lunes, 8 de agosto de 2011

COLUMNA: Desde el atelier

Apu-Rimak, maestro de maestros
Josué Sánchez

Alejandro Gonzales Trujillo, Apu-Rimak, gran maestro y artista que co¬noció profundamente el milenario arte prehispánico y vivió cautivado y apasionado por esa belleza hoy exótica, fue el portador, intérprete y mensajero de una estética del arte andino diferente a la convencional. Nacido en Abancay, Andahuaylas, se formó artísticamente en la Aca¬demia Concha y fue alumno funda¬dor de la Escuela Superior de Be¬llas Artes de Lima, allá en 1919. En 1937, ya como miembro integrante de la Comisión Técnica del Museo Nacional de Arte del Perú, participó en la Exposición Internacional de Artes y Técnicas, realizada en Pa¬rís, donde tuvo oportunidad de mos¬trar la sólida convicción por la vigencia y las potencialidades del arte peruano que animaría su vida y su trabajo como pintor, y que sin asomo de chauvinismo, interrelacio¬naba con los conceptos universales del arte.
Gonzales Trujillo solía decir que «si el pintor se identifica con los valores estéticos de su país, por lógica está siendo parte de la historia del arte universal».
Fiel a este concepto, dedicó gran parte de su vida a profundizar su visión estética del mundo andino recorriendo el Perú pal¬mo a palmo, y no dudó en enriquecer esta visión confrontándola con la experiencia ad¬quirida a través del conocimiento de otras culturas. Apu-Rímak alternó 23 años de labor docente en la Escuela Superior de Bellas Artes de Lima y tres años en la Universidad Nacional del Centro, con numerosos viajes a Europa, Estados Unidos y Latinoamérica.
A la UNCP llegó en 1966, como profesor de pintura de la novísima Escuela de Bellas Artes. Su método de enseñanza trascendía el mero dictado formal en las aulas. Solíamos caminar por los diferentes pue¬blos del valle, tomando apuntes y haciendo bocetos de paisajes, yuntas, figuras huma¬nas en el trabajo, en las fiestas, en las fe¬rias. El maestro incidía en el color como un valor de sustento para la realización pictóri¬ca, mostrándonos un compendio de sus es¬tudios del lenguaje plástico, que recogía sus trabajos de experimentación cromática, para alimentar nuestro vocabulario de formas y colores.
Parafraseando a Picasso, repetía cons¬tantemente: “Yo no busco, sino encuentro”. La pintura como expresión del arte y del es¬píritu le interesaba, pero su preocupación estaba centrada en la problemática del origen y desarrollo de la plástica peruana, de cómo lograr el reencuentro del arte moderno con el arte milenario de nuestros ancestros. Apu-Rimak sostenía que la continuidad del arte peruano había sido truncada por la conquista española, y que era tarea de los artistas peruanos recuperar esos quinientos años perdidos. Su anhelo era identificar la filosofía plástica culta de lo pe¬ruano, sosteniendo que el resultado de esta búsqueda dependía de una profunda inte¬gración de los valores tradicionales, siendo necesario tener un conocimiento de todas las culturas, para formarse una idea cabal de la expresión plástica andina. Salir al campo, participar del mundo campesino, minero, de las fiestas populares, o vivenciar cada aspecto de la cultura andina desde aden¬tro, era su consigna recusadora del indigenismo y su visión fría y super¬ficial, sólo temática y fotográfica del hombre andino. Maestro de varias generaciones de pintores, alguna vez, en una entrevista que le hiciera Tulio Mora, Gonzáles Trujillo seña¬laría como sus herederos a Milner Cajahuaringa, Galdós Rivas y a quien firma esta columna. Una honra y un compromiso por continuar bregando en la forja de una identidad estética andina, tal como lo hiciera el gran maestro Apu-Rímak. Este año, el Centro Cultural Peruano Británico le rindió un justo homenaje a través de una exposición retrospectiva que recogió una importante muestra de su extraordinaria obra, una de las mayores del país.
A la UNCP llegó en 1966, como profesor de pintura de la novísima Escuela de Bellas Artes. Su método de enseñanza trascendía el mero dictado formal en las aulas.






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