jueves, 5 de abril de 2012

COLUMNA: UN MUNDO PERFECTO

J. Edgar: el poder, la soledad y el amor



Jorge Jaime Valdez

John Edgar Hoover fue un protagonista importante de la política norteamericana del siglo XX. Fundador del FBI, fue durante más de cuarenta años el poder a la sombra; por sus manos y “oídos” pasaron ocho presidentes, y un sinnúmero de políticos, artistas y más. Fue un personaje complejo de muchos matices y Clint Eastwood se encargó de retratarlo con maestría.
“J. Edgar” es un “biopic”, una biografía filmada. Nos cuenta la vida de este antihéroe durante varias décadas con una narración que va y viene, entre años mozos y su vejez solitaria, a través de “flashbacks”. Ya viejo, Hoover dicta, a un biógrafo, su versión de la historia, empañada siempre por los caprichos de la memoria o, acaso, por la mitomanía compulsiva que lo caracterizaba. También es la historia de los Estados Unidos, donde se van alternando presidentes, pero el poder sigue siendo el mismo. Hoover es un personaje huraño, solamente tres personas influyeron y lo acompañaron en vida: su madre que lo marcó definitivamente, su leal secretaria, y su compañero de siempre: Clyde Tolson.
La película es sombría y oscura como el propio protagonista. Leonardo Di Caprio encarna a Hoover y lo hace con notable solvencia. Demuestra, con creces, que ya maduró y es un buen actor, cuatro filmes con el maestro Scorsese han decantado su oficio. La cinta muestra a un ser contrariado, triste, temeroso, débil que sin embargo, debe mostrar lo contrario. Lo esconde todo y lleva una doble vida. Su vida pública es tan secreta como la privada. No puede mostrar afecto, es calculador, megalómano, frío y mitómano, aunque en el fondo sienta, sufra y tema como el común de los mortales. Hoover odiaba, en proporciones similares, a los comunistas y a los homosexuales, a los negros y a los Kennedy. Vivía y sufría su sexualidad reprimida. En una parte de la cinta su madre le dice: “Prefiero a un hijo muerto que a un hijo maricón”. Escondió su homosexualidad como escondía los archivos y grabaciones de mucha gente, y a través de éstos podía chantajearlos y someterlos a sus intereses.
Las virtudes de esta película compleja y extraordinaria son muchas. Clint Eastwood, como pocos cineastas, puede dar vida, es una suerte de demiurgo, y sus personajes dejan de ser ficticios para convertirse en seres de carne y hueso. Un antihéroe como Hoover en manos de Eastwood se convierte en un personaje entrañable, y la actuación de Di Caprio le da los matices necesarios. Todo el tiempo su rostro nos trasmite duda, miedo, fragilidad, pero también sarcasmo y cinismo. Es tremendamente injusto que Di Caprio no fuera nominado al Oscar y que este filme no recibiera ninguna nominación. Debe incomodar mucho a los conservadores miembros de la Academia que una cinta, de un maestro del cine, cuente una historia vergonzosa para algunos nacionalistas norteamericanos. Es una producción políticamente incorrecta y seguramente ese motivo la dejó fuera de competencia. De lejos es mejor que muchas de las nominadas.
La música precisa es compuesta, como en sus últimas cintas, por el propio Eastwood. La fotografía es oscura, llena de claroscuros, que le dan el clima opresivo, sórdido, descolorido a la historia. La vida “edípica” de Hoover debió verse de ese color. “J. Edgar” es también una hermosa historia de amor: sorprende que el viejo Eastwood cuente a sus 82 años, una historia de amor homosexual con tanta sutileza y respeto; quién imaginaría al duro policía o al vaquero de rostro inmutable dirigiendo y poniendo en escena, con singular maestría, dramas humanos tan profundos y complejos.
Finalmente, “J. Edgar” pasa a formar parte de esa notable lista de grandes obras que nos deja Eastwood, probablemente, esté al mismo nivel de “Los imperdonables”, “Un mundo perfecto”, “Los puentes de Madison” (con la que comparte una leyenda de amor eterno),”Río Místico”, “Million Dollar Baby”, su díptico sobre Iwo Jima (con los que coincide en el tema histórico contemporáneo) y “Gran Torino”.

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