sábado, 2 de octubre de 2010

Cítrica crítica: El peligroso poder de los pastores

Javier Arévalo
Una adolescente me dijo: “quiero hacerle una confesión. Yo me casaré virgen”. No conozco a la chica, pues me escribe esto por el “Messenger”. Su profesora le dio mi correo para que me entrevistara porque había leído un libro mío. Infiero que es un tema importante para ella. Supongo que ha de ser un asunto recurrente entre sus amigas del colegio.
Ella me cuenta que muchas de sus compañeras no son vírgenes y que algunas le dicen que es una tonta por no tener sexo.
—Si eso es lo que has decidido —le dije—, no le hagas caso a nadie y sé firme en tus decisiones.
Pero entonces me suelta una perla:
—Porque, acaso, ¿usted comería una manzana que ha sido mordisqueada por otros?
La metáfora me ofendió y creo que es ofensiva para todas las mujeres. Le respondí:
—Mira, no sé si mi madre se casó virgen; yo me casé con una mujer que no lo era; muchas de mis enamoradas tampoco lo fueron y eso nunca me interesó. Tú las comparas con manzanas podridas, solo porque una parte de sus cuerpos, el himen precisamente, no lo tienen intacto.
Le pregunté quién le había enseñado eso de la manzana podrida. Y ella me dijo que su pastor.
—Dile a tu pastor que si te ha enseñado que ser virgen te da una superioridad moral, se equivoca. Ser virgen no te hace ni mejor ni peor que tus compañeras no vírgenes.
No sé qué clase de pastor es ese, pero me sorprendió que una semana antes, la madre de mi asistente llamara “esposo” al hombre con el que no vive hace más de diez años, y que en ese tiempo ha tenido tres nuevos hijos con dos mujeres.
—¿Por qué tu mamá sigue llamando “esposo” a tu papá?
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« Cuando yo era un escolar, pensaba que el acelerado avance de la
ciencia nos conduciría a todos a prescindir de creencias religiosas.


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—Es porque el pastor de su iglesia le ha dicho que si ella es una buena cristiana, tiene que seguir honrando a su esposo, que es el padre de sus hijos.
Hace poco, el ayatola Hojatoleslam Kazem Sedighi dijo a los periodistas de su país que “muchas mujeres no se visten recatadamente... llevan a hombres jóvenes por el mal camino, corrompen su castidad y diseminan el adulterio en la sociedad, lo que, en consecuencia, aumenta los terremotos”.
En Lima, hay una organización religiosa que se llama “Pare de sufrir”. En sus templos la gente compra agua del mar muerto, tierra de Jerusalén, pañuelos milagrosos, cosas que sus pastores consagran y convierten en objetos que sanan mágicamente a la gente.
Cuando yo era un escolar, pensaba que el acelerado avance de la ciencia nos conduciría a todos a prescindir de creencias religiosas. Pero es evidente que me equivocaba. Cada día nacen más cultos religiosos y los fieles y las iglesias son cada vez más numerosos.
No me preocupa que la gente crea en un Dios, que debe ser una cosa muy bonita. Lo preocupante es la autoridad moral que de pronto adquieren los líderes de una iglesia. Bien aprovechada puede darnos un luchador por la libertad, como Martin Luther King. Mal aprovechada, puede influenciar en ideas tan absurdas como la de creer que los pecadillos sexuales producen terremotos o que los religiosos son tan buenos que debemos confiar en ellos porque están mas cerca de Dios. Cientos de niños violados nos hacen ver ahora que, por encima de sus creencias, los líderes religiosos sólo son seres humanos.

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