domingo, 23 de octubre de 2011

COLUMNA: El buen salvaje

Las fábulas de los retóricos

Sandro Bossio Suárez

A mediados de 2001 nació una de las leyendas literarias más polémicas. Se trataba de una supuesta carta escrita por el Nobel Gabriel García Márquez en el que, viéndose víctima de un cáncer linfático, se despedía de sus amigos. La carta corrió como reguero de pólvora (mejor sería decir como invitaciones al Facebook) en el ciberespacio, al punto que cándidos periodistas y críticos literarios se refirieron a ella como cierta. La carta, en forma de poema, empezaba así: «Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, posiblemente no diría todo lo que pienso, pero pensaría todo lo que digo». Tiempo después, obligado por las circunstancias, el propio García Márquez salió a desmentir la autoría de la carta. Dijo que, en realidad, lo que más le había dolido era que la gente hubiera creído que él escribiera tan mal.
Cuando Julio Verne, el gran escritor que se adelantó a su tiempo, tenía ocho años y concurría a la escuela de madame Sambain, una viuda que le contaba anécdotas de los viajes que había realizado con su fallecido marido. Esas historias despertaron totalmente su imaginación. Por ello, cuando su padre lo internó en un colegio, él intentó fugarse descolgándose por una cuerda hecha con sus sábanas, pero fue descubierto por el jardinero. Intentó fugar una vez más a los once años: quería llegar a Marsella y navegar hasta las Antillas para comprar un collar de perlas para su prima, a quien amaba en secreto. La aventura le costó una paliza de su padre y la promesa que, desde entonces, solo viajaría con la imaginación. Lo cumplió.
El escritor Víctor Hugo, autor de la célebre novela «Los miserables», estaba vacacionando en una playa de Marbella y deseaba conocer cómo iba la venta de su obra maestra. Entonces envío una carta a su editor con el escueto texto: «¿». Días después recibió una respuesta no menos sucinta: «¡».
El poeta francés Paul Valéry (1871-1945), uno de los más ilustres representantes de la lírica contemporánea, fue presentado durante una recepción a una dama. Ésta, al enterarse de que estaba hablando con un famoso escritor, extrajo su álbum de autógrafos: «Señor Valéry, perdóneme usted, pero todavía no he leído ninguno de sus libros. No obstante, escríbame cualquier cosa en este álbum». «Con mucho gusto, señora», accedió el escritor y sobre la hoja en blanco anotó los títulos de sus obras y sus respectivos precios.
La primera novela de ciencia ficción tiene más de dos mil años de antigüedad. Su autor fue el sirio Luciano, que vivió en el siglo II antes de Cristo. En Atenas escribió un libro titulado «Historia verdadera», que pretendía ser las aventuras de medio ciento de hombres que se deben enfrentar una terrible tormenta. Después de un viaje aéreo de 7 días, los viajeros llegan a una gran isla circular con mucha luz: la Luna. Luciano advertía a sus lectores que su libro era pura fantasía y les decía: «Tengan cuidado. No crean nada de esto».
En una ocasión en que el escritor Jonathan Swift decidió salir a montar a caballo, le pidió a su criado que le llevara las botas de montar. Al ver al sirviente llegar con el pedido le reprendió por no traerlas limpias. El empleado se disculpó: «Señor, pensé que no merecía limpiarlas ya que se van a ensuciar de nuevo dentro de un momento». El escritor se encogió de hombros y advirtió al mozo de que no volvería hasta la noche. «Amo, se olvida dejarme la llave de la despensa», le dijo entonces el muchacho. «Para qué la quieres?», le preguntó el novelista. «Para preparar el almuerzo, claro», le respondió el chicuelo. «No hará falta, ¿para qué quieres almorzar? Después de todo, dentro de unas horas querrás comer de nuevo», le dijo Swift.
La versión original de «La bella durmiente», escrita por el italiano Giambattista Basile en 1636, incluye una violación y un intento de canibalismo.

El escritor Víctor Hugo (…) deseaba conocer cómo iba la venta de su obra maestra. Entonces envío una carta a su editor con el escueto texto: «¿». Días después recibió una respuesta no menos sucinta: «¡».

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escribe tu comentario aquí.