miércoles, 19 de septiembre de 2012

Para que no olvides…


Enrique Ortiz Palacios

Campesino llora la muerte de su hermano a manos de Sendero Luminoso – Foto: Nortecastilla.es
Usamos la memoria para recordar y de esa forma evitamos repetir errores, no es casualidad que la etimología latina de la palabra recordar es “volver a pasar por el corazón”, aclarando que los romanos y griegos asumían que en el pecho se encontraba la mente. Recordar significa entonces “volver a pasar por la mente”.
Son veinte años de la captura de Abimael Guzmán, el perpetrador de los hechos más violentos en nuestra historia republicana y debemos “recordari”.  Recordar, por ejemplo, que esos años de brutalidad no dejaron ganadores o perdedores, recordar que no hubo malos o buenos, debemos recordar que solo hubo “víctimas”, que fuimos todos los peruanos.
Mucho tiempo después de esta captura nos enteramos que la policía y las fuerzas armadas nunca coordinaron esfuerzos, que cada grupo buscaba atribuirse méritos. Nos enteramos que el servicio de inteligencia militar no era tan inteligente. Descubrimos que el dictador que se atribuyó la captura “del siglo” no estaba ni lo más remotamente al tanto del seguimiento que un grupo de policías realizaba (el día de la captura, el “chino” pescaba apaciblemente en la selva). 
Han pasado veinte años y me apena ver por la televisión, o en los periódicos, algunos mozalbetes levantando el puño en alto al estilo Abimael, exigiendo la liberación del genocida, y pienso que a ellos no les llegó el recuerdo, o tal vez creen que los años de violencia fueron como las películas hollywoodenses en donde se aprecia que las matanzas son un arte, una postura o un acto heroico. 
Todavía están en mi memoria los apagones, los rezos de aquel niño que fui para que papá regresara completo de la comisaria donde trabajaba. Aún no olvido el rostro de esa muchacha que me tocó empujar, porque se había quedado paralizada por el bombardeo en la universidad donde me tocó estudiar y que nos salvó de morir despedazados.
Recuerdo el rostro de mi amigo Nelson, de la Facultad de Medicina, cuando me contaba las torturas a las que habían sido sometidos los universitarios encontrados en plazas, calles o basurales. Todavía recuerdo a Ignacio, el amigo que tuvo que irse del país con toda la familia a un futuro incierto, aunque no quería hacerlo porque sabía que nunca más iba a ver a sus amigos.
¡Nunca más!, nunca más permitamos a los “abimaeles”, a los fanáticos, a los charlatanes, a los que son incapaces de escuchar al otro, a los que solo se imponen con el grito, la patada o el empujón, a aquellos que se creen los dueños de la verdad, los Robin Hood de los pobres. No olvides Lucanamarca, Pococro, Tarata, La Cantuta. No olvides.

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