martes, 3 de abril de 2012

COLUMNA: DESDE EL ATELIER


El arte inmortal de Auguste Rodin

Josué Sánchez

La primera vez que vi una escultura de Auguste Rodin (1840-1917) fue en el Kuntz Museum de Basilea en Suiza. Era un bronce representando a seis personajes que marchan hacia la muerte con hidalguía, caminando semidesnudos, el cuerpo enérgico y la mirada heroica, el primero de ellos con la soga al cuello. “Los Burgueses de Calais” es un conjunto escultórico magistral que inmortalizó en bronce el sacrificio del héroe francés Eustache de St. Pierre, quien en compañía de otros valientes se entregó a la muerte en defensa de la villa de Calais, sitiada en el siglo XIV por los ingleses.
Pero si la réplica de Basilea resulta grandiosa en la dignidad de su belleza austera, visitar la casa taller de Rodin en la 77, “rue de Varenne” en París, significa entrar a un mundo de formas cargadas de un “elan” vital de singular fuerza. En el inmenso jardín nos espera “Balzac” con la expresión dominante en el rostro delineado al detalle, la cabeza imponente resaltando sobre el cuerpo perdido en la vestimenta sin mayores detalles. Una manera diferente de plasmar la figura hasta entonces vista, que busca transmitir de manera inmediata la esencia espiritual y subjetiva del modelo. Está “La edad del bronce”, obra que fuera expuesta en 1877 en Bruselas provocando un escándalo por el modelado tan vibrante que parecía mostrar un cuerpo vivo —en esa oportunidad, Rodin fue acusado de haber sacado el molde directamente de un cuerpo haciendo calcos del natural—. Está ahí como alejada de la realidad, palpitante y descuidada a la mirada del público.
En las amplias salas del atelier del artista, hoy Museo Rodin, se encuentra casi la totalidad de sus obras. Es de admirar la terracota “Mujer joven”, que data de 1865; la célebre escultura “El pensador”, en bronce; el mármol “La mano de Dios”, donde la mano divina modela a la primera pareja. Resaltan también los mármoles “El beso” y “Dánae”. En “El beso”, el ardor y la intensidad exaltada del amor parecen brotar de los cuerpos vigorosos y flexibles unidos en el abrazo, es el realismo que se doblega frente al ideal y la pasión. “Dánae” es un desnudo femenino, tal vez el más bello realizado por Rodin, es un cántico a la belleza, una melodía sin fin que recorre el cuerpo. “La catedral”, en piedra, son dos manos de diferentes personas que se rozan apenas con los dedos formando una cúpula, tan expresivas que parecen dotadas de una vida independiente mostrando las huellas y la deformación ocasionadas por el trabajo cotidiano. Los retratos escultóricos poseen una firmeza en el modelado que revela el extraordinario dominio del artista sobre la arcilla y su capacidad para reflejar a partir del material el carácter del modelo. Eso se puede apreciar en “Mignion”, el mármol que le hiciera a su discípula y amante, la gran escultora Camille Claudel, y en el bronce dedicado a su compañera Rose Beuret .
En el Museo de Orsay en París, una vieja estación de trenes remodelada, donde se aprovechan los grandes desniveles para mostrar las diferentes obras de arte, Rodin ha sido privilegiado con los mejores espacios para mostrar algunas de sus esculturas originales en yeso, listas para ser pasadas al bronce o a la piedra, como “La puerta del infierno” que fuera inspirada en la “Divina comedia” de Dante Alighieri. Esta escultura, que inició en 1880 y dejó finalmente inconclusa, fue un tormento en su vida y a la vez una fuente inagotable de inspiración. De allí nacieron “El pensador”, “Adán”, “Eva”, “El mártir”, “El hijo pródigo”, “El beso”, “Dánae”, “El Conde Ugolino”, entre muchos otros.
La impetuosidad y energía de Auguste Rodin lo llevaron a comprometerse con muchas obras. Al empezarlas las hacía con tal intensidad que dibujaba, hacía croquis, investigaba la vida de los personajes y modelaba la arcilla una y otra vez hasta obtener una figura que le agradase. Luego, ganado por el entusiasmo de una nueva idea, abandonaba la obra contratada para dedicarse a realizar sus obras personales, distanciándose de todos los que le rodeaban. Hubo momentos en que trabajó en 5 talleres distintos y alejados para no ser ubicado fácilmente. Decía Rodin a su secretario, el escritor Rainer María Rilke: “Siempre viví como un obrero, pero la felicidad de trabajar me hizo superar invariablemente toda dificultad. Por otra parte, apenas estoy inactivo me aburro, y me resultaría insoportable no producir nada. El descanso es monótono y evoca la tristeza de todo lo que se termina”. Nunca descansó y su obra inmortal aún continúa re-creándose en los ojos, la mente y el corazón de quien las observa.

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