sábado, 31 de julio de 2010

Pensamiento filosófico de Julio Ramón Ribeyro

(Edición Nº 323 del 24 de julio de 2010)

Teobaldo Samaniego Hurtado
Foto exclusiva: Julio Ramón Ribeyro en Tarma.
En mayo del 94 tuve la ocasión de conocer a Julio Ramón Ribeyro, hombre delgado, amable, de hablar cadencioso y preciso y lo comprometí para que ofreciera a la juventud tarmeña una conferencia en setiembre: “Tarma fuente de inspiración literaria”. Muy a nuestro pesar, su salud le jugó una mala pasada y frustró su presencia. En diciembre, de este mismo año, partió a la eternidad dejándonos una rica y variada herencia cultural.
Ribeyro estuvo emparentado con la familia Santa María, motivo por el que visitaba constantemente la ciudad de Tarma. Aprovechando su estancia vacacional en este pueblo, escribió dos cuentos, “Silvio en el Rosedal” y “Vaquita echada”, como resultado de la toma de lectura de los acontecimientos de la población y de la realidad paisajista de nuestro entorno. Por boca del narrador, nuestra ciudad es conocida en el mundo por los amantes de la buena lectura.

SER EN UNO
En esta circunstancia quiero hacer una confesión, siento una especial vocación por las obras de JRR, no soy un escritor, ni mucho menos, un especialista en literatura, soy un aficionado a la filosofía y quisiera compartir la preocupación por los temas de la vida y del mundo que encuentro en la narrativa del escritor.
Para empezar, diré que JRR y el narrador no son dos, quien leyó sus entrevistas, declaraciones hallará un mismo pensamiento que se ”amplía y ratifica”, por tanto existe una identidad entre Ribeyro y el narrador de su obra literaria. Destaco esta cualidad porque la coherencia y autenticidad son testimonios de autoridad y confianza. Ribeyro no ejerce la literatura como se ejerce la medicina o la abogacía, él vive con ella en unión libre, no para conquistar riquezas, poder o fama, pero por lo mismo, no es ajeno a la sociedad y a los problemas que esta tiene. Él ve la humillación, las frustraciones, la precariedad, el desconcierto, la desdicha, el sinsentido, y siente que es esa la verdadera sustancia del hombre, de los hombres, de sus vidas, de la vida. “Todo en él se conduce como si esta visión fuese el punto de partida para un viaje en redondo que vuelve siempre al mismo punto”.

CONOCIENDO LA REALIDAD
La realidad es otro de sus temas apasionantes. Él ve la realidad no como lo ven los científicos o cómo ven el común de las personas. La realidad admite múltiples lecturas. El escritor elige los signos que mejor puede leer. “La suya es la objetividad subjetiva”, pero ¿cómo es posible unir dos conceptos contradictorios? La objetividad es el reflejo de lo que se dice de un objeto con lo que el objeto es, en sí, esta concordancia entre el decir y el ser es la objetividad, y la subjetividad es la visión personal del entorno, lo que le parece que es y la subjetividades no se discute se admite por que el valor es individual. La ciencia para su constitución emplea conocimientos objetivos es decir que tengan el mismo valor para todos.
¿Qué pasa entonces con la afirmación del escritor? Repito, la objetividad subjetiva. “Su reflexión esconde un sentimiento; es una especulación, un juego de espejos: refleja (reflexiona) el objeto que lo refleja. Y es así como una óptica fría disimula una literatura sentimental”. Esta reflexión nos recuerda a Pablo Freire, que hablaba del educador-educando y del educando-educador, conocida como una relación dialéctica, donde el educador al cumplir su rol, también se educa convirtiéndose, al mismo tiempo, en un educando. Este mismo proceso lo vive el educando. Los conceptos contrapuestos se integran en el proceso.
Él se declara un escéptico radical. Para él las cosas son, fundamentalmente, como están, cuando se pregunta por las causas. Él dice que las causas explican accidentes, no esencias. Es más importante el cómo y el qué, y no le importa el por qué. Desde la perspectiva filosófica el escritor es un escéptico gnoseológico, calificación impropia pero ayudará a ingresar al insólito mundo creativo del narrador.


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