jueves, 11 de octubre de 2012

COLUMNA: EL BUEN SALVAJE


Isabel Córdova y el misterio de la literatura

Sandro Bossio Suárez



La literatura infantil, qué duda cabe, es una de las más antiguas y complejas sobre la tierra. Es la que nos acompaña desde los albores de la humanidad, y desde niños, la que siembra de sueños, asombro, candor en nuestra infancia, la que nos llena de esa visión luminosa y encantada de la vida en nuestros primeros años.
En esa perspectiva, la literatura infantil debe advertirse como una literatura formal en el cabal sentido de la palabra. Es decir, debe cumplir con los requisitos explícitos, positivos, de la literatura universal tanto en contenidos como en estética.
En el Perú, desde principios del siglo XX, contamos con importantes representantes de este modelo literario: Abraham Valdelomar, Francisco Izquierdo Ríos, Carlota Carvallo de Núñez, Rosa Cerna Guardia, entre otros.
A este tipo de literatura seria y sensata (porque también existe la otra, la que, con el pretexto de escribirles a los niños, persigue solo un fin utilitario) pertenece el nuevo y maravilloso libro “El acertijo de oro”, de Isabel Córdova Rosas, actualmente la más importante escritora nacional de literatura infantil, ampliamente publicada y traducida en el mundo.
La historia nos cuenta la aventura del despistado Luis, quien ha extraviado un prendedor que Almudena, su mejor amiga, le ha regalado. En su desesperada búsqueda, encuentra en el armario a un duendecillo: Trastolillo. Florece entre ellos una profunda amistad. Abundan las confidencias. Luis le confiesa que está enamorado de Almudena y éste también le hace una confesión: está prendado de una bella duende llamada Zum, pero no podrá casarse con ella si no encuentra la piedra de ambrosía. Conmovido por esto y secundado por Almudena, Luis se echa a la búsqueda de la perla.
Como puede verse, la docena de capítulos está llena de aventura, suspenso, emociones de múltiples aristas con una trama genuina y autónoma, con recursos que la hacen intensa y apasionada, aguda y penetrante, orientada hacia un claro fin de emociones encontradas y didáctica inteligente.
Destaca la pericia de la autora para, en medio de las carreras propias de la novela juvenil, darse tiempo y dedicarle todo un capítulo (brillante, por cierto) al pasado de Trastolillo, quien le cuenta a Luis las aventuras que vivió con el propio Lazarillo de Tormes, al que ha secundado en sus truhanescas andanzas. Se trata, pues, de una valiosa estrategia literaria con finalidad pedagógica que facilita el aprendizaje y despierta la curiosidad del lector por conocer la novela picaresca. Contiene, además, metaliteratura: una historia fictiva que se sirve de otra también fictiva para echar a andar los engranajes de los conflictos y suspensos de los buenos libros.
Bajo esa advertencia, la novela de Córdova Rosas se encumbra como el arquetipo más genuino de la literatura infantil, aquella que, como dice Danilo Sánchez Lihón “es reconocida como la verdadera literatura universal, porque de ella devienen todas las restantes, y porque sus atributos son esenciales a aquellos que toda estética reconoce como consustanciales al arte: el espíritu de infancia”.

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