lunes, 24 de diciembre de 2012

Julio Ramón Ribeyro, la tentación del fracaso


Jorge Coaguila



La presencia de Julio Ramón Ribeyro en la literatura peruana es ineludible. Sus relatos concentran la humanidad del fracaso y la marginalidad del ser, sin tentar falsos maniqueísmos, y con un uso excepcional de la formas narrativas. Falta poco para Navidad y, como un obsequio para nuestros lectores, queremos regalarles esta entrevista hecha y cedida para esta edición por uno de los más grandes amigos y conocedores de la obra de Ribeyro, Jorge Coaguila.

¿Por qué se muestra reacio con los periodistas, señor Ribeyro?
En realidad, por dos motivos: el primero es que la mayoría de periodistas que vienen a entrevistarme no saben nada de literatura. El segundo, porque creo que ya lo dije todo, porque siempre vienen con las mismas preguntas. Estoy cansado de responder a lo mismo: ¿y cómo escribe usted?, ¿por qué escribe usted?...

Deben ser miles las entrevistas que ha concedido.
No, miles ni hablar. Serán cien —digamos— o, quizá, un poco más.

Entonces miles las rechazadas.
Sí. (Risas).

Además de ello, usted evade la publicidad.
Porque no me gusta promocionar un libro por todo el mundo luego de publicarlo. En ese sentido, no me siento tan presionado por mis editores como lo están Alfredo Bryce y Mario Vargas Llosa.

¿No le resulta paradójico que usted, el menos publicitado, tenga la mayor preferencia del público lector?
Pues no sé. Tal vez se deba a que las personas que me leen encuentran muy suya esa atmósfera de frustración, de desadaptación, de marginalidad que caracteriza a mis relatos. Acaso porque los lectores sufran los mismos chascos y humillaciones, acaso porque en mis cuentos no haya vencedores.

Se refirió a la frustración. ¿No se considera usted una persona frustrada?
No, porque he realizado lo que he querido. Yo he querido viajar a Europa, publicar libros, casarme con la mujer que quiero, tener un hijo, tener una casa en Barranco y otra en Europa, y lo he conseguido. No, no me siento frustrado. Aunque no puse en estas cosas el empeño que otros ponen.

¿Cuál es su mayor orgullo, entonces?
(Breve silencio). Ser reconocido por algunas personas cuando camino, por una parejita de enamorados y que diga: «Mira, ese es Ribeyro». Por el mozo del hotel Bolívar, por un chofer de taxis. (Nueva pausa). Siento cierta satisfacción.

¿A usted, cuando era joven, no le agradaba o trataba de conocer a los escritores que tenía a su alcance, como Ciro Alegría, José María Arguedas...?
No, nunca.

Sin embargo, más tarde, conoció a Borges.
¿Cómo sabe?

Lo leí en una revista de los años sesenta. Había allí una entrevista a Borges, que había ido a Alemania, adonde fue usted también.
Sí, fue en el año 1964. Fui invitado, como muchos otros escritores, al Congreso por la Libertad de la Cultura. Ahí también se encontraban Miguel Ángel Asturias, João Guimarães Rosa, Eduardo Mallea, Günter Grass, Ciro Alegría y Roa Bastos. (Toca su rostro con la palma derecha). Recuerdo que había dos bandos: uno con Borges y el otro con Asturias. Mientras Asturias se ponía a hablar de literatura comprometida, Borges, en cambio, hablaba de la estética, y no le hacía caso. Asturias era un demagogo. Todo esto es muy gracioso, ¿no?

¿Y usted a qué bando iba?
Un rato estaba en una mesa y otro rato en la otra. Recuerdo también que por esa fecha llegó un cable que decía que la novela de Vargas Llosa, “La ciudad y los perros”, había sido quemada en el patio del Colegio Militar. Enterados, Roa Bastos y yo redactamos una protesta por ello y firmamos todos los escritores presentes. Es el único documento en que aparecen juntas las firmas de Borges y Asturias. Pero este documento no se hizo público porque Mario dijo que no había necesidad.

En todo caso, a usted siempre se le vincula con la izquierda.
No soy izquierdista, aunque he tenido actitudes y acciones izquierdistas. Por ejemplo, apoyé a la guerrilla del 64, de Javier Heraud, o a la guerrilla del 65, de Guillermo Lobatón, Paul Escobar y otros. Me acuerdo que en París, Guillermo Lobatón dijo que había llegado el momento de la decisión: que quiénes iban a la lucha. Todos levantaron la mano, menos yo (sonríe nuevamente). Pero qué iba a hacer; yo no tengo espíritu de soldado. No obstante, Guillermo Lobatón, que además fue mi compañero en la universidad, me dijo: «No te critico, podrás servir aquí». Eran más o menos treinta los que levantaron la mano, pero era por pura figuración, ya que al final solo fueron cinco; los cinco que murieron. Los otros levantaron la mano solo para hacerse los machos.

Dígame, señor Ribeyro, ¿por qué usted que tenía tantos amigos en la Universidad de San Marcos, no estudió allí?
Porque en la Católica el ambiente era más tranquilo, sin huelgas, con poca política. Si yo frecuentaba la Casona era para hacer amigos y conversar luego con ellos en los bares. De ese grupo éramos Wáshington Delgado, Eleodoro Vargas Vicuña, Alberto Escobar, Carlos Eduardo Zavaleta, Alejandro Romualdo, Pablo Guevara, Francisco Bendezú, Pablo Macera y Carlos Germán Belli, a quien no le gustaba mucho el trago. En cambio, la Universidad Católica era muy seria para mí.

(La entrevista completa podrá hallarla en: http://jcoaguila.blogspot.com)

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