lunes, 4 de julio de 2011

Viñas de ira: la eternidad del pueblo

Pedro Guillén Huayllasco

En la historia del cine norteamericano, “Viñas de ira” constituyó en 1940 una notable paradoja. Un tema de ambiente proletario y campesino, con una fuerte crítica a los BANCOS y a la sociedad capitalista. Fue filmado por una poderosa empresa de Hollywood (20th Century Fox) con respaldo financiero del mismísimo Chase Manhattan Bank y se impuso como una de las películas más importantes, ganando inclusive dos Óscar de la Academia.
Habría sido fácil entender en ella un mensaje revolucionario y comunista, con una carga de protesta social muy superior a lo que el propio cine soviético filmaba en esa época; sin embargo, ese mensaje era muy ajeno a la ideología personal de sus autores: el productor Darryl Zanuck, el adaptador Nunnally Johnson y el director John Ford, todos de inclinación política conservadora.
Una década más tarde, cuando el senador Mc Carthy comenzó a investigar la penetración del comunismo (pasado y presente) de muchas personalidades de la política, la literatura, el teatro, la música y el cine; “Viñas de ira” no apareció en las Listas Negras del cine. Una gran paradoja que merece una primera explicación: dicha cinta, pese a su carga de crítica social, evita presentar a los comunistas como defensores de un campesinado perseguido por la injusticia y la desocupación, a pesar de que tanto la película como la novela, que pertenecen al laureado escritor norteamericano John Steinbeck (Premio Pulitzer 1939), fue denunciada como “obscena” y “subversiva” en especial por Cámaras de Comercio y Asociaciones Agrícolas. Otra explicación mejor, es que documentan una realidad histórica innegable, pero lo hacen poniendo énfasis en la peripecia individual y familiar; es más, moderando el enfoque social y político.
Aquella realidad histórica de 1929 se basa en la caída de la Bolsa de Wall Street, la cual desató una crisis económica que durante más de una década afectó a los Estados Unidos y al resto del mundo. En 1933, la situación empeoró en los campos de la región central de Estados Unidos. Las prolongadas sequías, las tormentas de polvo, la escasez de las cosechas y la creciente mecanización de las tareas agrícolas provocaron la pobreza y desocupación de miles de campesinos, que se vieron imposibilitados de pagar sus hipotecas o alquileres. Los bancos y las compañías propietarias comenzaron a desalojar a los deudores; se calcula entre 200 y 300 mil habitantes de Oklahoma, Texas, Arkansas, Dakota del Norte y Sur, Nuevo México y Missouri emigraron a California en busca de la tierra prometida que ofrecía nuevos trabajos, en especial la recolección de uvas y naranjas.
Esta situación atrajo a Steinbeck para escribir “Viñas de ira”, que concentraba el drama colectivo de la familia Joad en peregrinación a California en busca de las viñas prometidas en otra nueva conquista del Oeste, transformando esa promesa en dolorosas vicisitudes y conflictos, reconstruidos por el escritor minuciosamente: aldeas precarias, explotación de comerciantes y terratenientes, fanatismo religioso y los agresivos custodios de la propiedad ajena.
Entonces, había una clase proletaria hostilizada por el sistema capitalista controlado por los Bancos y las grandes compañías. El tema era propicio para un alegato socialista, cuando esta opción solía presentarse como la única solución a un mundo en crisis. En 1939, luego de publicada la novela, se planteó la posibilidad cinematográfica, tanto por la actualidad del tema como por la riqueza de los personajes y de la trama. Más aún cuando, hasta ese momento, el cine norteamericano había ignorado el fascismo italiano, el nazismo alemán, el comunismo soviético y la guerra civil española.
Pese a todo, Darryl Zanuck compró los derechos cinematográficos de “Viñas de Ira”. Otro dato asombroso es que Zanuck haya conseguido la financiación del Chase Manhattan Bank, pese a que la novela constituía una acusación contra los bancos que despojaron a los campesinos de sus tierras.
La película también invirtió el orden de los capítulos de la novela, ubicando al final del film la escena cuando Ma Joad (Jane Darwell) dijo dirigiéndose a Tom (Henry Fonda): “Nosotros seguiremos viviendo cuando todos ellos no existan. No pueden borrarnos”, finalizando ese soliloquio optimista resumido en una frase que implica una definición de la misma película quedando para la posteridad: “Seremos eternos porque somos el pueblo”.


En 1939, luego de publicada la novela, se planteó la posibilidad cinematográfica, tanto por la actualidad del tema como por la riqueza de los personajes y de la trama.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escribe tu comentario aquí.