sábado, 8 de enero de 2011

Un capítulo de la historia regional:


El mito del “reino Huanca”

Manuel F. Perales Munguía

Durante las décadas de 1960 y 1970 el historiador Waldemar Espinoza publicó un importante conjunto de trabajos en los que, apoyándose en una interpretación particular de los datos ofrecidos por algunas fuentes históricas tempranas correspondientes a los siglos XVI y XVII, propuso su tesis de la existencia de un poderoso “reino Huanca” durante los siglos previos a la expansión del imperio inca, cuyo ámbito habría abarcado territorios actualmente pertenecientes a las provincias de Jauja, Concepción, Huancayo y Chupaca. Según Espinoza, este “reino” habría tenido como capital a la “ciudad fortificada” de Siquillapucara o Tunanmarca, donde vivía el “rey” junto a sus siete mujeres y donde existía un templo al dios “nacional” Huallallo Carhuancho. Además, la población de este “reino” era sumamente aguerrida y belicosa, razón por la cual resistió heroicamente frente a las tropas incas hasta que finalmente cayó Siquillapucara, tras un largo asedio después del cual se ordenó su total destrucción y la deportación en masa de sus habitantes hacia lugares distantes del Tahuantinsuyu.

Resulta claro que la historia contada por Espinoza Soriano es impresionante y dramática, sin embargo las investigaciones arqueológicas serias llevadas a cabo hasta el momento en el valle del Mantaro nos ofrecen “otra” historia, la misma que se sustenta en sólida evidencia científica que aún no ha sido dada a conocer al público en general en la región. Estudios como los de la Universidad de California en Los Ángeles han demostrado en forma contundente que antes de la llegada de los incas la población de nuestro valle estaba políticamente dividida en una serie de pequeñas unidades a modo de “curacazgos”, que en antropología reciben el nombre de jefaturas, pero que de ningún modo llegaron a constituir una organización de nivel estatal como vendría a ser un “reino”. Quienes detentaban el poder político en estas comunidades eran personajes que pertenecían a una emergente elite local y a quienes se recordaba con el nombre de “sinchis” en los testimonios registrados por el corregidor Andrés de Vega hacia fines del siglo XVI. A ello debemos agregar que los análisis de la arquitectura de Tunanmarca y otros complejos similares, así como los datos obtenidos de excavaciones arqueológicas practicadas en esos lugares, señalan que todos fueron asentamientos de carácter aldeano mas no ciudades propiamente dichas, puesto que sus habitantes se dedicaban fundamentalmente a actividades económicas primarias y no experimentaron mayor especialización laboral o religiosa, incluso aquéllos que estaban conformando una nobleza incipiente sustentada en un mayor acceso a bienes suntuarios, recursos agropecuarios y relaciones sociales de reciprocidad asimétrica. Aquí valdría la pena mencionar que según las excavaciones practicadas en el conjunto arquitectónico que Espinoza señala como el “palacio” del “rey Huanca” en Tunanmarca, éste no fue más que la vivienda de una familia de la naciente élite local cuya autoridad y poder estuvo restringido sólo a dicha comunidad. Esto, junto con la evidencia obtenida de entierros y tumbas, descarta la existencia de una diferenciación social marcada entre estos pueblos, requisito básico de toda organización sociopolítica compleja.

Existen muchos otros aspectos más del mito del “reino Huanca” sobre los que deberían hacerse aclaraciones, pero por razones de espacio esto resulta imposible. Por ahora queremos concluir recordando que toda lectura de la historia debe ser siempre crítica y que si anhelamos construir una identidad sobre ella, dicha identidad no debe tener, como dijo el arqueólogo ecuatoriano Ernesto Salazar, ropajes postizos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escribe tu comentario aquí.