sábado, 1 de enero de 2011

Solo 4 “346” del 01 de enero de 2011


Éste es el secreto de la felicidad y la virtud: amar lo que uno tiene que hacer. Todo condicionamiento se dirige a lograr que la gente ame su inevitable destino social.

Aldous Huxley, Un mundo feliz

Estudiantes de Ubiriki, en Perené, Chanchamayo, presentan libro “Letreando en Ubiriki”


El club literario “Letreando en Ubiriki”, de la institución educativa Los Ángeles de Ubiriki, presentaron el libro con el mismo título, en un acto que contó con la participación de autoridades educativas, municipales y políticas. El texto contiene relatos, cuentos y poemas del valle de Chanchamayo, y está dividido en tres apartados: en la primera encontramos un breviario biográfico del distrito de Perené y del centro poblado de los Angeles Ubiriki; en el segundo relatos inspirados en la colonización del valle de Ubiriki; y en el tercero poemas de corte ecológico, amoroso y social. El libro fue presentado por el Alfredo Ruiz Conde y comentado por Gotardo Cervantes Mendivil, y se editó gracias al esfuerzo de los estudiantes integrantes de este club literario.

Año Nuevo andino

Leonardo Mendoza Mesías

Inti Raymi: la celebración del nuevo año andino, en junio.


Desde la antigüedad en todas las culturas o civilizaciones del planeta se ha celebrado el año nuevo o el inicio de un nuevo ciclo. Pero el mes de enero no siempre ha sido el primer mes del año. Es decir, la celebración del año nuevo tuvo lugar en diferentes fechas, pero todas ellas cercanamente relacionadas al solsticio o equinoccio. Por ejemplo, en la Roma antigua se celebraba en el mes de marzo, que era dedicado al dios de la guerra; entre los chinos el inicio varía entre diciembre, enero o febrero (este año se inicia el 03 de febrero y es del conejo); en los mayas se iniciaba en julio y en el incanato el mes de junio marcaba el inicio del año nuevo.

En la actualidad, el mundo celebra el primero de enero como la llegada del año nuevo debido a la occidentalización de las culturas; además, la utilización del calendario Gregoriano -impuesta por el Papa Gregorio XIII en 1582- hace que iniciemos el año en enero. Recordemos que enero (Januari) fue llamado así en honor al dios Janus que tenía dos caras: una que miraba hacia el pasado y otra hacia el futuro. La masificación de esta costumbre no exceptúa a la cultura andina aunque queda claro que en ella perviven las costumbres ancestrales quechuas y aymaras. Pero, ¿cuáles son las características de las celebraciones del año nuevo? En los Andes peruanos, como en otras partes del mundo, el año nuevo significa celebración y júbilo. El año nuevo occidentalizado se celebra con un sinnúmero de fiestas familiares muy populares en los ámbitos citadinos y rurales mientras que el año nuevo oriundo u originario es celebrado con el Inti Raymi o fiesta del sol, que marca el inicio del solsticio de invierno.

Aunque quisiéramos asumir la magnitud del tema, por cuestión de espacios solamente abordaremos lo siguiente: ¿Cómo son las celebraciones del año nuevo andino occidentalizado en estas partes de nuestro querido Perú? Las celebraciones y festejos del año nuevo con influencia occidental se han masificado y hoy en día son muy populares, mientras que las originarias se han reducido sólo a ciertos sectores; en las ciudades o capitales de provincia son más familiares y predomina visiblemente la exacerbada individualización juvenil observable en cuanta discoteca exista mientras que en las zonas rurales son más convocantes, más colectivas, a la mayoría de sus miembros, como lo podemos ver en el distrito de Mito con la Huaconada; representan una filosofía de vida, una forma de pensamiento; es decir, es parte de su cosmovisión, la cual se caracteriza por muchos elementos entre los que destacan la dicotomía, la complementariedad y el sincretismo; en otras palabras, transcurre entre la familia y lo colectivo (fiesta o discoteca), entre el individuo y el grupo (evitando la soledad o exclusión social), entre lo sagrado y lo profano (usando una cábala como la de las trusas amarillas o las doce uvas), derrochando energía y euforia como consecuencia de las motivaciones alcoholizantes ingeridas. Sea como fuere, aquí, allá o por ahí, hoy es tiempo de celebrar y por tanto: ¡Feliz Año Nuevo, señores!

