 de julio cumplió 95 años en la cama de un hospital al que fue internado en estado crítico por una infección pulmonar, situación delicada que ha vuelto a unir Sudáfrica en una sola plegaria: su salud. No hay color de piel que no pida por él y es que ha alcanzado el umbral de los grandes hombres como Ghandi o Luther King, quienes son ejemplo de la constancia por un ideal.

Las Naciones Unidas ha declarado su día de onomástico como “Día Internacional Mandela”, para homenajear su gran labor por Sudáfrica, por el mundo y, lo más importante, por cada persona que lo ve como una fuente de inspiración para ser mejor cada día.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escribe tu comentario aquí.