domingo, 3 de febrero de 2013

COLUMNA: DESDE EL ATELIER


Amor, pasión y genio en la escultora Camille Claudel

Josué Sánchez

Camille Claudel - Escultura en bronce “La Vague”.
Camille Claudel nació el 8 de diciembre de 1864 en Villeneuve-sur-Fère, Francia. Desde muy niña realizó figuras en arcilla y, antes de ir a París para estudiar arte, hizo estudios de escultura bajo el tutelaje del pintor Alfred Boucher.
Cuando tenía 19 años entró a trabajar al estudio del célebre escultor Auguste Rodin. Inicialmente, Camille se ocupaba de los encargos que le hacía el maestro, pero pronto fue su modelo y luego su amante y confidente. El amor y la pasión entre ellos crecieron de la mano con la creatividad, instalándose en el Chateau de L’Islette, un idílico escondite en el valle de Loira. Después se trasladaron al taller de Rodin en Meudon, al sur de París, que se fue llenando de las esculturas y bocetos de ambos.
Camille trabajó con Rodin más de diez años. Según su biógrafo Matías Morhardt, Rodin era la arcilla y Camille el granito. Auguste le daba a Camille todo lo que podía de su experiencia y le consultaba en todo. Pero pese a que Camille tenía la esperanza de que  se casara con ella, no dejaba a sus otras amantes y a la madre de su único hijo, Rosa Beuret. Así, la relación se fue quebrando y en 1894 se rompió definitivamente.
Tras el rompimiento, Camille se refugió en su estudio y vivió tres años sin recibir a nadie. En testimonio de Morhardt, decía que «experimentaba una soledad tal que a veces tenía la horrible sensación de que estaba perdiendo el hábito de hablar».
En esta época, su arte adquirió un estilo propio y realizó pequeñas esculturas en grupo que se comunicaban entre sí y, por sus líneas, hoy están consideradas precursoras de la escultura pop. Veinte años desarrolló su labor escultórica en una completa soledad, convirtiéndose en una de las más grandes escultoras del siglo XX. No obstante, se había convertido  también en una semireclusa, sufría delirios de persecución y tenía ataques de euforia y depresión. Muchas veces destruía sus obras y desaparecía por meses, odiando a Rodin y culpándolo de haberle robado sus ideas y proyectos.
Sometida a la crítica de su madre y sus hermanos, con el solo apoyo de su padre, cuando éste murió en 1913 se quedó sin protección alguna, fue desalojada violentamente de su taller e internada legalmente por su hermano Paul como paciente de tercera clase en Ville –Evrard, un deprimente asilo público, donde se le prohibió practicar el arte, ni aún como terapia. Hubo protestas públicas, pero su familia no cejó.
En los 30 años que pasó internada, solo sus amigos la visitaron, saliendo convencidos de que no estaba loca y de que había sido traicionada por su familia. Las cartas que escribió en el asilo demuestran que a pesar de las duras condiciones en que vivía, la genial escultora permaneció lúcida, dueña de sí misma, y que nunca se resignó a la pérdida de su arte. Escribió: «Vivo en un mundo tan curioso, tan extraño, del sueño que fue mi vida, esto es la pesadilla».
Hoy se puede apreciar su obra en el Museo de Orsay, en París. Son grupos escultóricos que emanan espiritualidad, una proyección mística de las formas que eleva el espíritu hacia el infinito. Su bronce “La Vague” y la escultura en ónix “Les Bavardes” son verdaderamente notables. Paradójicamente se encuentran en toda su sublime expresión a las puertas de “El Infierno” de Rodin.

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