domingo, 2 de septiembre de 2012

Bribonadas culturales


Jhony Carhuallanqui



En agosto de 1972, la prestigiosa revista National Geographic presentaba en portada la sorprendente historia de un grupo de primitivos varados en la edad de piedra: los Tasaday. La isla de Mindanao se convertía así en el punto de encuentro de antropólogos, historiadores, sociólogos, psicólogos y lingüistas, todos impacientes por comprender y aprender de este retazo de historia de la humanidad preservada en la jungla filipina.
Vivían en cavernas, usaban taparrabos de hojas de orquídeas, comían raíces, hojas, frutas silvestres; desconocían la agricultura y ganadería, eran los típicos recolectores y cazadores.
A través de Manuel Elizalde, el gobierno filipino mandó cimentar un muro (custodiado por militares) alrededor de ellos para no “contaminarlos” de civilización: consumismo, egoísmo, ambición y frivolidad.
En 1980, el escándalo superó la curiosidad: vivían en chozas, usaban jeans, tenían cuchillos de metal y habían firmado un “contrato” con el gobierno para “actuar como cavernícolas”, y obtener regalías de los turistas y académicos dispuestos a verlos o estudiarlos en su “hábitat natural”. Artículos, conferencias, memorias, ensayos, documentales y reseñas terminaron en el basureo y ningún académico que se respetase volvió a tocar el tema.
Los Tasaday fueron una gran mentira y los científicos sociales ¡se la creyeron! Quizá por la buena actuación de los nativos o tal vez por la poca pericia científica que los obnubiló.
Igualmente, hubo culturas vilmente utilizadas: en Perú, el boom del caucho obligó a pincelar el cuerpo de nativos Boras, Uitotos y Andoques para hacerlos ver más primitivos (salvajes) a fin de justificar su incapacidad de ser pasibles de derechos, y así ser esclavizados en la explotación del “shiringa”. Cuanto más salvaje se veían, menos derechos tenían.
Unos 30000 nativos fueron exterminados, entintaron con sangre el Putumayo por la codicia de Julio Arana y su Peruvian Amazon Company. Este “Barón del Caucho” mandó edificar la ostensible Casa de Hierro (Iquitos) que simbolizaba la osadía e impunidad de un hombre que hacía y deshacía contratos con la misma arrogancia que inmolaba a los nativos.
Por otra parte, en ocasiones, extrañas y a veces extraordinarias, las tribus han aparentado ser ingenuas a fin de que el investigador “se vaya contento”: Nigel Barley publicó una suerte de novela - memoria titulada: “El antropólogo inocente”, en la que cuenta con  humor —y a veces resignación—, sus peripecias con la tribu Dowayo (Camerún). El extraño era él y los nativos se burlaban, pues su desconocimiento de los sistemas culturales  le hacía cometer cada humorada que los locales creían que se hacía al tonto. Confesaría luego que él no se hacía, lo hacían tonto.
Así es que entre tribus inventadas, manipuladas o burlonas, el hombre va conociendo el espectro cultural que lo rodea, aunque su entusiasmo desmedido a veces lo ha limitado en su objetividad: cómo no mencionar el célebre eslabón perdido: El Hombre de Piltdown, que 45 años después sabríamos con asombro y desconsuelo que se trataba de un cráneo “armado” con los dientes en quijada de un orangután, el diente suelto de un mono y el cráneo de un hombre de la edad media.
A pesar de todo, aún seguimos buscando el eslabón perdido. Konrad Adenauer  tiene la respuesta: “Creo que he encontrado el eslabón perdido entre el animal y el hombre civilizado: somos nosotros”. Totalmente de acuerdo.

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