miércoles, 14 de diciembre de 2011

COLUMNA: UN MUNDO PERFECTO

El inca, la boba y el hijo del ladrón
Jorge Jaime Valdez

Es insólito comentar cuatro películas peruanas que fueron estrenadas en los últimos dos meses. Vimos “Bolero de noche”, “El guachimán”, “Las malas intenciones” y la cinta que nos ocupa. Sin embargo, esta es una buena noticia para quienes queremos y reclamamos que se estrenen más filmes peruanos en nuestra escuálida cartelera local.
“El inca, la boba y el hijo del ladrón”, la ópera prima de Ronnie Temoche, fue la más votada por el público en el último Festival de Cine de Lima organizado por la Universidad Católica. La trama sigue tres historias que se entrelazan a lo largo de la cinta. “El inca” es un viejo peleador venido a menos por el paso del tiempo, vive sin familia, en completa soledad y busca darle algún sentido a lo que le queda de existencia. Nos recuerda, salvando las distancias y latitudes, a Mickey Rourke en “El luchador”. “La boba” es una chica que trabaja en un restaurante de mala muerte, en alguna carretera rodeada por el desierto, esperando al amor de su vida; aparecerá su “príncipe azul” y esto le traerá una serie de complicaciones. Y “el hijo del ladrón” es un muchacho que vive con su joven pareja, una adolescente quinceañera con quien espera un hijo. Rodeado de muerte y pobreza, vive bajo el estigma de tener un padre delincuente, lo cual le acarreará serias dificultades y el odio de todo el pueblo. Estos tres son personajes que viven en algún lugar del norte, los arenales sirven de marco para mostrar una realidad precaria, pero no carente de ilusión y esperanza. Todos buscan redención, darle un norte a su destino que casi siempre se muestra hostil y contradictorio, y con un poco más de suerte, acaso, encontrar el amor.
La película tiene varios méritos pero también desaciertos. La selección de los actores es muy buena, sobre todo “el inca” (Carlos Cubas) y “la boba”, (Flor Quezada). El primero no es actor, sin embargo, hace un papel memorable: un personaje tierno a pesar de su rostro pétreo e inmutable, que parece extraído de un circo ambulante, es una persona con un pasado quizá glorioso, pero que vive constantemente bajo la tentación del fracaso. La segunda transmite una sensualidad casi animal, como una flor silvestre o una rosa de pantano, parece Sonia Braga en alguna historia de Jorge Amado, principalmente en “Gabriela, clavo y canela”. Hay varios momentos memorables: la escena de la morgue es bastante sórdida pero interesante, y las partes cuando vemos al inca recordando su vieja gloria en los cuadriláteros son entrañables. Hay constantes guiños al “western”, al cine bíblico, a las películas de circos, al policial, que son una muestra deliciosa de la gran cinefilia de su director.
Las historias y sus personas funcionan en buena parte del filme, pero al final todo resulta forzado, inverosímil, como si el azar de pronto lograra la felicidad en un abrir y cerrar de ojos. Los protagonistas son perdedores, marginales, es un mundo de fábula. Podríamos compararla con “Amores perros”, pero en esta cinta mexicana los protagonistas no sólo son perdedores y marginales, sino que la vida es muy dura, violenta, desencantada, gris y no tiene un final feliz. En la película de Temoche las acciones se desencadenan de manera apresurada, torpe, el final echa a perder un rodaje que promete, incluso parece que la historia se le va de las manos, como arena del desierto. De todas maneras, esta producción merece ser vista, está sobre el estándar de las cintas peruanas. La fotografía, la dirección de arte y la música no desentonan, todo lo contrario, nos muestran un Perú que nos fascina, pero que también nos duele.

La selección de los actores es muy buena, sobre todo “el inca” (Carlos Cubas) y “la boba”, (Flor Quezada). El primero no es actor, sin embargo, hace un papel memorable: un personaje tierno a pesar de su rostro pétreo e inmutable.

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