sábado, 4 de junio de 2011

La trampa del éxito


Gonzalo Betalleluz Urruchi

La palabra éxito, tiene dos significados diferentes: uno es peligroso y el otro es sumamente útil para el desarrollo humano.

La primera forma de entender el éxito, consiste en asociarlo con un estatus social elevado, caracterizado por la tenencia de poder, dinero, fama, alto consumo y privilegios que los supuestos “fracasados” no tienen. Bajo este paradigma equivocado del éxito, que con frecuencia nos vende la publicidad, una persona exitosa, es la que tiene poder, dinero, fama y simbólicamente, quien tiene la ropa o el celular de moda, el carro último modelo y un consumo abundante. Bajo los estereotipos publicitarios, exitoso sería el que es feliz y fracasado el que sufre, exitoso el famoso y fracasado el desconocido, exitoso el que ordena y fracasado el que obedece, etc. Este modo de ver el éxito, es profundamente egoísta, peligroso, inhumano e insensible, porque segrega y divide a la sociedad entre exitosos y fracasados. Por ello, para evitar ser un “fracasado”, muchas personas pueden someterse a un sinnúmero de conductas que atentan contra su dignidad y sus valores. Por ejemplo, para “elevar su estatus social”, mucha gente no tiene reparos en corromperse, aceptar un soborno, traficar con sus influencias y apelar a malas prácticas, para conseguir su necesidad de éxito y reconocimiento a toda costa. Por este tipo de “éxito”, es que tenemos a los políticos que tenemos, que hacen cualquier cosa para llegar al poder y sus privilegios. Entonces, es evidente que tenemos que cambiar este “modelo de éxito”, por un paradigma de bienestar y desarrollo humano, no sólo personal, sino también social y colectivo.

La segunda forma de concebir el éxito, consiste en entenderlo como el cumplimiento o logro de una meta u objetivo que nos hemos propuesto. Este enfoque es más práctico, realista y específico. Es práctico porque lo podemos usar en cualquier actividad humana. Es realista, porque mide qué resultados hemos logrado, con las actividades que hicimos, en comparación con los objetivos y metas que planificamos. Es específico, porque nos permite analizar una situación concreta, evitando la trampa de etiquetar a las personas como exitosas o fracasadas. Bajo este enfoque, la felicidad no radica en lograr un estatus, poder, dinero y fama, sino en el mérito de haber logrado cumplir nuestro deber o misión cotidiana y haberlo hecho con acciones y medios éticamente válidos. Aquí cabe precisar y enfatizar que los objetivos, metas y actividades, deberán ser éticamente válidos, de modo que no vale la frase “el fin justifica los medios”. Mis objetivos, metas y actividades serán éticamente válidos, cuando no perjudiquen el bienestar y los derechos de los demás.

Las personas no merecen ser etiquetadas como exitosas o fracasadas. Es mucho mejor ver y comprender al ser humano en toda su complejidad e imperfección: en sus aciertos y errores, sus triunfos y derrotas, su felicidad y tristeza, en sus odios, miedos, angustias, emociones y en su inmensa capacidad de amar. Sólo así podremos comprender, cambiar y humanizar a la sociedad y a nosotros mismos.

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