lunes, 22 de noviembre de 2010

El rincón de las ilusiones muertas

José Oregón Morales
La noble campaña de “Correo” iniciada para este aniversario de noviembre, nos conmueve a todos los que hemos vivido la sublime permanencia en el Santa Isabel. Hace cinco años, trajinando por la calle Real, sin presagiarlo, me encontré frente a un caballero elegante, de pulcro terno y corbata.
—¡Pavo! ¡Promoción!
—¡Oh!, mi querido Oregón. Hombre, mis respetos —y me abraza fraternalmente tomándome luego por los codos.
—Más de cuarenta años y sigues igual, “Pavo de mierda” —contestando con frases respetuosas y fraternas a todas las puyas ofensivas que te lanzábamos en el 5to. A.
—¡Pavo, glu, glu, glu, glu! Y nos desternillábamos de risa, no por tu nariz llena de moco que casi cubría tu boca, sino por el arte perfecto que tenía Vizurraga para imitar el graznido onomatopéyico de los elegantes pavos.
—¡Qué pasa, queridos compañeros! ¡Hombre, yo en ningún momento los he ofendido para merecer el mal trato que me dan!
Así eras, mientras los otros la apostábamos para la salida y acicateados por el clásico “kish, kish, kish” del círculo humano, terminábamos ensangrentados y con el uniforme premilitar roto. ¡Era necesario sacarse la chochoca para que te respeten. A partir de ahí ya nadie te jodía.
—¿Qué es de tu vida, Alcides Abarca? ¿Dónde vives? ¿Qué haces? Estás igualito.
—Resido en Alemania, mi querido Oregón. Ya son tres décadas que viajo por toda Europa. Soy maestro de la Orquesta Sinfónica de Berlín.
Tocaba la campana de salida a las cinco y como
locos corríamos a la Sala de Música. Nos aguardaban
decenas de violines, guitarras y un piano alemán.
¡Cierto! Tocaba la campana de salida a las cinco y como locos corríamos a la Sala de Música. Nos aguardaban decenas de violines, guitarras y un piano alemán. Lo más importante, nos aguardaba el maestro de música. Febriles, encajábamos el violín bajo nuestras quijadas e iniciábamos el solfeo y la lectura de las partituras. Eras el violinista más avanzado del inmenso grupo, y el maestro te trataba con especial deferencia. Todos los rincones estaban poblados de alumnos ávidos por aprender a tocar, picando melodías, arpegios y pulsando acordes que hacían saltar los ojos de los que menos sabíamos. Recuerdo también que escuchábamos en el aula, frenéticos, las canciones de los Beatles cantadas por Claudio, o saltábamos de alegría con los temas de los Rolling Stones. Pero te juro, ensoñábamos las melodías de Franz Liszt emergiendo de las concavidades de tu violín. Entonces te adorábamos y eras bello a nuestros ojos, te perdonábamos tu nariz de pavo.
El resto, ya lo sabes: recortaron el presupuesto, cerraron el internado y las becas, demolieron el gimnasio y el campo auxiliar de deportes para tugurizar el plantel con nuevas aulas, cerraron la sala de música y el profesor emigró al Brasil, donde sí le dieron nido para seguir forjando a nuevos artistas. Esa sala quedó como “El rincón de las ilusiones muertas”. Casi todos ya no pudimos seguir cultivando nuestros talentos. Los instrumentos se fueron perdiendo de a pocos, como todo se pierde en el actual “Santi”. Las donaciones de los ex alumnos se pierden. Se robaron los instrumentos de la banda. Se robaron las máquinas de la sala de cómputo, se robaron los kits deportivos, los equipos de imagen y sonido donados para sus respectivas aulas. Las carpetas de los que ingresan se vuelven a vender al día siguiente. Un poco más y se llevan las losetas que los ex alumnos hicieron colocar en los pisos de sus aulas.
Tú eres nuestro timbre de orgullo, Alcides Abarca, al lado de insignes héroes, profesionales de todas las especialidades, científicos y literatos, artistas y obreros que ha dado el colegio para el beneficio de la sociedad y que ejecutan obras agradables a los ojos de Dios.
—¡Mi querido Oregón! Cuéntame de nuestros compañeros. Sólo he venido por asuntos familiares y el martes debo retornar a Alemania. ¿Cómo está “Ayacucho”, “El Camión”, nuestro “Candela”, Sócrates Zevallos, El “Pato” Gálvez. Cuéntame…
Hasta siempre, Abarca. Te vi desaparecer entre el gentío que salía de la Catedral. Maestro en toda la extensión de la palabra; te vas a una Europa donde te escuchan, donde te aman y respetan por los talentos que cultivaste en el viejo Santi. Eres, quizá, el único producto prodigioso que germinó en lo que es ahora “El rincón de las ilusiones muertas”.

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