sábado, 30 de octubre de 2010

Eloy Jáuregui y todas las asfixias

Profundo bello

Tulio Mora

Hoy sábado se presenta el libro “Todas las asfixias”, de Eloy Jáuregui (Bisagra Editores, 2010) en la sala Consistorial de la Municipalidad de Miraflores a las 6:00 PM. Aquí el prólogo que el poeta huancaíno Tulio Mora escribió para este libro. Como se apreciará en este libro editado por Bisagra Editores (por increíble que parezca, es su primer libro publicado), Eloy Jáuregui tuvo como planta estética el apareamiento bizarro de la palabra de prestigio literario con la palabra popular, cruce o hidridez que igualmente practica Yulino Dávila e hizo con gran excelencia el extrañado Ricardo Oré (fallecido en 2001), cuando este desguasamiento poético no era conocido (y prestigiado) como “neobarroco” o “neobarroso”, tal como lo calificara el argentino Néstor Perlongher.
Y así, entre dobles estallidos de la palabra de sema y soma, curiosamente aplicadas también a sus reconocidas crónicas, en este libro Jáuregui nos va introduciendo en otra relectura de una historia derramada del Perú: tiempos donde las canciones se pintan en las nubes, rocas instantáneas y soles de adjetivos que fluyen como las aguas termales para registrar el vuelo de aves totémicas. Insisto: relectura poética de una historia que es el hoy, “de alzada atemporal”, porque efectivamente los desgarramientos aún no han producido soldamientos definitivos, sino otras incandescencias, otras revelaciones que vuelven y envuelven nuestro discurrimiento en pliegues (lo que se esconde), repliegues (lo que oprime y reprime) y despliegues (lo que inventa una historia construida de voluntad y azar a contrapelo del poder infinitamente adverso) que Eloy tan bien conoce y reinterpreta como cronista (el memorioso del tiempo) y como poeta.
Aquí están pues sus obsesiones: el diálogo perpetuo entre Garcilaso de la Vega y Guamán Poma de Ayala (¿se entienden/se desentienden?), que quizá sea el mismo entre Eguren y Vallejo, Churata y Martín Adán, Arguedas y Vargas Llosa, Hora Zero y los canónicos. Aquí están la avenida Primavera que atraviesa “el niño tatuado a la mirada del ebrio a contraluz” y Juan Ramírez Ruiz y Malcom Lowry y toda la bella inocencia de la carne erotizada que puede brotar de una capilla de San Bartolo al amanecer. Aquí está en suma la poesía como “la inmensidad cicatrizada del pellejo de los cielos”.
Que tras este libro se desentierren los otros que guarda Eloy con tanto celo para que Hora Zero siga siendo el “estandarte de sus nietos”.

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