martes, 6 de septiembre de 2011

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El curandero del amor
(fragmento)
Washington Cucurto
El curandero giró y le inyectó la sangre a mi ticki. Se desabrochó la manga y mientras gritaba, sangre, se clavó sin pestañar la jeringa en un brazo y ya esto era un toqueteo, un pinchaderío sin ton ni son. Se pinchaba y ya la pinchaba a ella y se volvía a pinchar y le daba mas sangre a ella. Era tanto el bardo y la desesperación que incluso vi cómo la pinchaba a la propia Maria sacándole sangre de un brazo y poniéndosela en el otro. "Lo importante es que la sangre fluya", dijo. Yo estiré mi brazo y me dio dos pinchazos pero ni por asomo asomó una gota de sangre. "Esta vacío", dijo. De brazo en brazo caían gotones de sangre que el curandero chupaba "para no perderla".
Al curandero se le cayó la peluca y se despegó de su traje de curandero y se sentó en un banquito.
— ¡La salvamos, pongan cumbia, carajo!
Yo me alegré de la vida. Salté al minicomponente Aiwa y puse Los Mirlos. Y sonó de casualidad el Poder Verde. Lo puse a volumen 55, la pieza retumbaba que volaba. Solo un aparato japonés puede poner la cumbia a 55 de sonido. El gran plan de los japoneses es que un día prendamos un Aiwa y volemos en mil pedazos. La cumbia se escuchaba hasta en la Luna.
— ¡El poder Verde!, gritó el curandero.
Teníamos los brazos dolorosos pero estábamos contentos.
Como si fuese un cuento de García Marquez, pero más divertido y con cumbia. Pos, qué es esta vida de hambre, sino puro realismo mágico al revés. Sea como sea, la cama de mi ticki se comenzó a elevar en medio de aquel cuartucho horripilante, mientras sonaba Eres Mentirosa. Golpeaba contra el foquito del techo e iba flotando de un lado a otro de la pieza, como una vez vi, que flotaba en llamas la cama de Frida Kalho, en una película yanqui. Y ustedes no lo van a creer, pero las cosas que pasan en las películas, también pasan en la vida. Si piensan que macaneo vengan a caminar por las calles de Constitución y verán que esto es ciencia ficción sudamericana.
—Esta es una curación doble. Hay que hacer la otra parte de la curación.
—¿Qué otra parte de la curación?, le pregunté. Yo lo miré al curandero trucho que no era otro más que el mismo hermano del vendedor de cds y a los cds los copiaban en el mismo Aiwa multipotente, en el cual ahora sonaba Lamento de la Selva. Che, que ahora me doy cuenta lo justo y hermoso que es el amor pese a todo, lo digo ahora que pasaron tres dias y ya me puedo sentar y caminar. Che, que no hay nada más justo en la vida que el amor y el sufrimiento. El curandero fue y quemó de nuevo en el microondas las pinzas y me dijo que el amor se hace entre dos y que para que no vuelva a ocurrir era necesario, que no dolería nada, que piense en María que al lado mío boca arriba, y yo boca abajo, me agarraba de las manos y sonreía y fue tan linda su sonrisa, pese a todo, fue una sonrisa de amor y alegría y comprendí que a pesar de todos los problemas, el amor es lo más lindo que nos pasa, pese a todo, y la cumbia no dejaba de sonar mientras yo me bajaba los pantalones, en el acto más justo de la vida, mientras el curandero del amor me metía las agujas hirvientes en el centro oscuro y acre y con olor a mierda de mi ser.
Era tanto el bardo y la desesperación que incluso vi cómo la pinchaba a la propia Maria sacándole sangre de un brazo y poniéndosela en el otro.


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