domingo, 27 de enero de 2013

Tunantada: danza de todas las sangres


Manuel F. Perales Munguía

Fuente: peru.com
Cada 20 de enero, la ciudad de Jauja y su distrito metropolitano de Yauyos se visten de fiesta para rendir culto a San Sebastián y San Fabián, los santos patronos en cuyo homenaje se ejecuta, en su máximo esplendor, la Tunantada, danza-drama que actualmente es una de las expresiones más importantes de la cultura popular del Valle del Mantaro, y que, en el año 2011, fue declarada Patrimonio Cultural de la Nación por el Ministerio de Cultura.
Varios autores regionales como Simeón Orellana, Henoch Loayza y Aquilino Castro han dedicado sus esfuerzos a hurgar en sus orígenes; sin embargo, es todavía poco lo que sabemos al respecto. Algunos datos sugieren un posible vínculo con la antigua danza del “Jerga Cumu” de Yauyos (Jauja), como ha propuesto Arturo Mallma, en tanto que de acuerdo a relatos recogidos por Manuel Ráez, la Tunantada se habría originado más bien en Huaripampa, desde donde se habría extendido.
Como vemos, en nuestro conocimiento sobre su trayectoria histórica, existen muchos vacíos que deberán ser llenados con los resultados de investigaciones interdisciplinarias rigurosas. El hecho de haberla  “patrimonializado” implica gran responsabilidad para las autoridades y sus portadores, en el sentido de que sólo a partir de estudios serios y profundos, estaremos en condiciones para comprender mejor su proceso de configuración a través del tiempo, y lo que representa hoy para los habitantes del Valle del Mantaro.
Dicho esto, quisiera desarrollar brevemente una modesta reflexión sobre el devenir histórico de la Tunantada y su difusión actual fuera de la primera capital histórica del Perú. Según los estudios de Nelson Manrique, Giorgio Alberti y otros, entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX, se alteró totalmente la configuración económica y política en nuestro valle, fenómeno cuya expresión más clara y contundente fue el decaimiento de Jauja y el auge de Huancayo.
En el caso de la sociedad jaujina, este proceso implicó una transformación estructural donde aparecieron nuevos grupos de poder. Según los trabajos citados e indagaciones propias, tales grupos emergentes procedían, en su mayoría, de los distritos del interior de la provincia, y tenían una ascendencia principalmente indígena y/o mestiza. Resulta entonces curioso que, según ciertos autores, la Tunantada haya aparecido en el escenario histórico, precisamente, durante el periodo que aquí se ha abordado. Siguiendo los planteamientos de Gisela Cánepa, es posible pensar que la reestructuración social que experimentaron los pobladores de Jauja, en esos años, tuvo como correlato cultural la recreación de una danza-drama como ésta, a través de la cual redefinieron sus identidades.
Hoy, la Tunantada va logrando una presencia cada vez más fuerte en nuevas localidades, como sucede en varios pueblos del sur del Valle del Mantaro. Si bien parte de este proceso guarda relación con las nuevas dinámicas ligadas a la industria discográfica contemporánea, se puede proponer también, siguiendo nuevamente a Cánepa, que esta expresión costumbrista ofrece cualidades que hacen posible su reapropiación por parte de nuevos sectores de nuestra población, que han visto en ella un medio eficaz para conquistar y negociar espacios propios, y el derecho de auto-representarse en el marco de un mundo y discursos globalizados.
De este modo, el carácter potencialmente inclusivo de la Tunantada puede haber llevado a que comunidades marginadas, como las homosexuales, hayan encontrado en ésta la oportunidad de afirmar su presencia ante el resto de la sociedad.
Por estas razones, me atrevo a señalar que, en contraste con la exclusión social característica del Perú de nuestros días, la Tunantada es un espacio de inclusión por excelencia, un espacio donde todas las sangres de las que hablaba Arguedas sí tienen la posibilidad de estar presentes, de auto-representarse y de reconocerse mutuamente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escribe tu comentario aquí.