martes, 11 de septiembre de 2012

COLUMNA: EL BUEN SALVAJE


Cortázar a lo largo de mi vida

Sandro Bossio Suárez



Conocí a Julio Cortázar cuando tenía 14 años y leí un cuento sobre el extendido tema del doble: “Una flor amarilla”. Lo encontré en una antología de pocas páginas y, como era el único relato que allí figuraba del argentino, partí en busca de un libro completo de él. Así me topé con “Bestiario”, que me sacudió como una corriente eléctrica, sobre todo al leer “Casa tomada”, “Circe” y “Lejana”, tres monumentos de la cuentística latinoamericana donde Cortázar inaugura su más innovador y original estilo literario y ya se muestra como el maestro del relato corto.
Definitivamente, el segundo libro, con muchísimas más sorpresas, me subyugó hasta el límite: traía cuentos realmente magistrales, de golpes certeros, como “Continuidad de los parques”, esa maravilla de quinientas palabras que nos involucra en otro texto literario (el que lee el protagonista) y termina con una puñalada que nos devuelve a la realidad. “No se culpe a nadie” es el relato también en clave fantástica de un suicida paranoico y “La puerta condenada” un texto de horror que conmueve. “Las Ménades” y “El ídolo de las Cícladas” son otros dos relatos geniales, sobre todo el último en el que un idolillo histórico termina por absorber el espíritu y la voluntad de dos hombres. “Axolotl”, fascinante narración fantástica, es el relato que más me impresionó por su anécdota genial y su final impactante. “La noche boca arriba” es, desde luego, el cuento más portentoso del volumen, por su juego entre lo onírico y lo real, pero, personalmente, también me impacté con “Final del juego”, ese extraño cuento sobre niñas que juegan a ser estatuas y trenes de carbón que pasan lentamente por una extraña propiedad particular.
Luego vinieron otros libros y otros cuentos: “El perseguidor”, que narra la historia de un extraordinario saxofonista, Johnny, que muere de una imposible sobredosis de marihuana. “Todos los fuegos, el fuego” es otro pilar del cuento cortazariano.
Sin embargo, el libro que me zambulló por completo en su universo y que me hizo aficionarme a él fue, sin duda, “Rayuela”. Es la novela más rica, significativa, impresionante que tuve en mis manos durante mucho tiempo. Incluso, en varias oportunidades, por su factura y riqueza estructural, por su riqueza en la contextualización política y de personajes, pensé que era la novela más importante que había leído en mi vida. Ahora no pienso así, sin embargo, estoy convencido de que se trata de una obra maestra sin comparación, una verdadera revolución de la narrativa latinoamericana y mundial. Tanto que, recuerdo, cuando terminé de leer la y me enteré de que su autor acababa de morir, no pude contener el llanto.
Después, esporádicamente, mientras releía las maravillas ya conocidas, iba encontrando nuevas cosas: “La vuelta al día en ochenta mundos”, “Octaedro”, “Alguien que anda por ahí”, “Un tal Lucas”, “Territorios”, “Queremos tanto a Glenda”, “Deshoras”.
Destaca también su extraño libro “Historia de cronopios y famas”, colección de cuentos, reflexiones y minificciones en tono surrealista que tienen como finalidad desbordar la imaginación. El volumen se divide en cuatro partes: “Manual de instrucciones”, “ocupaciones raras”, “material plástico” e “historia de Cronopios y de Famas”.
Y también vinieron otras novelas: “Los premios”, “62 Modelo para armar”, “Libro de Manuel” y “Divertimento”, esta última publicada cuarenta años después de escrita y que, a diferencia de las otras, mantiene una línea narrativa más conservadora y una historia sugestiva que incluye médiums y misterios por resolver.
Últimamente, cuando ya no creí encontrar nada nuevo de Cortázar, salió a luz “Papeles inesperados”, un libro de misceláneas que, separados la paja y el ripio, contiene una serie de textos originales y algunas nuevas versiones de los ya publicados. En él, además, encontré un apotegma que me hizo conocer al Cortázar humano: “La risa ella sola ha cavado más túneles útiles que todas las lágrimas de la tierra”.

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