sábado, 31 de julio de 2010

El buen salvaje

(Edición Nº 323 del 24 de julio de 2010)

Tarma en la pluma de Ribeyro

Sandro Bossio Suárez
Conozco la hacienda “La Florida”, de Tarma, aunque nunca estuve en ella. La conozco por Julio Ramón Ribeyro, quien la inmortalizó con el nombre de “El Rosedal” en su memorable “Silvio en el Rosedal”, hermoso cuento que sigue movilizando críticos y lectores en el mundo entero. Extenso y de argumento sucinto, cuenta el retiro andino que durante una década vive Silvio Lombardi, heredero a los cuarenta años de una hacienda tarmeña donde se confina por voluntad propia. Pasa sus días discurriendo por el rosedal de la hacienda, revisando periódicos viejos, asistiendo a las fiestas de los notables tarmeños (donde se critica el filisteísmo de la oligarquía serrana), envejeciendo sin ilusión. Una tarde, mientras escala un cerro, descubre una clave en el rosedal. De acuerdo a sus dilucidaciones, desde entonces se entrega a una labor de mejoras en la hacienda, pero también a largas horas de violín. Gracias a su labor, el renombre de la hacienda se extiende, y su virtuosismo alcanza el coronamiento cuando ofrece un inolvidable concierto de violín al lado del maestro Rómulo Cárdenas. Su rutina, un día, se ve interrumpida con la llegada de sus parientas italianas: una de ellas es Roxana Settembrini, su sobrina, hermosa quinceañera de quien Silvio se enamora. En la fiesta del final del cuento, Roxana es presentada a la sociedad y Silvio, al darse cuenta que carece de aptitud para participar en el festín de la vida, se retira con su violín a los altos de la casa para observar los festejos. El narrador remata: “Levantando su violín lo encajó contra su mandíbula y empezó a tocar para nadie, en medio del estruendo. Para nadie. Y tuvo la certeza de que nunca lo había hecho mejor”. En este desenlace inesperado, Silvio se resigna a la soledad, sin amargura, pero con una serenidad nacida de la tristeza y el fracaso, como tantos de los personajes de Ribeyro.
El cuento, claro, no se reduce a ese esbozo argumental: su estructura, aparentemente sencilla, va mucho más allá. John Penuel, de la Universidad de Nice-Sophia Antipolis, dice que ésta responde a una sinfonía (probablemente la misma de Bach que Silvio ejecuta al final): “El primer movimiento abarca la exposición, el anuncio de varios temas que luego serán ampliados, una ‘tour’ de la hacienda y la descripción de los primeros años de la estadía de Silvio en ella. El segundo movimiento corresponde a los esfuerzos de Silvio para encontrarle un sentido y una aplicación al misterioso mensaje en el rosedal que ahora observa detenidamente desde el mirador de una torre adjunta a la casa. Se acelera el ritmo en el último movimiento, arrojándole al lector hacia el final”.
Así, “Silvio en El Rosedal” se convierte en una obra maestra del cuento, donde Tarma y nuestras serranías, alcanzan dimensiones esplendorosas: “El Rosedal era la hacienda más codiciada del valle de Tarma, no por su extensión, pues apenas llegaba a las quinientas hectáreas, sino por su cercanía al pueblo, su feracidad y su hermosura”.

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