miércoles, 28 de julio de 2010

El buen salvaje

(Edición Nº 321 del 10 de julio de 2010)

Dictaduras, los desgarros del mundo

Sandro Bossio Suárez

Han sido las dictaduras, qué duda cabe, las que han traído atraso, corrupción, crímenes de diverso nivel a nuestra empobrecida patria, al continente y al orbe en general. No existe totalitarismo eficiente, salubre, porque el poder, o el dogma que los motoriza, socavan sus andamiajes, y el pudrimiento político se abate como una lluvia torrencial sobre la sociedad.
Gran sabiduría la de George Orwell al imaginar, en su famoso «1984», una tiránica república comunista en la que los ojos del déspota se encuentran en todo lugar, y sus habitantes están prohibidos de enamorarse, debiendo vivir sólo para trabajar en las fábricas de producción. Si ahondamos en esta novela, nos daremos cuenta que cuarenta años antes, Orwell había previsto al tirano señor de los campos camboyanos, Pol Pot, quien personificó en la realidad esa apocalíptica ficción: dirigente de la guerrilla maoísta de los Khmers rojos, al derrocar al príncipe Norodom Sihanouk, en 1975, impuso en Camboya un régimen absolutista que duró cuatro años, durante los cuales ejerció el más grande poder sobre sus habitantes. Esta siniestra dictadura (comunista como en la novela) es uno de los ejemplos de la irracionalidad política del siglo XX, pues empujó a la migración masiva, mató a más de un millón de personas y dejó en su país un horroroso legado de crueldad y desolación.
Pero Pol Pot no ha sido el único corruptor de los derechos humanos: el régimen de Nicolae Ceaucescu, también militante comunista, llamado el «conducator», es otro ejemplo de dictadura despreciable. Una vez en el poder, Ceaucescu se corrompió, asesinó a miles de gitanos, persiguió a sus enemigos políticos, torturó a millones de opositores, y mientras tanto se dedicó junto con su familia a expoliar Rumania y a exaltar su imagen como solía hacerlo Stalin, otro autócrata que le debe millones de vidas a Rusia.
La República Popular China tampoco concilia con los vientos nuevos que soplan en el planeta: para ella los derechos humanos, sencillamente, no existen. Claro es el ejemplo que nos dieron sus veteranos del Partido Comunista Chino, principalmente Deng Xiaoping, cuando, en 1989, ordenaron abrir fuego contra los universitarios de la Plaza Tiananmen, acusándolos de «reaccionarios» y de haberse confabulado con «potencias extranjeras» y con el gobierno del Kuomintang de Taiwán.
El extraordinario escritor cubano Reinaldo Arenas, homosexual para su desgracia en una sociedad homofóbica, acusa a Fidel Castro de haberlo secuestrado, prohibido de escribir, maltratado en toda su condición humana, al punto que cuando se suicidó aseguró que el culpable era el eterno dictador de Cuba.
América Latina, infortunadamente, ha experimentado muchas formas de dictadura: la agrarista (José Rodríguez en Paraguay), la positivista (Porfirio Díaz en México), la desarrollista (Pérez Jiménez en Venezuela), la fascista (Perón en la Argentina), la capitalista (Pinochet en Chile), la civilista (PRI de México); y así, una larga lista sigue construyéndose en la vereda opuesta a la de los Derechos Humanos: Hitler, Stroessner, Duvalier, Trujillo, Homeini, Pahlevi, Suharto, Odría, Bokassa, Somoza, Pinochet, Franco, Videla, Fujimori.
Que a nosotros no vuelva a ocurrirnos.

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