sábado, 6 de noviembre de 2010

Prácticas mortuorias prehispánicas en el valle del Mantaro


Algunas consideraciones desde la evidencia arqueológica

Manuel F. Perales Munguía

Como en todas las sociedades, los pueblos prehispánicos andinos desarrollaron sus propias concepciones sobre la muerte y la dimensión espiritual, no corpórea, de las personas. A nuestro modo de ver, ello configuró las características más esenciales de los rituales que ellos practicaron en torno a los difuntos y que en alguna forma han quedado testimoniados en las evidencias funerarias que han resistido al paso del tiempo y se han librado de las actividades de saqueo de aquéllos que sólo buscan lucrar con nuestro patrimonio.
En el valle del Mantaro, no obstante la gran cantidad de tumbas y entierros huaqueados, quedan todavía yacimientos que pueden ofrecernos información valiosa para conocer, aunque sea de manera parcial, las actitudes que tuvieron hacia la muerte nuestros antepasados. Éste es el caso de varios sitios arqueológicos correspondientes al periodo Intermedio Temprano (200-600 después de Cristo) en los que se aprecia la constante presencia de tumbas subterráneas formadas por una sola cámara en forma de L, en cuyo fondo descansaban los restos de una sola persona en posición fetal, junto a algunas ofrendas de diversa índole. Este patrón cambió hacia los tiempos del periodo Horizonte Medio (600 – 1000 después de Cristo) cuando se empezaron a elaborar cámaras subterráneas verticales, de planta circular o rectangular, pero esta vez interconectadas entre sí. Esto podría deberse a una mayor preocupación por la conservación de los lazos familiares entre los miembros de un grupo de parentesco después de la muerte, tal como también ya fue sugerido por David Browman hacia 1970.
Sin duda varios de los cambios más importantes en relación a los patrones funerarios prehispánicos de nuestro valle ocurrieron hacia el periodo Intermedio Tardío (1000 – 1470 después de Cristo aprox.) pues fue en estos tiempos cuando los restos de muchos de los difuntos no fueron colocados en cámaras subterráneas que luego eran selladas con grandes y pesadas lajas de piedra, sino eran dispuestos en edificaciones construidas a un lado de los patios de las mismas viviendas. Allí estos cuerpos –o “malquis”– podían estar en contacto mucho más directo con su parentela y viceversa, reforzándose su naturaleza como objetos de veneración por parte de los vivos, tal como era la tendencia general en otras partes de los Andes Centrales hasta los tiempos del Horizonte Tardío (1470 – 1532), según manifiestan varios cronistas de la época colonial, incluyendo al mismo Guaman Poma de Ayala. Además, nuestros propios estudios señalan que otros “malquis” fueron colocados en estructuras adosadas a las murallas de los pueblos y en el interior de otras construcciones levantadas hacia las puertas de tales murallas, en los corrales de la comunidad y en abrigos rocosos emplazados en farallones y laderas rocosas empinadas que miraban el curso de quebradas y ríos. Todo sugiere, entre otras cosas, que los difuntos desempeñaban en el mundo de los vivos un conjunto de papeles importantes como protectores del hogar y la familia, como guardianes de la comunidad y sus rebaños, así como entes que propiciaban las lluvias y, por ende, la fecundidad y la vida. La preservación de nuestros yacimientos arqueológicos y su investigación harán posible un mayor y más detallado conocimiento sobre estos aspectos de la vida de nuestros antepasados.

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