martes, 11 de septiembre de 2012

COLUMNA: UN MUNDO PERFECTO


Un método peligroso: eros y tánatos vistos por Cronenberg

Jorge Jaime Valdez



David Cronenberg es, actualmente, uno de los maestros del cine. Por esta razón causaba mucha expectativa, para sus seguidores, conocer su versión sobre el nacimiento del psicoanálisis. La mente y el cuerpo, la corrupción de la carne y los laberintos de la mente, desde sus inicios han sido tópicos tocados reiteradamente por el canadiense.
“Un método peligroso” nos cuenta la relación entre Sigmund Freud y Carl Jung. Entre ellos aparece Sabine Spielrein, paciente y después amante de Jung. Como se puede ver, se trata de un triángulo de personalidades distintas y complejas que se encontrarán para después separarse durante el periodo que abarca la cinta, influyéndose, admirándose, sometiéndose, deseándose y manipulándose.
En apariencia se trata de una película de época, sobria y muy cuidada, pero viéndola de cerca es una cinta perversa y compleja como la mayoría de los filmes de Cronenberg. Es verdad que está más cerca a “Dead Ringers” que a “Una historia de violencia”, a “M. Butterfly” que a “Videodrome”, sin embargo, en todas encontramos esa extraña dualidad entre la destrucción del cuerpo y de la mente, o en todo caso las alteraciones físicas o mentales, las mutaciones de la carne pero también las alteraciones psíquicas, y como no, el placer y el dolor; eros y tánatos nunca fueron mejor retratados que en el cine de Cronenberg.
Viggo Mortensen se ha convertido en un notable actor en manos del cineasta, con quien colaboró en sus últimos tres rodajes. Estuvo  bien en “Una historia de violencia”, mejoró considerablemente en “Promesas del este”, y en “Un método peligroso” interpretó magistralmente a Freud. Por su parte, el Jung que compone Michael Fassbender y la joven histérica que hace knightley no se quedan atrás. Quizás uno de los mayores atractivos de esta cinta está en las soberbias interpretaciones de los tres protagónicos.
La belleza endemoniada de Keira knightley aparece descuidada forzando la mandíbula, y conteniendo las palabras que se niegan a salir para encarnar a una joven que sufre de una histeria terrible, quien será la paciente de Jung y posteriormente se convertirá en una brillante psiquiatra, al extremo que ella teoriza sobre eros y tánatos, el impulso de vida y muerte, el cual se le atribuye al padre del psicoanálisis, Freud, con quien entabla una relación no erótica sino académica.
La película está llena de diálogos prolongados y, a diferencia de otras del autor, no muestra lo visceral, todo es controlado a excepción del cuerpo contorsionado por la histeria de Sabine. Lo sórdido está en las mentes y en sus juegos de seducción. Para Freud toda la conducta humana se ve reducida al impulso sexual; su discípulo y amigo, Jung, cree en el poder de la palabra. Entre ambos se da un duelo de inteligencias, el maestro perverso se va apropiando del discípulo y éste, a su vez, de su paciente, a quien convierte en su amante a pesar de que trata de evitarlo, pero gana el deseo a la razón.
El personaje de Sabine es el más complejo y atractivo, tras su neurosis está un cuerpo torturado por los recuerdos de un padre dominante, donde el deseo va de la mano con el dolor, que experimenta en su tortuosa relación con el controlado Jung.
La cinta es inquietante por lo que insinúa, se ve poco, a pesar de que  agazapado tras las máscaras de la normalidad está el mal, tratando de cubrirlo todo. Aparte de las actuaciones, del guión adaptado y de la puesta en escena, la fotografía y la música merecen una mención aparte. Cronenberg hace mucho trabaja con Pete Suschitzky, como director de fotografía, y con Howard Shore que se encarga de la banda sonora: ambos lo hacen de maravilla. La elegante fotografía va acompañada de una música igual de hermosa creando atmosferas sublimes.
Este espacio queda corto para escribir sobre este espléndido filme que se encuentra entre lo mejor de su apreciable filmografía, sin tener nada que envidiarle a sus antecesores.

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