El buen salvaje

El sueño de Vargas Llosa

Sandro Bossio Suárez

Si a Mario Vargas Llosa le hubieran dado un premio Nobel por cada una de sus obras maestras, probablemente hubiera recibido cinco o seis de las codiciadas preseas. Pero, pese a lo que dicen muchos, no se lo hubieran dado por “El sueño del celta”, su más reciente novela publicada en plena escalada de la gloria.

Como sabemos, se trata de una obra literaria que retrata los avatares del legendario irlandés Roger Casement, mítico personaje sindicado en su época de moral e inmoral, de héroe y villano, de escandalizado y escandalizador, en fin, un memorable personaje que solo pudo acomodarse en la historia después de muerto.

El protagonista aparece en la novela como el pionero que se atreve a denunciar, en dos legendarios informes, las pavuras del colonialismo tanto en el Congo Belga como en la Amazonía sudamericana. En líneas generales, la novela comienza en 1903, en el Congo, y termina en una cárcel de Londres en 1916. Pero, estructuralmente, se divide en capítulos pares e impares que se enfrentan por épocas. Los últimos relatan los noventa días preliminares a la ejecución de Casement, centrados en su proceso judicial a raíz de su presunta participación en la sublevación irlandesa por la independencia (aquí se desglosan brillantes diálogos entre el reo y su carcelero). Los capítulos pares, generosos y analépticos, narran las excursiones, andanzas y periplos del protagonista en el Congo, la Amazonía peruana y la propia Irlanda en busca de la emancipación del imperio británico.

“El sueño del celta” es, como podemos ver, un “biopic” (género que adapta biografías de diversas personalidades), donde no se escamotean datos extremadamente personales de Casement. Sirve, incluso, para adentrarse en su supuesta y terrible vida sexual, que, sin embargo, queda en el limbo, puesto que el lector nunca sabe si es verdad o producto de los acusadores políticos del protagonista para desprestigiarlo ante la nación. “Es una gran mentira que narra una gran verdad”, ha dicho el propio Vargas Llosa de este libro.

Si hemos de detenernos en sus méritos, los más encumbrados son, sin lugar a dudas, el creciente interés de la obra que, en los mejores momentos, escandaliza, conmueve, indigna ante la barbarie del colonialismo: la esclavitud de niños y mujeres en los bosques de caucho, los castigos físicos, la crueldad elevada a su mayor pináculo.

Como peruanos, desde luego, nos llama poderosamente la atención las dramáticas aventuras de Casement en el Perú, en cuya Amazonía descubre la organización criminal de Julio Arana (cabeza de la Peruvian Amazon Company), quien obliga a los nativos a trabajar en las caucherías sin alimentos, sin pago alguno, con marcas de carimba en las nalgas, bajo torturas y amenazas de todo tipo en caso de motines (decapitados, colgados, mutilados). Llama especialmente la atención el pasaje en el que el narrador describe, vívidamente, la incineración de un huitoto vivo como castigo por haber acopiado poco látex. Siguen páginas enteras con el exterminio de los ocaimas, muinanes, andoques, boras. Vargas Llosa, así, consigue una poderosa delación de la bestialidad y codicia humanas.

Podemos decir que se trata de una novela valiosa desde el punto de vista histórico y social. Sin embargo, el talento de uno de los mejores escritores del mundo actual, su voluntad de renovarse en cada libro, no alcanzan para redondear una obra maestra. Lo que debería ser un mérito en el libro, en este caso la ingente información y afán de investigación, termina siendo un demérito: el discurso aparece demasiado ficcionalizado y el discurso moralizante resulta exagerado, aplastante, denotativo. El material informativo, de ese modo, termina convirtiendo las páginas del libro, por momentos, en farragosos expedientes que detienen la diégesis y el flujo de conflictos.

Por otro lado, a excepción del propio Casement, la novela carece de grandes personajes, como le sobra a “La guerra del fin del mundo”.

Con todo, “El sueño del celta” es un libro valioso, seguramente de menor nivel entre las grandes novelas de Vargas Llosa, pero extraordinario en la muestra de su vigencia.