domingo, 10 de julio de 2011

Machu Picchu: cien años para el mundo

Manuel Perales Munguía

Tal como señalamos en una publicación anterior en este mismo suplemento, un día 24 de julio del año 1911 el norteamericano Hiram Bingham, profesor de historia latinoamericana en la Universidad de Yale, alcanzó a ver por vez primera los vestigios del fabuloso complejo arqueológico de Machu Picchu, todavía cubiertos por una densa vegetación tropical que luego fue retirada para que él y su equipo levantaran los primeros planos, registraran fotográficamente la arquitectura visible y llevaran a cabo las primeras excavaciones en dicho lugar. Ciertamente, aunque fue Bingham quien mostró esta maravilla de la civilización inca al mundo, en especial a la comunidad académica, la existencia de Machu Picchu ya era conocida desde finales del siglo XVIII, de lo cual queda constancia en una correspondencia escrita por el coronel cusqueño Baltazar La Torre y en un mapa del “partido de Urubamba” de Pablo José Oricain. Un poco más tarde, en el siglo XIX, también se escribieron referencias sobre el mencionado yacimiento arqueológico, esta vez a cargo del naturalista italiano Antonio Raimondi y el viajero francés Charles Wiener. Teniendo en cuenta esto, resulta claro que las presentes celebraciones del “centenario” de Machu Picchu conmemoran en realidad su “descubrimiento” por parte de la academia norteamericana y europea, en buena parte gracias al importante apoyo económico brindado a Hiram Bingham por parte de la National Geographic Society.
No obstante la importancia de la información obtenida gracias a sus criticadas intervenciones a nivel de mapeos y excavaciones en Machu Picchu, Bingham alentó una visión más bien romántica sobre este complejo arqueológico, al cual denominó más tarde “la ciudad perdida de los incas” en un libro publicado en 1948, no llegando a desarrollar un estudio con mayor rigor científico. Es por esta razón que hasta el día de hoy los especialistas siguen debatiendo en torno a lo que en realidad fue Machu Picchu. Por ejemplo, en declaraciones algo recientes el arqueólogo Federico Kauffmann ha manifestado que dicho complejo habría constituido un lugar de culto y un centro administrativo de los territorios al oriente del Cusco, establecido como parte de un proyecto estatal inca orientado a la ampliación de la frontera agrícola hacia esos territorios. Esta posición ha sido respaldada en parte por Fernando Astete, jefe del Parque Arqueológico de Machu Picchu, quien asegura además que, como centro administrativo, Machu Picchu debió ser el nexo entre los valles interandinos cusqueños y la selva alta del Urubamba. Por su parte la historiadora Mariana Mould de Pease, artífice del retorno a nuestro país de una parte de las piezas obtenidas por Bingham en Machu Picchu, señala que este lugar debió desempeñar el papel de centro religioso estatal puesto que en su entorno se encuentran muchas montañas tutelares y accidentes geográficos que solían tener un carácter sagrado para la sociedad inca, tal como ha aclarado el arqueólogo Julinho Zapata, quien ha llevado a cabo algunas investigaciones en la zona. A estos planteamientos podríamos agregar que, según Peter Kaulicke, profesor de arqueología en la Pontificia Universidad Católica del Perú, en Machu Picchu existen indicios que sugieren que allí se llevaron a cabo actividades rituales en las cuales el agua fue un elemento sumamente importante.
Desde el punto de vista de la arqueoastronomía también se ha propuesto que la arquitectura de Machu Picchu está estrechamente ligada a fenómenos astronómicos, según sostiene Gary Urton, profesor de antropología en la Universidad de Harvard, quien incluso ha señalado que en los andenes del lugar se habrían cultivado plantas ornamentales cuyo significado se habría asociado a fechas importantes del calendario inca como los solsticios que suceden tanto en junio como en diciembre, momentos en los cuales se realizaban las principales festividades del calendario inca como el Inti Raymi y el CápacRaymi. Sin embargo, el planteamiento que ha encontrado mayor respaldo en las fuentes históricas hasta el momento, particularmente en un documento que data del año 1568, propone que Machu Picchu habría constituido un complejo palaciego perteneciente al inca Pachacutec, una suerte de gran hacienda a modo de una descomunal casa de retiro donde este gobernante y su familia real habrían disfrutado de momentos de solaz y descanso, comiendo en vajilla de plata, aseándose en un baño de piedra labrada y gozando de la belleza de hermosos jardines reales llenos de orquídeas exóticas. No obstante las críticas frente a estos planteamientos, especialistas como Richard Burger, profesor de antropología en la Universidad de Yale, dicen que este excelso complejo de edificios debió además expresar simbólicamente el dominio inca sobre la región del Urubamba. Finalmente, y aunque guardan alguna relación con lo que se acaba de mencionar, los planteamientos del prestigioso arqueólogo Luis G. Lumbreras apuntan más bien en señalar a Machu Picchu como un conjunto arquitectónico que tenía como elemento central un gran mausoleo real, destinado precisamente a conservar el cuerpo momificado del mismo inca Pachacutec, además de la presencia de varias criptas que debieron estar destinadas a personajes importantes, ligados a este soberano inca.
Como vemos, los planteamientos son varios y diversos, y ello obliga a que se efectúen más investigaciones serias en Machu Picchu, sin embargo aún existen algunos problemas importantes que podrían privarnos de nuestro derecho a conocer lo que en realidad fue este portentoso conjunto arquitectónico. Entre tales problemas destaca fundamentalmente el de su conservación, la misma que se encuentra en riesgo grave debido al excesivo número de turistas que a diario visitan el lugar y al hecho que hasta el día de hoy el espacio que ocupa el complejo aún no se encuentra debidamente registrado y saneado legalmente. Por último, todavía está pendiente la devolución de buena parte de las piezas arqueológicas extraídas por Bingham de Machu Picchu y trasladadas por éste al Museo Peabody de la Universidad de Yale en los Estados Unidos, donde permanecen hasta el día de hoy, no obstante los reclamos del Estado Peruano pidiendo su retorno. Entendemos, junto a arqueólogos como Miguel Aguilar, que la devolución de dichos materiales arqueológicos constituiría una suerte de “reparación” por parte de la Universidad de Yale por haberse apropiado de parte de nuestra herencia cultural y, por ende, de nuestra memoria. Asimismo, esperamos que con estas efusivas celebraciones no sólo se festejen el “descubrimiento” de Machu Picchu, su calificación como maravilla del mundo “moderno” y todo el trasfondo comercial y económico que se halla detrás de esto, sino también el reconocimiento de la urgente necesidad de una reconciliación cultural y social entre todos los peruanos, entre “todas las sangres”.


Está pendiente la devolución de buena parte de las piezas arqueológicas extraídas por Bingham de Machu Picchu y trasladadas por éste al Museo Peabody de la Universidad de Yale en los Estados Unidos, donde permanecen hasta el día de hoy.

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