lunes, 10 de diciembre de 2012

COLUMNA: EL BUEN SALVAJE


Del teatro al cine

Sandro Bossio Suárez

¿Quién no recuerda la escena en que Ben Hur (Charlon Heston) desciende al Valle de los Leprosos y ve a su madre, Miriam (Martha Scott), salir a recibir los víveres que le lleva Esther (Haya Harareet)? ¿Quién podría olvidar el momento en que el desconsolado hijo se esconde y, vuelto contra el roquedal, llora metiendo el rostro entre los brazos? Esa es, desde luego, una actuación auténticamente teatral.
Escuchamos y leemos permanentemente que el cine es vástago de la fotografía, es más –y quienes lo afirman tienen mucha razón–, que el cine es fotografía; pero pocas veces hemos asistido a la defensa de la otra gran verdad: el cine es también vástago del teatro.
Para entenderlo mejor es necesario acercarnos al teatro previo al nacimiento del cine. En la segunda mitad del siglo XIX el clasicismo romántico está de moda. Los decorados teatrales se han adecuado a la historia, se utiliza la luz de gas para la iluminación, pero, sobre todo, se ha modificado la actuación. Ésta se hace más dramática, con acentuación de los brazos y gestos corporales.
Es precisamente lo que encontramos en los inicios del cine, sobre todo en las películas épicas (“Cabiria” e “Intolerancia”). Esta actuación, a veces sobreactuación, se extiende hasta mediados del siglo XX, más notorias en las péplum más famosas de la época: “Hércules”, “Ben Hur”, “Los diez mandamientos”, “Cleopatra”, “Espartaco”, “Quo Vadis?”.
Algunas películas de Alfred Hichcok (“Corresponsal extranjero”) y de John Huston (“El halcón maltés”) muestran también este ingrediente. Incluso ahora último encontramos actuaciones teatrales trasvasadas al cine en filmes tan modernos como “Titanic” (recordemos la escena en que Zane dispara a Di Caprio y Winslet en el inundado salón del barco), “Gladiador” o “Ágora” (otra vez péplum contemporáneas).
El teatro y el cine tienen una relación de alianza solidaria: el primero le otorgó historias y técnicas actorales al segundo, y éste le confirió métodos modernos al primero. Citemos a “El ángel exterminador” de Buñuel como referente obligado de esta unión. O a “Los idus de marzo”, de George Clooney, basada en una obra teatral de Beau Willimon. O a “Doce hombres sin piedad”, de Sidney Lumet, sobre una obra de teatro de Reginald Rose. El dramaturgo que destaca es Tennessee Williams, cuya obra maestra “Un tranvía llamado deseo” fue dirigida por Elia Kazan en 1951 con Marlon Brando y Vivien Leigh. Otro autor al que no podemos ignorar es William Shakeaspere: “Macbeth” fue adaptada por Orson Welles en 1948 y por Akira Kurosawa en 1957. En 1999 Michael Hoffman vuelve a llevar a Shakespeare al cine con “El sueño de una noche de verano”.
Ahora último se ha realizado “¿Sabes quién viene?” del maestro Roman Polanski, basada en una obra teatral de Yasmina Reza. Extraordinaria como todas las de Polanski, se trata de una puesta en escena prácticamente dramática en la que dos matrimonios discuten después de que sus respectivos hijos han peleado en el parque. La vimos en Lima porque desde hace mucho no guardamos esperanzas de ver nada bueno en Huancayo, aunque a veces, por milagro, encontramos buenas  películas independientes a las que le han cambiado de nombre para hacerlas más atractivas a la taquilla.
Es realmente una lástima que las distribuidoras, como Delta Films, y la cadena de cine que tenemos en la ciudad, subestimen a los espectadores huancaínos (y no digo cinéfilos), exhibiendo películas tramposas, comedias oportunistas, melodramas insulsos, trilogías de sangre espesa, películas peruanas baratas (la buena “Cielo oscuro”, aun siendo de un director local, sólo estuvo en cartelera unos días).
Tristemente, no hemos recibido el homenaje a “El padrino”, como sí lo vieron los limeños, chiclayanos, arequipeños y piuranos; así como no vimos “Temple de acero”, de los Coen; “El peleador” de David Rusell; “Amigos” de Olivier Nakache; y, un verdadero crimen, “A roma con amor” del genial Woody Allen. Imagino que, aunque está anunciada, tampoco veremos “Las curvas de la vida” de Clint Estawood. Por ello, levantamos nuestra voz de protesta por esa marginación. Ocurre porque, es claro, estas películas no son comerciales. Pero hay una solución: adaptar una sala (quizás la más pequeña y lejana del pasadizo) para estrenos de este tipo en horarios nocturnos, como lo hacen varios cines de la misma cadena en otras ciudades importantes.
Para terminar con el tema del teatro y el cine, también ocurre lo contrario: obras cinematográficas que fueron adaptadas con éxito a las tablas. “Historias de la radio” es una estupenda adaptación del cine español que duró muchos años sobre el escenario.

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