Los campesinos
Antón
Chéjov
Junto
a la puerta, Fekla, muy arrimada a la pared, tiritaba y castañeteaba los
dientes, desnuda de pies a cabeza. Parecía más pálida, más bella y más extraña,
bañada por la luz lunar, que acentuaba el encanto de la negrura de sus cejas y
de la lozana robustez de su pecho.
—En la otra ribera —explicó— unos mozos me han desnudado
y me han dejado venir así. Me he venido en cueros, ya lo ves, como me parió mi
madre. Tráeme algo para vestirme.
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