martes, 20 de noviembre de 2012

COLUMNA: DESDE AL ATELIER


Dos pintores frente a la muerte

Josué Sánchez Cerrón

Pintura: Valentine – Por: Ferdinand Hodler.

Ferdinand Hodler nació en Bern Suiza, en 1853. Junto con Arnold Bocklin, encabezó la vanguardia pictórica suiza del siglo XIX, siendo influido por Corot y Courbet. De estilo llano y lineal, se sintió atraído por el simbolismo y el Art Nouveau. A partir de 1895 abordó temas históricos y mitológicos en cuadros de gran formato, como los que se conservan en la Universidad de Jena y en el Ayuntamiento de Hannover.
En 1893, el Kunsthaus Zürich, uno de los más importantes museos de Suiza, que mantiene una exposición permanente de un significativo número de obras de Hodler, realizó una muestra de la totalidad de las obras de este gran pintor conservadas en otros museos del mundo, como punto culminante de una gira que incluyó con anterioridad Berlín y París.
Pintura: Otilia Mayo – Por: Florentino Cabrera.
Fue entonces que tuve ocasión de apreciar su obra. Dibujo impecable, pureza de líneas y una profunda ternura en el tratamiento de los personajes caracterizan, por lo general, su expresión plástica. 
Una serie de dibujos y pinturas que recogen la agonía y la muerte de su esposa Valentine, me resultaron particularmente inquietantes, Hodler había logrado captar la dolorosa soledad de la muerte, la pérdida paulatina de la conciencia y los precisos momentos en que, como diría Rulfo, el tenue hilito de sangre que ataba a Valentine a la vida habíase roto.
¿Qué motiva efectuar una crónica tan descarnada de la muerte de un ser querido? ¿El deseo de apresar su memoria? ¿De exorcizar a la muerte? ¿De conjurar la propia agonía?
Lejos de ahí, en otro continente, muchos años después, otro pintor hacía lo mismo. Era 1970, Otilia Mayo moría, y su hijo, Florentino Cabrera, casi tan agonizante como ella, deslizaba su grafito sobre el papel, registrando cada momento de la amada vida que se escapaba.
Nacido en Huancayo en 1942, Cabrera es uno de los pintores más versátiles de su generación. Lo rural y lo urbano, las costumbres, el paisaje y el retrato: todo está presente en su luminosa pintura. Es de resaltar su dominio de la técnica y particularmente del retrato. Así como su recurrencia en el tema femenino.
Para Cabrera la figura de la mujer evoca las virtudes mayores del ser humano: el amor, la ternura, la laboriosidad, la fuerza interior. Como es de esperar, la madre resume todas ellas.
Dos pintores. Dos mujeres. El amor. La muerte. Y la creación. Cuando el ser que se ama muere y la muerte se convierte en pintura el resultado es un estremecedor documento humano.
Hoy, Florentino Cabrera Mayo descansa al lado de su madre, nos quedan el grafito, el pincel y sus recuerdos que dibujaron la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escribe tu comentario aquí.