jueves, 13 de octubre de 2011

COLUMNA: DESDE EL ATELIER

ANGTS: Graffitis y sociedad

Josué Sánchez Cerrón

Situada en la frontera con Bélgica y Holanda, la ciudad alemana de Aachen, la antigua Aquisgrán, fue fundada por Carlomagno en el siglo VIII.
Carlomagno, rey de los francos y emperador de Occidente, extendió el Cristianismo, fundó escuelas, protegió la literatura, las ciencias y el arte, dando lugar al denominado renacimiento carolingio. En esa época se creó en Aquisgrán la Escuela Palatina, dirigida por el teólogo y sabio inglés Alcuino de York.
Un inconfundible aire a historia y cultura antiguas recorre las empedradas, angostas y milenarias calles de la ciudad. Ahí está la cúpula de la Capilla Palatina con su inusual estructura octogonal que conserva los restos del gran emperador franco. Ahí los muros de piedra y las puertas de entrada del trazado concéntrico original. Da la impresión de que en cualquier momento un caballero medieval con su cota de malla y su lanza en ristre hará su aparición.
La ciudad sobrecoge, predispone el espíritu al estudio y a la reflexión. Debiera ser el reino de las humanidades, pero es la ciudad universitaria de la ciencia y la técnica.
¿Quién dice, sin embargo, que el mundo de la ciencia es ajeno al mundo de las ideas, del arte y de la filosofía?
Por el contrario, esta ciudad de austera arquitectura, luce en sus calles sorprendentes muestras del arte y el pensamiento filosófico contemporáneos. Más de 50 murales se integran al entorno: a la pared, a la calle, al barrio, confrontando al observador.
Un esqueleto danzante festeja, tocando el tambor, la muerte de un maestro alemán, mientras a sus espaldas flamea una bandera con la esvástica: «¡Muera el fascismo!», concluye el texto explicativo. «De un día al otro», es el título de otro mural que gráfica la desesperación y la angustia del que perdió su trabajo.
Filosofía barata, arte ilegal, pintura que jamás estará en los museos, simples graffitis, son algunos de los epítetos que los sectores oficialistas han aplicado a estas expresiones contestatarias del sentimiento popular. Lo cierto es que para el poder toda crítica es antidemocrática, carece de importancia, no tiene fundamento y es de mal gusto. Sucede en Alemania y sucede aquí. Jamás suscita una reflexión ni una autocrítica. Lo hemos visto estas últimas semanas. Es que una rosa sólo puede brotar de un baño sucio, cuando lo hace en gráfica ironía.
Un estudiante muerto es una verdad incuestionable. Colgado de una cuerda o traspasado por una bala es una vida joven que se apaga sin haber vivido. Después de eso sólo queda la angustia y tal vez la agridulce ternura de Violeta Parra cantando: «Que vivan los estudiantes jardín de nuestra alegría, son aves que no se asustan de ánima ni policía, y no le asustan las balas ni el ladrar de la jauría. Caramba y samba la cosa que viva la astronomía. Me gustan los estudiantes porque son la levadura del pan que saldrá del horno con toda su sabrosura para la boca del pobre que come con amargura. Caramba y samba la cosa viva la literatura».
No hacer el sordomudo. Esa es la lección de los jóvenes.

Esta ciudad de austera arquitectura, luce en sus calles sorprendentes muestras del arte y el pensamiento filosófico contemporáneos. Más de 50 murales se integran al entorno: a la pared, a la calle, al barrio, confrontando al observador.


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