domingo, 27 de mayo de 2012

COLUMNA: UN MUNDO PERFECTO

Drive: los caminos de la vida Jorge Jaime Valdez
"Drive" es una película extraordinaria. Aparentemente, llegó como una cinta más de acción, de esas que trae el cine comercial por cantidades industriales, sin embargo, fue una grata sorpresa en la cartelera local. Nos cuenta la historia de un personaje solitario, inquietante, que trabaja en una mecánica, y como “doble” conduciendo autos y realizando escenas arriesgadas que las estrellas de la pantalla no pueden filmar. Por las noches maneja para delincuentes, cronometrando su tiempo y realizando escapes impecables. Vista de manera superficial es una historia de acción de principio a fin, pero a veces, las apariencias se equivocan. “Drive” es un “thriller” en buena forma, pero también es una historia de amor. El protagonista es un lobo solitario en la selva de concreto, que se enamora y, como suele pasar, está en el momento y lugar equivocados. Con un millón de dólares a cuestas, tiene que huir y hacer justicia como pueda en un mundo perverso y violento. Lo hace por amor a una mujer que vive con su hijo pequeño, y no hay más sorpresas en una cinta “en apariencia” del montón. Su artífice, el danés Nicolas Winding Refn, ganó con justicia el premio a mejor director en el Festival de Cannes 2011. Los méritos del filme son diversos, comenzaremos por la selección de actores: el papel que interpreta Ryan Gosling es notable. Es un conductor parco, nocturno, seco, agresivo y tierno a la vez. Esas características personales son, curiosamente, la atmósfera que se respira en todo el largometraje. La ciudad es brutal y sórdida, las personas se comunican muy poco y cada una está más distante y desconfiada de la otra, pero existe una extraña ternura en medio del caos. La fotografía y sobre todo la música (obra de Cliff Martínez) son soberbias. Con un oído privilegiado nos sumerge en un viaje sonoro estupendo. El tema introductorio con los créditos en tipografías rosadas, con planos abiertos y cenitales de la metrópoli como telón de fondo, y la fuga con los delincuentes, es una lección de buen cine, como lo son también las escenas en el ascensor. Las canciones están muy bien, pero la historia, sin ser diferente, está mejor. Se nota que el director es un cinéfilo, un amante del séptimo arte, de Godard, de Scorsese o de Lynch. Los guiños a estos maestros de la ilusión son constantes y muy logrados, sino veamos solamente al chofer que nos recuerda, todo el tiempo, al Robert De Niro de “Taxi driver”. La trama puede parecer violenta y convencional, tal vez lo sea, pero tiene una extraña dosis de dulzura, como en la relación del conductor con el niño. La tristeza de sus personajes parece un estigma. Son personajes ensimismados, condenados a perder, la espiral de violencia cruda los va envolviendo y sumergiendo cada vez más, sin posibilidad de salir librados del mal. Es interesante ver como el autor se mueve con gran soltura en una variedad de géneros: está el “thriller”, el policial, el “film noir”, además del drama y las películas baratas, las de serie B. Sin pecar de erudito o cinéfilo “snob” se puede ver la influencia de Scorsese en su violencia seca y brutal; Cronenberg, por lo visceral, por la carne y la sangre; y Tarantino por los giros inesperados y lúdicos, o los colores y la estética disco de sus mejores trabajos.

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