Manuel F.
Perales Munguía
Fuente: peru.com |
Cada 20 de enero, la ciudad de Jauja y
su distrito metropolitano de Yauyos se visten de fiesta para rendir culto a San
Sebastián y San Fabián, los santos patronos en cuyo homenaje se ejecuta, en su
máximo esplendor, la Tunantada, danza-drama que actualmente es una de las expresiones
más importantes de la cultura popular del Valle del Mantaro, y que, en el año
2011, fue declarada Patrimonio Cultural
de la Nación por el Ministerio de Cultura.
Varios autores regionales como Simeón
Orellana, Henoch Loayza y Aquilino Castro han dedicado sus esfuerzos a hurgar
en sus orígenes; sin embargo, es todavía poco lo que sabemos al respecto.
Algunos datos sugieren un posible vínculo con la antigua danza del “Jerga Cumu”
de Yauyos (Jauja), como ha propuesto Arturo Mallma, en tanto que de acuerdo a
relatos recogidos por Manuel Ráez, la Tunantada se habría originado más bien en
Huaripampa, desde donde se habría extendido.
Como vemos, en nuestro conocimiento
sobre su trayectoria histórica, existen muchos vacíos que deberán ser llenados
con los resultados de investigaciones interdisciplinarias rigurosas. El hecho
de haberla “patrimonializado” implica
gran responsabilidad para las autoridades y sus portadores, en el sentido de
que sólo a partir de estudios serios y profundos, estaremos en condiciones para
comprender mejor su proceso de configuración a través del tiempo, y lo que
representa hoy para los habitantes del Valle del Mantaro.
Dicho esto, quisiera desarrollar
brevemente una modesta reflexión sobre el devenir histórico de la Tunantada y su
difusión actual fuera de la primera capital histórica del Perú. Según los
estudios de Nelson Manrique, Giorgio Alberti y otros, entre la segunda mitad
del siglo XIX y la primera del XX, se alteró totalmente la configuración
económica y política en nuestro valle, fenómeno cuya expresión más clara y
contundente fue el decaimiento de Jauja y el auge de Huancayo.
En el caso de la sociedad jaujina,
este proceso implicó una transformación estructural donde aparecieron nuevos
grupos de poder. Según los trabajos citados e indagaciones propias, tales
grupos emergentes procedían, en su mayoría, de los distritos del interior de la
provincia, y tenían una ascendencia principalmente indígena y/o mestiza.
Resulta entonces curioso que, según ciertos autores, la Tunantada haya
aparecido en el escenario histórico, precisamente, durante el periodo que aquí
se ha abordado. Siguiendo los planteamientos de Gisela Cánepa, es posible
pensar que la reestructuración social que experimentaron los pobladores de
Jauja, en esos años, tuvo como correlato cultural la recreación de una
danza-drama como ésta, a través de la cual redefinieron sus identidades.
Hoy, la Tunantada va logrando una
presencia cada vez más fuerte en nuevas localidades, como sucede en varios
pueblos del sur del Valle del Mantaro. Si bien parte de este proceso guarda
relación con las nuevas dinámicas ligadas a la industria discográfica
contemporánea, se puede proponer también, siguiendo nuevamente a Cánepa, que
esta expresión costumbrista ofrece cualidades que hacen posible su reapropiación
por parte de nuevos sectores de nuestra población, que han visto en ella un
medio eficaz para conquistar y negociar espacios propios, y el derecho de
auto-representarse en el marco de un mundo y discursos globalizados.
De este modo, el carácter
potencialmente inclusivo de la Tunantada puede haber llevado a que comunidades
marginadas, como las homosexuales, hayan encontrado en ésta la oportunidad de
afirmar su presencia ante el resto de la sociedad.
Por estas razones, me atrevo a señalar
que, en contraste con la exclusión social característica del Perú de nuestros
días, la Tunantada es un espacio de inclusión por excelencia, un espacio donde
todas las sangres de las que hablaba Arguedas sí tienen la posibilidad de estar
presentes, de auto-representarse y de reconocerse mutuamente.
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