martes, 26 de octubre de 2010

El buen salvaje: El padre de la innovación

Sandro Bossio Suárez
Mario Vargas Llosa pudo haber ganado el Premio Nobel de Literatura seis veces. Uno por cada obra maestra. En cada una de ellas, acuñó elementos renovadores para la literatura, para narrar las historias de diferente manera, para ver la narración como nunca antes lo había hecho el mundo. Y precisamente de tanto halagarlo, enorgullecernos de él, olvidamos ese su lado innovador.
En realidad, el premio se debe, en gran medida, al peso estético de la obra de Vargas Llosa. Y ese peso no sería identificable, ni posible, si no nos refiriéramos a las transformadoras técnicas usadas en cada una de ellas.
En “La ciudad y los perros” el joven Vargas Llosa (tenía 24 años cuando la escribió) ya siembra los primeros elementos de lo que llegaría a su máxima expresión en obras futuras. Nos referimos, en primer lugar, al “dialogo telescopado”, ese que usa coloquios y pláticas de personajes en diferentes tiempos, dejando preguntas sueltas en un espacio temporal para ser respondidas en otros lugares y tiempos. Ocurre, sobre todo, en la secuencia final de la obra, cuando el Jaguar conversa con el flaco Higueras, y mientras ellos permanecen sentados en el bar tomando pisco, el dialogo que sostienen los va llevando físicamente al pasado. Otros elementos importantísimos que se cimientan en esta obra son “los vasos comunicantes”, técnica que consiste en unir varias historias con pequeños elementos afines: ocurre cuando, al final, por una escena (una pelea en la playa) nos enteramos que el Jaguar es el mismo narrador invisible y anónimo que nos ha contado su historia en varios capítulos. Esta técnica llegará a su esplendor en la siguiente novela, “La casa verde”, donde hasta siete historias aparentemente distintas terminan unidas, trenzadas, a través de estos “vasos” que la teoría literaria también llama “puentes literarios”.

En “La ciudad y los perros” el joven Vargas Llosa
(tenía 24 años cuando la escribió) ya siembra los
primeros elementos de lo que llegaría a su máxima
expresión en obras futuras.
El multiperspectivismo es otra de las técnicas usadas con mucho acierto en estas sus primeras novelas. Con toda la carga de William Faulkner (y a decir de Carlos Eduardo Zavaleta, también de Aldous Huxley), Vargas Llosa convierte estas novelas en verdaderos calidoscopios, en los cuales logra enfocar un mismo hecho desde diferentes puntos de vista, lo cual enriquece muchísimo la historia (a decir de los ingleses, el “plot” o discurso). El “dialogo telescopado”, los “vasos comunicantes” y el multiperspectivismo aparecen inmejorables en “Conversación en la Catedral”.
El monólogo interior y el fluir de la conciencia, desde el campo de James Joyce, son otros dispositivos tecnológicos envidiablemente utilizados en las obras de Vargas Llosa. Cobran gran poderío, sobre todo, en “La fiesta del Chivo”.
La estructuración novelesca, como técnica, es otro de los grandes aportes de Vargas Llosa a la literatura mundial. Esta técnica alcanza magnificencia (que ya la tenía en “La casa verde” o en “Conversación en La Catedral”) en la monumental “La guerra del fin del mundo”, donde múltiples personajes y situaciones van armando la gigantesca trama en diferentes tiempos y lugares. Desde esa mirada, el montaje literario que usa Vargas Llosa es fragmentario (los ingleses lo llaman “small and slow”) y es como un archipiélago, un rompecabezas, que finalmente un lector atento logra dominar.
Técnicas novedosas menores, como el dialogo libre y la narración regida, también llenan sus libros.
Todos estamos de acuerdo en que Vargas Llosa es actualmente el único representante del Boom Latinoamericano vigente, el que todavía produce —y con excelencia—, y el único que sigue renovándose en cada una de sus nuevas obras.
En definitiva, el pensamiento filosófico y político de Vargas Llosa pesa mucho en su nombradía intelectual, pero no debemos olvidar que es su obra artística la que atrajo (o debió atraer) el premio Nobel hacia él.

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