martes, 11 de septiembre de 2012

Mamacha Cocharcas: fe, historia y tradición


Diana Casas



Borges decía que la historia encierra en sus espejos la memoria, y que el sueño y la fantasía, o el temor, tejieron mitologías y cosmogonías. En cada recodo de la historia se escribió un pedazo de vida, y el recuerdo de este trozo de vida se guardó en los espejos de la memoria para no olvidarlos.
La historia se hizo así, de realidad y razón, de sueños e ilusiones; quizá de esperanzas depositadas en el brillo de cientos de velas encendidas una fría madrugada serrana en una pequeña iglesia erigida en lo alto de un cerro sagrado, de una huaca, a cuyos pies, horas más tarde, un bucólico pueblo andino estalla en color y vida cuando, luego de la misa y de la procesión de la sagrada imagen de la Virgen bendita, el aire se llena del sonido de violines, “huaccras”, arpas, “tinyas”, “pinkullos”, clarinetes y saxos, y el paisaje se transforma con el alboroto de las bandas de músicos y la muchedumbre de danzantes que invade las calles colmando el corazón de alegría.
Pandillas de pastores “kalachaquis” luciendo sombreros de paja y patriótica banda bicolor; majestuosas coyas ataviadas con coronas de flores y plumas en actitud señorial; parejas de chonguinos de rizadas cabelleras negras: ella, vestida de cotón y con máscara de mujer coqueta, y muñeca a la espalda simulando su hijito mestizo, él con careta y vestimenta de español en actitud hierática; toda la negrería marinera de vasallos y guardacampos alineada en dos columnas, con anclas o galeones de plata en la mano; burlescos chutos con máscaras de cuero e indumentaria de “yanacaconas”.
Y como telón de fondo, los personajes de un drama aún no resuelto: un Inca y su corte de pallas, auquis, ñustas, cahuides, chasquis y chutos;  junto a un Pizarro de casco y coraza, acompañado de una comitiva de soldados ibéricos, el padre Valverde y el traidor intérprete Felipillo, para escenificar la captura del último inca, Atahualpa, el Gran Señor, el Apu Inca caído en desgracia, símbolo del fatal momento en que se fracturó el Tawantinsuyo y nació el Perú social y culturalmente contradictorio de las muchas sangres y realidades.
Toda una amalgama de expresiones populares de contenidos múltiples: identitarios, de control social, paródicos, de resistencia ideológica, moralizadores, reivindicativos, creados y recreados en el distrito de Sapallanga, 8 kilómetros al sur de Huancayo, en la margen izquierda del río Mantaro.
Con igual motivo, en la misma margen pero hacia el norte, en Apata, los personajes de la Tunantada marcan su rítmico paso; mientras, al frente, en la margen derecha, en Orcotuna, en columnas sincronizadas flanqueadas por negros y chutos, parejas de chonguinos ricamente ataviados bailan la suerte de aristocrático minué que es la Chonguinada, junto a comparsas de Avelinos de harapienta y singular ropa.
Más al sur, en Marcatuna, anexo del distrito de Huáchac, en la provincia de Chupaca, la danza de los Auquish, o de los “viejos”, celebra a la Virgen de Cocharcas parodiando con gracia los movimientos cansinos de los ancianos frente al brío de su espíritu juvenil. En tanto que otra danza local, la  Morenada, sirve de marco a la fiesta de la “Mamanchic” Cocharcas en Tres de Diciembre, también distrito de Chupaca.
En los cinco distritos del Valle del Mantaro, llegada la noche, los estallidos de los castillones llenan las plazas de soles y ruedas multicolores que giran locamente, y los olores sulfurosos que despiden los cohetes y bombardas, se confunden con los suculentos aromas que salen de las ollas de las vivanderas que atienden solícitamente a los danzantes de los conjuntos folclóricos que desfilan sin cesar por las calles, bailando, riendo y bebiendo; mientras en las casas municipales los poetas y escritores se reúnen en tertulias literarias y los  concursos de estampas reclaman la atención de los encantados visitantes.
Aunque el 8 de septiembre es el día central, la fiesta de la Mamacha Cocharcas dura varios días y en el caso de Sapallanga, más de una semana. Celebran los distritos ya nombrados y también Quichuay. Los pueblos de Ahuac, Iscos, Chupuro y Cocharcas, anexo de Sapallanga, lo hacen en los días de la “octava”. Son jornadas intensas cargadas del fulgor del fuego de  una cultura viva, en el valle más rico en historia y paisaje del país.

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