domingo, 28 de abril de 2013

El Huaylarsh inmortal


Leonardo Mendoza Mesías
 
Huaylarsh (Pucará, 2012). Foto: Jorge Jaime Valdez.
El Huaylarsh es una danza que se origina en el centro del Perú como un símbolo de la cultura popular andina, que es ejecutada mayoritariamente en las localidades al sur del valle del Mantaro.
Según Albert Kraboitzca, antropólogo yugoslavo: «Entre las principales danzas del mundo, el Kasachov (de origen ruso) es considerada la danza más enérgica y viril, pero bien podría ser desplazada, según su difusión y crecimiento, por el Huaylarsh que hace un despliegue mucho más poderoso de fuerza, intensidad, coreografía y elegancia, donde el hombre y la mujer tienen un papel protagónico por igual (…) No es una demostración bélica, pero su zapateo y confrontación de movimientos pueden extenuar a cualquier ejecutante».
También conocido como “Huaylas”, durante las últimas décadas ha tenido una fuerte bifurcación en su tradición, pues se ha dividido en moderno y antiguo, en referencia a la vestimenta y los momentos que representa en su ejecución.
El Huaylarsh moderno es, supuestamente, sucesor del antiguo, bailado por los campesinos para expresar las faenas agrícolas como el preparado de la tierra, la siembra del maíz y el recultivo de la papa, cuyo mensaje se transmite durante el zapateo. Por otro lado, aunque quizá sea muy atrevido señalarlo, el antiguo se refiere básicamente a la época de siembra, por ello la vestimenta es más simple, como todo traje de labor, hecha primordialmente de bayeta, y se baila sin zapatos, mientras que el moderno alude a la cosecha, produce más algarabía y jolgorio en los celebrantes, pues se recogen con mejores galas los frutos del trabajo, por tanto, el vestuario es más colorido como evidencian los fustanes, chalecos y polleras impregnados de multicolor.
Actualmente, muchas municipalidades comprometidas con el arte, el desarrollo y la conservación de la identidad local, propician espectaculares concursos de Huaylarsh, a partir de esto emergen actividades complementarias como la elaboración de finos talqueados y vestidos que engalanan y llenan de color dichos contrapunteos. Un ejemplo de esto lo encontramos en Huancán que, por su esfuerzo en la elaboración de dichos trajes y bordados, se ha ganado el título de “capital del bordado huanca”.
Las fechas propicias para su celebración están, sobre todo, en el mes de febrero, pero se prolongan fácilmente hasta marzo y abril con los diversos concursos, lo cual desencadena una serie de monumentales pasacalles que llenan las principales calles de la ciudad con cientos de jóvenes, quienes con mucho rigor, juventud y pasión danzan, “guapean” y viven esta viril representación, después de haberse preparado por varios años, incluso en muchos casos, desde la infancia.
Sin lugar a dudas, lo más interesante de estos concursos es la destreza de cada danzante, varón y mujer, que muestra su mejor zapateo, sonrisa y resistencia física, bajo una sin igual coreografía que hace alusión al cortejo del zorzal negro (“chihuaco” en los Andes) al compás de las orquestas típicas —que fácilmente superan los S/. 8000, por el costo de sus servicios— y los fuertes saxos que los acompañan, contagiando a los presentes a imitarlos, aunque esto los lleve a tener por semanas un fuerte dolor de riñones.
Pero hablar del Huaylarsh es también rememorar a don Zenobio Dagha Sapaico, violinista, compositor y músico huancaíno, que fue uno de los más importantes impulsores y cultores de esta manifestación folclórica, quien además creó, recuperó e interpretó cientos de canciones para esta danza. Entre sus más destacadas creaciones encontramos “Yo soy huancaíno”, “Mi Chupuro”, “La flor del Huallao”, entre muchas otras.
Como vemos, el Huaylarsh más que una sencilla expresión popular es toda una representación de la racionalidad andina. Es una forma de pensar, sentir y vivir, de agradecer y alegrar a la tierra que nos vio nacer, que nos alimenta y nos acoge.

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